miércoles, 6 de mayo de 2020

El Mito de los Metales o la mentira piadosa

Vivimos unos días de zozobra e incertidumbre provocada por la pandemia del coronavirus. Se generan al día multitud de noticias, muchas de ellas falsa, formadas por bulos que inmediatamente se vuelven virales. Si uno se acerca a las redes sociales podrá verificar este hecho; pero también si se acerca a los medios de información más "respetables". En este sentido estoy verdaderamente sorprendido de la baja calidad de la información ofrecida por algunos prestigiosos medios de comunicación. Es habitual advertir errores en las cifras de contagiados o fallecidos. Es habitual que el desglose por comunidades no coincida con el total ofrecido o que, sencillamente, no se actualicen los textos que acompañan a los gráficos, dando como resultado una información de muy baja calidad. La pregunta que me hago es si la prensa en esta crisis sanitaria ha estado a la altura del País, o, al menos, a la de otros colectivos que están dando la cara en primera línea de combate.

Por otro lado, también debe tenerse en cuenta el origen de los datos, procedentes generalmente del Gobierno y de las Comunidades autónomas. Los ciudadanos asistimos impávidos a una guerra de datos que nos presentan las autoridades poco creíbles e imposibles de descifrar. Los ciudadanos comunes, los que no formamos parte de ningún sector esencial no disponemos de ningún criterio para conocer el grado de certeza de los datos que se nos ofrecen. ¿Mienten los gobernantes?

Cuenta Platón en su República que los ciudadanos se dividen en tres clases: en primer lugar, la clase más alta que es la de los dirigentes, formada por los gobernantes. La siguiente clase es la de los guerreros, que son los que defienden la "polis" y el sistema de clases establecido; y, en tercer lugar la clase más baja que es la de los productores, formada por los artesanos, los agricultores y los ganaderos. Cada individuo forma parte de una clase y debe hacer el trabajo que se le asigna y le corresponde en ella.

Dice Platón que para conseguir que todos los ciudadanos acepten su posición en la clase que les corresponde, especialmente aquellos integrados en la clase más baja, la de los productores; los gobernantes están autorizados a mentir. Enfatiza Platón en su República que "solo a los Gobernantes pertenece el poder de mentir a fin de engañar al enemigo o a los ciudadanos en beneficio del Estado".

Para ello, Platón se inventa un subterfujio para que los dirigentes convenzan de esto a los ciudadanos. Le llama el Mito de los Metales. Los gobernantes, según el filósofo griego, deberán explicarles a los ciudadanos que "Todos somos hermanos; pero Dios hizo a los Gobernantes con una aleación de oro, que es el metal más noble, siendo por tanto, los de esta clase los más valiosos. A los guerreros los hizo de plata y a la clase más baja, la de los productores los hizo Dios del metal menos noble, de hierro y de bronce. No obstante, Platón sugiere que para aquellos individuos que no les convenza ese argumento deberán ser condenados a muerte.

Yo creo que tenemos un Gobierno formado por intelectuales platónicos que está demasiado afectado por la filosofía griega.

lunes, 13 de abril de 2020

El papel de los políticos en una epidemia que no afecta a todos por igual

La epidemia provocada por la expansión del coronavirus ha obligado al Gobierno de España a declarar por primera vez en la reciente historia el Estado de Alarma  en todo el territorio y a decretar el confinamiento de toda la población en sus casas. En mi opinión, en contra de lo que han manifestado algunos tertulianos, la pandemia no afecta a todos los ciudadanos por igual. Más aún, lo que ha puesto de manifiesto son las enormes desigualdades existentes para acceder la sociedad española a servicios básicos, por más que algunos no lo quieran ver . Es evidente que no se enfrenta a la enfermedad de la misma manera un pobre sin hogar que no tiene acceso a un buen servicio de asistencia médica que un rico que dispone de atención médica especializada. Por otro lado, en estos días, ponemos la atención en los enfermos afectados por el virus; pero debe también tenerse en cuenta que no estamos exentos de padecer otras patologías y dolencias, que, con los hospitales públicos colapsados, no pueden ser debidamente atendidas, salvo aquellos pacientes económicamente pudientes que pueden permitirse acudir a servicios médicos privados especializados. Para entender esto basta mirar lo que está pasando en Estados Unidos de América en donde la pandemia se ceba sobre los más desprotegidos socialmente o sobre los que no disponen de un seguro médico.

De igual manera, el confinamiento no se pasa igual en un apartamento de 40 metros cuadrados que en una casa, en la sierra, a las afueras de la ciudad, equipada con piscina y pista de pádel. En definitiva la pandemia no solo no afecta a todos por igual sino que además ha puesto al descubierto las carencias de los servicios públicos básicos apara atender a los más débiles y vulnerables en situaciones extraordinarias como la que estamos viviendo.

