viernes, 6 de mayo de 2011

Empezó la fiesta con la pegada de carteles

Puntuales como relojes. Los partidos políticos apuraron los últimos minutos del día de ayer para concentrar fuerzas y pertrechos, y cuando el reloj dio las doce campanadas, anunciando el nuevo día, empezaron la campaña electoral. A diferencia de otras ocasiones la noche fue corta. Los grandes partidos ya no pegan carteles. Eso ha pasado de moda. Para justificarlo dicen que es más ecológico. Se ahorra papel. Sin embargo, no nos dicen cuanto cuesta la elaboración de vídeos y cuñas promocionales, carpas, el flete de autobuses para los grandes mítines de los grandes líderes, los combustibles, etc. En los primeros años de la democracia la pegada de carteles era todo un ritual. No faltaba un sólo líder de partido que no acudiese puntual a su cita. No existía candidato que se precie que no formase parte de aquella legión de entusiastas pegadores de carteles. Había que hacer acopio de calderos, escobas y, por supuesto, la cola de pegar. Era importante que no se formasen "grumos". La proporción entre cola y agua debía ser la justa. Demasiada cola suponía un gasto innecesario e inasumible. Demasiada agua era una garantía segura que al amanecer no quedaría ni un sólo cartel.

La pegada de carteles era como el chupinazo de las fiestas de San Fermín. Era el anuncio de que efectivamente había empezado la fiesta. La fiesta de la democracia.

En aquellos primeros años de democracia se podría hacer un ranking de candidatos en función de cómo se pegaban los carteles. Los que de verdad conocían la ciudad daban fácilmente con los lugares estratégicos en los que más se veían los anuncios. El candidato más avispado conocía como la palma de la mano el lugar en el que se encontraba la pared más larga, inmaculada, y en el sitio de mayor tránsito de la ciudad. Los puentes estratégicos en los que colgar el mensaje de campaña, etc. Algunos candidatos se debían haber ganado el puesto sólo por la habilidad en ubicar sus carteles y mensajes. Todo muy artesanal.

Pero tan importante como pegar carteles era despegarlos. Sí, despegar los carteles del adversario o cuando menos taparlos. Una pared repleta de carteles electorales del partido adversario era una auténtica provocación. Requería, precisaba, pedía a gritos una actuación inmediata. Es obvio que este no era un trabajo para el candidato. Esto lo debían hacer "otros militantes" bien adiestrados y entregados a la causa. En más de una ocasión debió intervenir la policía para pacificar los ánimos.

Como he dicho hoy ya no se pegan carteles como antes. Una de las rezones es el aburguesamiento de los candidatos. El ejercicio de la política se ha profesionalizado, y como todas las profesiones tiene su horario. Trasnochar no hace ninguna gracia. La ausencia del líder en las pegadas desmoralizó a las cuadrillas de pegadores. Eso requirió que se "subcontrataran" estos servicios. Los sistemas modernos de comunicación han hecho el resto.

Para mí una campaña sin la pegada masiva de carteles, sin las riñas nocturnas por la ocupación de los espacios públicos, sin el olor a cola, sin las manchas en la acera de cola y de papel, es una campaña triste. Tengo la impresión que esta también será una campaña triste. Una más.

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