Otro elemento preocupante que ha puesto de manifiesto esta crisis sanitaria es el bajo nivel del que hasta ahora ha dado muestras nuestra clase política. Es lamentable el espectáculo que nos están dando. No nos lo merecemos. Los partidos están buscando permanentemente obtener rédito político de la situación de emergencia nacional (han llegado a cuestionar, por ejemplo, que a un ministro del Gobierno se le haga una prueba para detectar si está contaminado), los presidentes de las comunidades autónomas están en lucha permanente contra el Gobierno central (es lamentable que un presidente de comunidad autónoma llegue dos horas tarde a la cita con el presidente del Gobierno y el resto de presidentes autonómicos porque para su mayor gloria se está sacando una foto recibiendo equipos de protección). La crítica se distribuye en función del color político. Llama poderosamente la atención que las comunidades autónomas tan celosas de preservar sus competencias, en este caso, las de sanidad, ahora exijan al Gobierno central una respuesta al colapso de los hospitales públicos y las residencias de ancianos que están a su cargo y denuncien la falta de medios para atender a los ciudadanos. No he escuchado a ningún presidente invocar su competencia en esta materia. Más bien todo lo contrario e oído cómo exigen al Gobierno de la Nación más medios para hacer frente a la situación.

Igualmente me parece lamentable ver a presidentes de comunidades autónomas insolidarios que no aceptan traslados, no facilitan medios y camas de UCIS a pacientes de otras comunidades autónomas. O presidentes de comunidades autónomas que a pesar de estar desbordadas no aceptan la ayuda del Estado para mitigar el virus en espacios públicos y residencias de ancianos, retrasando con objeciones absurdas la actuación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, justamente por el mero hecho de proceder del Estado. Esto es lamentable y me pregunto si a estos individuos alguien les exigirá en algún momento responsabilidades por su comportamiento. ¿O es que acaso no aceptar ayuda cuando se necesita o proporcionarla cuando se puede no pone en riesgo la salud de los ciudadanos?

Si el presidente del Gobierno intenta consensuar acciones con los agentes sociales y las comunidades autónomas se le acusa de debilidad y de falta de liderazgo, de ir a remolque de las propuestas de los demás y de hacer dejación de sus funciones como presidente del Gobierno. Si, en cambio, a la luz de los acontecimientos, asume el mando único al que le da derecho el decreto de Estado de Alarma y toma decisiones de forma unilateral, aunque los afectados estén de acuerdo con ellas, se le acusa de falta de coordinación, despotismo, opacidad, etc.

Los partidos no solo se vigilan unos a otros para intentar desgastar lo máximo posible al adversario y sacar rendimiento electoral de la situación, que a la postre es lo único que les parece interesar, sino que son los principales propagadores de bulos. La mayor parte de las informaciones falsas que aparecen en las redes sociales son impulsadas de forma irresponsable por los propios partidos y sus líderes.

Desde luego, cuando finalice esta crisis habrá que hacer una profunda reflexión sobre la arquitectura de nuestro sistema de servicios públicos y de su solidez para hacer frente a situaciones de emergencia como las que estamos viviendo, pero también habrá que hacer una profunda reflexión sobre nuestro actual sistema de partidos y el bajo nivel que han mostrado nuestros políticos para liderar una respuesta adecuada en tiempo y forma. Los ciudadanos deberíamos tomar nota de estos comportamientos.

martes, 31 de marzo de 2020

Renunciar a tiempo es una forma de ganar

Pienso que, además de triste, es frustrante no alcanzar las metas que uno se ha marcado en la vida o en una etapa de la vida. Pienso que es doloroso iniciar el proceso por el que uno debe empezar a reconocer esta realidad. Sé que este no es un conocimiento que se alcance de forma  súbita o instantánea. Más bien es la constatación de este hecho a lo largo de un período de tiempo más o menos largo (cuanto más largo más doloroso). Pienso que llega un momento en el que hay que plantarse y abordarlo.  Hay que ser conscientes de que la vida no se acaba aquí, y uno tiene que seguir viviendo y levantándose por las mañanas, mirarse al espejo y estar a gusto consigo mismo. En eso consiste precisamente la felicidad: en sentirse uno a gusto consigo mismo. A pesar de todos los avatares, la vida continua. Pienso que en estos casos, resulta necesario y saludable hacer una reflexión interna que nos permita revisar, si es preciso a la baja, los objetivos propuestos, haciéndolos, en su caso, más asumibles y realistas y, desde luego, también pienso que, más pronto que tarde, debemos de terminar por asumir, por la vía que sea, la certeza de que al final del camino ya no nos estará esperando aquello que tanto anhelábamos.

A estas alturas yo ya sé que el plan finamente trazado no se va a cumplir. No lo voy a conseguir. Pienso que ahora procede redefinir los objetivos y ajustarlos a la baja (por el momento a la baja, más adelante ya veremos) para que la frustración no termine por invadir, infectar y malograr todo lo hasta ahora conseguido. Hay que salvar lo que sea realmente importante y prescindir del resto. La decisión no es fácil: ¿qué es lo importante y qué elementos de la vida son prescindibles para uno? Esa es la decisión que hay que tomar. Acertar en la elección será difícil; pero hay que hacer algo inmediatamente porque la frustracción es un gas paralizante.

Salvar es renunciar. Y esto (renunciar), además de doloroso, es frustrante. Se hace necesario superar esa frustración. Es lo primero. No queda otra. Es lo que hay que hacer: amputar, si es preciso, algún miembro del cuerpo para salvar la vida entera. En mi caso, por ejemplo, ni siquiera eso. Pienso que no hay por qué ser tan drástico ni llegar tan lejos, basta con redefinir algunas funciones y reconsiderar algunos objetivos para poder seguir caminando. La felicidad no será la soñada; pero al menos eso nos permitirá amanecer cada mañana  sin ilusiones frustradas ni utopías vanas.


miércoles, 25 de marzo de 2020

Ana Guardione

Mi interés por Chicho Sánchez Ferlosio me viene de lejos. Pienso que es una de las personas más lúcidas y preclaras que ha tenido este país. En estas mismas páginas más de una vez lo he puesto de manifiesto. Todo lo que rodeó a Chicho fue grande y extraordinario. También lo fueron las personas que en alguna etapa de su vida le acompañaron. Un día en estas páginas lancé una interrogación al aire: "¿Qué será de Ana Guardione?", la que fuera su primera mujer y madre de todos sus hijos. La respuesta no tardaría en llegar. Un día, a través de una plataforma digital recibí una solicitud de amistad. Era Ana Guardione. En los inicios me preguntó por mi interés por Chicho y me interrogaba sobre qué pensaba de él. Yo le daba mi opinión. En realidad no conocí en persona a su marido y, por tanto, solo tenía referencias de él a través de terceros: Amancio Prada, Juan Carlos Mestre... Así nos entreteníamos algunas noches, hablando sobre aquello que nos apasionaba a los dos, hasta que un día me hizo la pregunta que yo esperaba hacía tiempo: ¿Sabes quién soy?, me dijo. Por supuesto, le contesté. Lo sé desde el primer momento, tú eres la ex mujer de Chicho, rematé.

Desde la primera palabra, desde el primer momento sentí la cercanía de esta espectacular mujer. Supe desde el primer momento que estaba ante alguien realmente especial. Una mujer curtida en mil batallas de la vida, una mujer paciente y generosa. Una mujer muy inteligente y sensible. Cuando hablabas con ella te cautivaba. Podía estar horas contándote historias maravillosas. Hablé durante muchos años con ella y el día que la vi en Madrid me regaló una remasterización del disco de Chicho editado en Suecia. Recuerdo perfectamente aquel día. En ningún momento perdió la sonrisa (ni las ganas de fumar). 

Era muy activa en las redes sociales. Me enviaba numerosos WhatsApp. Y en un momento, allá por el año 2015 los dos compartimos la decepción por las comunicaciones a través de estas nuevas tecnologías. Ambos nos desencantamos. Hasta tal punto fue así que yo decidí eliminar mi cuenta de Facebook y lo anuncié. Recibí inmediatamente un mensaje de ella manifestándome cuánto lo entendía y dándome su punto de vista al respecto. A mí me pasó lo mismo, me dijo. El destino quiso, afortunadamente, que no me diera de baja inmediatamente, lo que me permitió, sin yo saberlo entonces, abrir una puerta a la esperanza en mi vida. Algo maravilloso estaba por ocurrir.

El último mensaje que le mandé fue para interesarme por su estado de salud. No recibí respuesta. Me sorprendió. Indagué e inmediatamente conocí la noticia de su fallecimiento. Se ha ido una mujer valiente, inteligente, que sufrió hasta el último día de su vida y que disfrutó, al mismo tiempo de esa vida a la que le sacó todo el partido. Fue una mujer de un corazón ancho en el que no cabía el rencor. Descansa en paz, Ana. Que la Tierra Te sea Ligera.


martes, 21 de enero de 2020

La inercia es el diablillo que nos pega con la escoba en el tren de la bruja

¿Podríamos explicar el comportamiento humano aplicando las ecuaciones físicas de las Leyes de Newton o de la Teoría de la Relatividad de Einstein? Yo pienso que sí. Este es un tema que desde hace mucho tiempo me interesa.

Cuando vamos montados en un coche y éste acelera, aparece una fuerza que hace que nos vayamos hacia atrás y nos peguemos al asiento. Sin embargo, si el vehículo frena bruscamente nos iremos hacia delante y nos golpearemos la cabeza con el salpicadero. Todo el mundo sabe que en las curvas aparece también una fuerza, que llamaremos centrífuga, que tiende a expulsarnos de nuestra trayectoria.

En realidad, la física nos enseña que todas estas fuerzas son ficticias. No existen. Y, sin embargo, si no las tuviéramos en cuenta nos romperíamos la crisma. Es decir, tienen una consecuencia práctica en nuestras vidas. A estas fuerzas se les conoce con la expresión de INERCIA.

¿Qué es la inercia? Pues no es otra cosa que la resistencia de nuestro cuerpo al cambio de movimiento. Si nuestro cuerpo está en reposo se resiste a moverse. Si describe una trayectoria recta, por ejemplo, se resiste a realizar una curva. A esa resistencia es lo que se le conoce como el fenómeno físico al que llamamos inercia.

En mi opinión, en la vida cotidiana también aparece el fenómeno de la inercia. Cuando un niño pasa del colegio al instituto, durante un periodo variable de tiempo, mantiene los antiguos comportamientos del cole. El niño no es plenamente consciente de que ya no tiene maestros, sino profesores de Matemáticas, de Lengua, etc., cuya principal misión no es enseñarle cosas de la vida, sino darles una instrucción. Un profesor de Matemáticas o de Lengua no educa; un padre o una madre o un maestro, sí. Cuando ese mismo niño pase a la Universidad le ocurrirá lo mismo. Al principio seguirá con los hábitos del instituto. Y eso no le hará ningún bien en la nueva etapa.

Lo mismo ocurre cuando una pareja está casada y las relaciones no van bien. Deberían separarse cuando se detecta el problema; pero la inercia hace que sigan juntos durante algún tiempo. Podría extenderme en comentar por qué ocurre esto y las consecuencias que trae, pero no es este el objeto de esta reflexión. Por ahora baste decir que en las relaciones de pareja también aparece el fenómeno de la inercia.

Es fácil llegar a la conclusión de que una persona casada o comprometida mantendrá durante un tiempo comportamientos de casado o de comprometido más allá de lo que dure la propia relación. Y una persona soltera, de igual manera, mantendrá durante un tiempo comportamientos de soltería con independencia de que ya haya perdido esa condición. Esto es así. Es pura aplicación de las leyes físicas a la vida. Es la inercia. Esa fuerza ficticia, inexistente, pero que tiene unas consecuencias prácticas muy reales en nuestras vidas.

Cuando la inercia se presenta en nuestras vidas no nos sentimos cómodos. Pensemos en el coche que acelera o frena bruscamente o que describe una curva cerrada. Hace que realicemos movimientos arriesgados para mantener nuestra posición. Convivir con la inercia podrá ser más o menos complicado, arriesgado o divertido, pero lo que no será es ni aburrido ni fácil. Lo fácil en nuestras vidas es que la inercia no haga acto de presencia.

A un recién casado esta inercia puede acabar con su nueva relación de pareja. Puede impedir que se consolide. Puede hacer que fracase. Un recién casado o comprometido tiende a seguir los hábitos, usos y comportamientos de soltero, pero los cambios que deberá hacer para adaptarse a la nueva situación para no ser expulsado de ella le moverán, le modificará la trayectoria y le hará sentir en algún momento una sensación extraña (a veces de vértigo). Deberá superarlo. En caso contrario no se adaptará y pondrá en riesgo la relación. O, dicho de otra manera, se romperá la crisma.

Pero lo curioso, lo más curioso de todo esto es que sin inercia no podemos vivir. A un matrimonio que pretende ser duradero lo mata la ausencia de inercia. Hacer siempre lo mismo, a la misma velocidad. Seguir la misma trayectoria, seguir las mismas pautas de comportamiento, no dar en algún momento un giro a sus vidas hace que la pareja se extinga y se muera. Una vida sin inercia es una vida aburrida. Rectifico: una vida sin inercia no es una vida, es un pasar por la vida sin vivirla.

La cuestión relevante sobre la que ahora pongo el foco está en cómo pasar de un comportamiento single al de pareja sin morir en el intento. Cómo manejar hábilmente la inercia. Cómo adaptar en ese momento la velocidad de cambio y la trayectoria sin romperse la crisma. En esa fase tan inestable y complicada del cambio, la cuestión importante es saber cuándo se debe pisar el acelerador y cuando el freno. Lo relevante es conocer en qué momento debemos girar para cambiar la trayectoria. Y en todo momento debemos tener presente que no vamos solos. Que, a nuestro lado, con nosotros, viaja la pareja que hemos elegido de acompañante, que sufrirá las consecuencias de la inercia sin ir agarrada al volante y sin poder anticiparse a la situación.

Las ecuaciones de la mecánica de Newton también nos ayudan a conocer los efectos de la inercia y a decidir el momento justo en el que debemos impulsar un cambio para que el aburrimiento y la monotonía no se instalen en nuestras vidas. La inercia es una montaña rusa. La inercia es el diablillo que nos pega con la escoba en el tren de la bruja. La inercia es la que nos provoca la emoción y la pasión. La inercia es la salsa de la vida.


En cambio, la ausencia de inercia en la vida es conducir por una autopista recta un coche de cambio automático con el limitador de velocidad activado a 100km/h. Puede ser todo menos algo excitante.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Greta Thunberg

He leído con atención un reciente artículo de Almudena Grandes sobre esta activista adolescente. Es uno más, que viene a agrandar ese río de tinta, que en las últimas semanas nos ha inundado con informaciones sobre esta joven que ha puesto patas arriba los foros en los que se discute sobre el clima. En su artículo, Almudena Grandes nos advierte que no es bueno fijar la atención en Greta Thunberg, entrando en consideraciones personales sobre su juventud, su enfermedad, etc. La escritora dice que eso impide que nos centremos en los auténticos responsables del desastre climático que denuncia la joven adolescente: el Gobierno chino, Bolsonaro cargándose la Amazonía, etc. Almudena resume su posición indicando que mientras hablamos y fijamos la atención mediática en Greta ocultamos a los verdaderos responsables. Tiene razón la escritora, pero falla su argumento, porque personalmente creo que justamente son esos responsables del desastre climático quienes han creado , cebado y exagerado el fenómeno Greta Thunberg para pasar ellos desapercibidos. No me atrevería a afirmar, como hacen otros, porque no tengo ningún dato al respecto, que sean algunas multinacionales entre ellas las más contaminantes las que financian los movimientos de la joven activista sueca, pero de lo que no hay duda es que el coste mediático que supone llevar el mensaje de Greta alguien lo tiene que pagar. Este asunto no es nuevo. Relacionar los productos con las emociones para hacer propaganda es un viejo invento de aquél conocido sobrino de Sigmund Freud, que consiguió, en los años veinte, convencer a las mujeres para que fumaran cigarrillos. La Compañía Americana de Tabaco contrató al publicista Edward Bernays para conseguir incorporar a las mujeres al mundo del tabaco. Hasta entonces estaba mal visto por la sociedad americana (y mundial) que una mujer encendiera en público un cigarrillo. Bernays consiguió que un grupo de feministas al final de una manifestación encendieran un cigarro bajo el eslogan "encender una antorcha por la libertad". Aquel acto tuvo una enorme repercusión mediática porque el propagandista había contratado las cabeceras y primeras páginas de todos los periódicos diarios para que la reivindicación feminista se publicara en todos los tabloides. También pagó grandes sumas de dinero a directores y productores de películas para que aparecieran mujeres fumando. El final de la historia lo conocemos. La Compañía Tabacalera americana consiguió el objetivo y se normalizó la incorporación de la mujer al tabaco. Las ventas subieron.

Creo que el fenómeno de Greta Thunberg debe verse desde cierta distancia para observar el papel de todos los actores. Es necesario analizar sus discursos, bien documentados, con datos de paneles internacionales y sin duda con buen asesoramiento científico, para determinar no solo lo que dice sino también lo que en ellos no se dice y se oculta. Es una niña. Es una adolescente que está preocupada por el deterioro ambiental y el daño que estamos haciendo al planeta. Eso está bien. Yo participo de la misma idea, pero creo que hay que ir más allá y no quedarnos en la autocomplacencia de los discursos bien hechos y las poses. A Greta, que habla tan claro, no le he oído señalar a los responsables del desastre climático para que la mirada justamente se concentre en ellos y no en ella tal y como denuncia Almudena Grandes. De igual manera, tampoco he visto excesivo interés en los medios de comunicación y en los líderes de opinión que trabajan en estos medios por denunciar y poner al desnudo a los responsable del desastre ecológico.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Farfolla

Recuerdo una anécdota que hace muchos años el protagonista me contó haber vivido con el alcalde de Madrid, el viejo profesor, Enrique Tierno Galván. En una ocasión el alcalde invitó a dar una conferencia a un conocido escritor, que por elemental cortesía omitiré su nombre, aunque a él no le hubiera importado que lo diera porque lo único que le interesaba era "hablar de su libro". Al finalizar la conferencia, conociendo la personalidad del eximio juntaletras, el alcalde ordenó a un colaborador que le entregara un sobre que contenía el dinero de la gratificación económica; pero puntualizó: "Antes de entregárselo, doble usted los billetes en el sobre y ciérrelo, así el conferenciante, al menos por unos instantes, al meter el sobre en el bolsillo y tocar lo abultado del paquete, creerá que su gratificación es superior a la real". En definitiva, la estrategia del alcalde era la de hacer creer que la "cosa tenía mucha apariencia", cuando en realidad tenía "muy poca entidad". Eso es justamente lo que se puede definir con el término "farfolla", que da título a esta entrada.

De aquel suceso han pasado cerca de 40 años; pero el uso de la farfolla hoy es más actual que nunca. Basta asomarse a cualquier red social para experimentarlo.

En este sentido, a mí me llaman especialmente la atención algunas felicitaciones de cumpleaños que se envían a través de conocidas redes sociales. Uno se puede limitar a "felicitar" al otro con más o menos pasión, en función del grado de cercanía y amistad que se tiene (si es posible discernir virtualmente esto); pero algunos mandan unos sofisticados emoticonos con movimiento  y efectos especiales que simulan, por ejemplo, la entrega de un ramo de flores. Lo más sorprendente de todo se produce cuando leo que el receptor de la felicitación agradece efusivamente el "ramo de flores". ¿Qué ramo de flores?, me pregunto yo. Y me sigo preguntando, ¿no sería más apropiado enviar un ramo de flores o una tarjeta de felicitación "real", escrita a mano, a la dirección postal de nuestro amigo? Indudablemente esto supondría un coste económico muy elevado para aquellos que poseen cientos de amigos en las redes sociales y pretendiesen felicitar por su santo o su cumpleaños a todos ellos, pero también serviría para valorar el coste de la amistad o, por el contrario, para ser conscientes de que en realidad uno no dispone de tantos amigos como parece.

Antes, en tiempos del viejo profesor, con anterioridad a la aparición de las redes sociales, la farfolla tenía una vida corta. El afectado, en muy poco tiempo se daba perfecta cuenta que la cosa tenía mucha apariencia, pero poca entidad. Nuestro eximio escritor, al abandonar la casa consistorial en la que dio la conferencia y pocos minutos después de haberlo recibido, al abrir el sobre que contenía la gratificación económica, fue plenamente consciente de la realidad de lo que se le entregaba y en cuánto se valoraba su talento.

Hoy esto es más difícil de ver. En mayor o menor medida, todos hemos aceptado en nuestra forma de relacionarnos el "postureo". Esa expresión tan horrible sobre la que ya escribí en estas mismas páginas. La sociedad nos ha obligado a mantener este tipo de actitudes amables frente a personas que a pesar de que no conocemos mantenemos con ellas una fluida relación virtual. A algunas de estas personas es posible que nunca las lleguemos a ver físicamente, sin embargo hemos establecido con ellas una conexión personal de tal grado que nos hace creer que son amigas de toda la vida. Más aún se llega a idealizar esa amistad y esta forma de relacionarse, justamente porque no nos cuesta nada. Todo lo que en esa relación se produce es satisfactorio y amable. Oímos palabras que nos reconfortan, amables y bellas. Aún sin conocernos exaltan todos nuestros talentos y destacan todas nuestras virtudes. No existen los defectos.

Este tipo de relación virtual no tiene los inconvenientes de la tradicional. Por ejemplo, cuando uno se aburre del amigo virtual se desconecta. Se pone una disculpa del tipo, "debo planchar" o mejor aún, "me voy a duchar y mientras lo hago pensaré en tí". Con un amigo virtual uno nunca se aburre. Tampoco sufre las consecuencias de los rigores que impone a nuestro cuerpo el verano. No olemos mal ni es necesario exigir a nuestro amigo puntualidad en la cita o decoro en el vestir. Todos son ventajas. Evitamos los inconvenientes del bis a bis. Solo hablamos cuando nos apetece, de lo que nos apetece y si nos apetece: sin compromiso. Todos somos muy conscientes de lo muy atareado y ocupado que está el otro. Por eso somos respetuosos con su tiempo y su espacio. Le decimos, "no sabes cómo te entiendo, a mi me pasa igual, no doy abasto en el trabajo". Y aceptamos la amable recomendación que siempre nos hacen sobre la necesidad de descansar y relativizar el tiempo de trabajo. A lo que contestamos agradecidos, "ya lo sé, cielo, lo que pasa es que en esta oficina el único que curra soy yo". Toda esta comunicación, por supuesto, se produce en horario laboral, porque fuera de él las tareas nos siguen ocupando mucho más.

Cuando no estamos conectados, cuando no aparece el puntito verde en nuestro pc o en el móvil, el resto del tiempo lo dedicamos a nuestra aburrida vida cotidiana. Soportamos los olores de verano que desprende nuestra pareja, le recriminamos el desaliño de la vestimenta, le exigimos que se lave los dientes, que colabore un poco más en las tareas domésticas y, desde luego, nos duchamos sin pensar en él. Poco importa que ese día nos haya traído un enorme ramo de flores por nuestro cumpleaños, porque es el quincuagésimo primero que recibimos. Los cincuenta anteriores se anticiparon al mandarlos a través del Facebook y del Wp, algunos de ellos meritorios y realmente espectaculares, auténticas obras maestras de ingeniería cibernética. !Qué detallazo el de los amigos virtuales¡

!Jolines¡, no lo esperaba, por eso antes de salir de la oficina he tenido tiempo para poner en el Facebook un agradecimiento general en el que digo que "hante la abalancha de felicitaciones de cumpleaños que e recivido y hante la himposibilidad de contestar personálmente a todas y cada una de ellas quiero agradeceros desde aqui a tódos los que hos haveis acordado de mí este día". Esta frase es redonda y me queda siempre estupenda, por eso la copio de un año para otro.

Cuando mi pareja me recriminó por la noche no haberle agradecido su ramo de flores, le tuve que recordar: ¿qué pasa?, ¿es que tú no lees mi Facebook? ¿Ves por qué te digo que siempre andas a tu puta bola y no te preocupas de mí?

lunes, 2 de septiembre de 2019

Nostalgia

Hace poco más de un año tuve un sueño que entonces viví como si fuera una auténtica realidad. Ya se sabe, a los ingenieros nos interesa mucho y nos empeñamos en convertir las ideas, los pensamientos y los sueños en algo tangible: en una cosa, en una realidad palpable. El sueño apenas duró cinco meses, pero fue tan intenso que todavía hoy puedo saborear y vivir de su recuerdo. Un dulce sabor a melón fresco en el solsticio de verano. Mientras duró, los días eran de 48 horas y no había horas suficientes en el día para que lo diese por terminado. Siempre me quedaba un detalle más que añadir para perfeccionarlo. No quería que acabase nunca el día, porque notaba cómo a cada minuto iba ganando terreno al sufrimiento. Como un jugador de tenis, restaba con mano firme y segura el servicio de cada bola que me enviaba envenenada la tristeza. Cada amanecer lo celebraba como el inicio de un partido que estaba convencido que iba a ganar. Prolongaba el día con las noches de vigilia. Todo esfuerzo era bienvenido y necesario. Fueron días azules vividos con la alegría de la núbil inocencia. 

Como digo, apenas fueron cinco meses, pero puedo asegurar con rotundidad que conseguí transformar aquel sueño en algo real. Se produjo el milagro.

El despertar no fue fácil: primero vino el lamento por mi cruda suerte al son de la melodía de Handel: “Lascia ch'io pianga/Mia cruda sorte” y después la voz del poeta de aquellos que no tienen ni voz ni apenas esperanza me señaló el camino: “Lloro ángel mío como un caballo joven que huye de su sombra, lloro bajo el palio púrpura de la núbil inocencia, también por los sueños que no tuve y que ya nunca sabré, porque todo se ha envanecido y me cavila y lo divulgo, lloro sobre esta época y su dulcedumbre pero tú no me escuchas, pero tú me habrás olvidado ungida por lo dócil y el efímero esmero de las giganteas fragantes”.

Hoy todavía me queda el recuerdo húmedo de aquellas lágrimas; pero también el de la fragancia y el olor a melón fresco y sobre todo la alegría de haber conseguido hacer realidad, aunque solo fuera por un corto espacio de tiempo, un sueño.

Tener conciencia de ello me ha hecho más ingeniero, más humano y mejor persona. Hoy lo recuerdo con nostalgia.

jueves, 25 de abril de 2019

Una nueva ilusión

No tuve valor para hacer nada, así que me senté y esperé serenamente a morir. Mientras lo hacía miré hacía atrás y no encontré nada por lo que mereciera la pena levantarme. Todo lo que había pasado ya no tenía nada que ver conmigo. No me concernía ni me reconocía en ello. No esperaba recoger ningún fruto de lo sembrado. Es como si un mal augurio pronosticase que una climatología adversa, en un inmediato futuro, terminaría por arruinar toda la cosecha. No merecía la pena esperar. Ser testigo de semejante catástrofe solo traería más dolor (a esto algunos lo llaman cobardía). Y así lo anuncié a todos los que me quisieron escuchar. Ya no quiero seguir viviendo. La melancolía había terminado por adueñarse de todo mi ser. !Qué difícil me resultaba entonces explicarlo¡, y, aún hoy.

Mientras no hacía nada el mundo seguía girando. Cuando me pareció y tuve valor me levanté. Y contemplé la cosecha. ¿Arruinada? En cierta medida sí. Poco importaba que también hubiera frutos sanos y vigorosos. Esos frutos ya no me gustaban. Ya no me apetecían y dudo que probarlos le hicieran bien a mi organismo. Me acostumbre a una dieta sencilla: un poco de buena música, buenos libros y la compañía de algunas piedras. Mis tres pasiones de siempre. Aprendí a valorar el silencio.

De alguna manera la catarsis se había producido. Ahora más que nunca pienso que ese parón en la vida fue absolutamente necesario. A pesar de sentirme solo, nunca estuve solo. Nunca estuve en peligro. Ese dejarme morir era bueno para regenerar mi organismo, que ahora siento como poco a poco renace más vigoroso. Enfatizo lo de "poco a poco", porque el proceso tiene que ser así, lento, muy lento.

Ahora me siento más fuerte. Estoy más motivado y de alguna manera ha renacido en mi la ilusión. Lo más curioso es que tener conciencia de ello me da miedo. !Tener una nueva ilusión¡, !qué miedo¡ Miedo a perderla y no ser capaz de levantarme de nuevo, miedo a no ser capaz de gestionarla, miedo al fracaso...

Nunca forcé el cambio. Nunca busque nada, solo dejé que mi cerebro dirigiera mi cuerpo por los lugares adecuados por los que transitar. Y fue la inteligencia del cerebro la que me llevó a encontrar una nueva ilusión que me sacase del letargo, me hiciera levantar y me impulsase a caminar. Lo he hecho. Estoy muy satisfecho con el resultado. Pero a la vez tengo miedo. La fortaleza me ha dado seguridad y la seguridad me ha hecho ser más exigente.

He disfrutado de algunos días de vacaciones, y, aunque sigo sintiéndome extraño cuando vago (en esto como en tantas otras cosas soy nuevo), he adquirido conciencia de lo que necesito, del camino que debo recorrer y de las personas que quiero que me acompañen en él. En estos días he tenido tiempo de pensar en el futuro que quiero construir. En ese futuro que no hace mucho tiempo me negaba a mi mismo. Sigo triste, no hay más que leer lo que escribo para darse cuenta de ello, pero no tengo ninguna duda que esto ya tocó fondo. A partir de ahora la vida empieza adquirir distintas tonalidades y color. Siempre me gustó y me gusta ser un farraguas; vestir inadecuadamente; combinar mal los colores y agotar la suela de los zapatos hasta sentir la humedad y el frío en la palma de los pies. Pero en este tiempo también he aprendido a dejarme llevar, ponerme un indecente chaleco, pantalones ajustados a mi talla y una chaqueta, una horrible chaqueta, que hace de mi estampa la de un perfecto pijo. No ha pasado nada. Me he sentido bien y la vida y el mundo han seguido girando sin ni siquiera darse cuenta que existo. En estos últimos meses me he desecho de muchos prejuicios y de muchas otras cosas.

En estos días he metido los pies en el agua fría del Cantábrico, he mirado al horizonte lejano y he recordado la frase del maestro Galeano cuando se preguntaba para qué sirve la utopía y la comparó con el horizonte. He mirado hacia atrás y he visto que tiene razón, que sirve para caminar. Me he levantado, me he puesto en pié y he caminado de nuevo.

Visité la costa del Atlántico y he pasado unos días en Madrid. He recorrido más de 300 millas sólo para llegar a la capital y después he hechos otras 300 para llegar a mi destino cruzando la Carpetovetonia. He estado muy a gusto, a pesar de que los pronósticos iniciales no eran buenos (aparecieron nuevamente las tinieblas amenazantes). Esto también es una muy buena señal, porque significa que ya no hay nada que pueda pararme. 

Sin duda ha renacido en mi una nueva ilusión. Jamás lo habría esperado, ¿verdad Josefa?

lunes, 14 de mayo de 2018

Dejar que el tiempo cure las heridas

Recuerdo aquel chiste que hace muchos años se contaba de Franco. Se decía que sobre la mesa de su despacho acumulaba, a cada extremo, dos montones de papeles con asuntos que requerían una solución. De un lado colocaba aquéllos que el tiempo había resuelto y del lado opuesto los que el tiempo acabaría resolviendo. Para solucionar los problemas el dictador no debía hacer nada. Sólo dejar pasar el tiempo.

Durante los últimos años, en la mesa en la que reposan mis emociones he acumulado un montón de sentimientos con el propósito de dejar que el tiempo cure las heridas abiertas, acumuladas en esta batalla sin tregua que es la vida. Hasta ahora, no he sido especialmente activo en buscar una solución al problema, que, por el mero hecho de estar hablando de él, es la evidencia de que existe.

Creo firmemente en la Hipótesis de Gaya, en la capacidad de autorregulación del organismo, y creo que, con una mínima intervención, con algo de ayuda uno es capaz de superar aquellos eventos pasados que reiteradamente vuelve a nosotros para recordarnos los miedos, las inseguridades, los errores (reales o ficticios) que hemos cometido o las pérdidas que hemos sufrido.

Este paciente esperar preocupa a los más allegados, porque consideran que se corre un alto riesgo de aislamiento social, de disminución de la autoestima o de las ganas de vivir. Es difícil explicar al entorno lo que uno siente y las razones profundas que le llevan a elegir como mejor opción entre todas las que se ofertan, dejar pasar el tiempo. Y más difícil todavía convencer a los allegados de que se está haciendo lo que se debe hacer, que no es otra cosa que esperar a que venzan las horas. Conviene recordar que por mucha habilidad que uno tenga cocinando, la paella, a fin de cuentas, requiere 20 minutos de cocción. Por muy rápido que uno cocine, siempre debe dejar pasar ese tiempo para garantizar el éxito.

Hoy puedo certificar que mi organismo, con el paso del tiempo, está realizando bien su trabajo. La sensación de tristeza y abatimiento está dejando poco a poco espacio a la ilusión y a las ganas de vivir. Esta es una batalla dura que dirige y capitanea la parte de mi cerebro que se ocupa de mi supervivencia. He dejado que mi viejo y cansado reptiliano haga su trabajo con la sabiduría que le da haberse ocupado con éxito de que yo llegara hasta aquí. El reptiliano ha sido y es sin duda mi mejor aliado.

Considero que el esperar, a pesar del sufrimiento y de las dificultades, ha merecido la pena. Ha sido un aprendizaje muy positivo. En ningún momento he tenido la sensación de que la batalla estaba perdida. Bien al contrario, he sentido cómo muy lentamente los papeles pasaban de un extremo al otro de la mesa, poniendo cada cosa en su sitio y dando solución a aquellas cuestiones prioritarias que exigían una intervención inmediata y dejando para mejor momento las menos urgentes.

Hoy, finalmente, estoy feliz. Veo con claridad la salida del túnel y pese al trabajo que todavía está pendiente, creo que ya es hora de dar descanso a mi reptiliano y relevarlo con el neocortes y, sobretodo, por el límbico.

En el límbico se centran ahora todas mis esperanzas. Ya no será necesario pedir a la autoridad la intervención ni el rescate. El sistema está fuerte y fuera de peligro. Lo peor ha pasado.