¿Podríamos explicar
el comportamiento humano aplicando las ecuaciones físicas de las Leyes de Newton
o de la Teoría de la Relatividad de Einstein? Yo pienso que sí. Este es un tema
que desde hace mucho tiempo me interesa.
Cuando vamos
montados en un coche y éste acelera, aparece una fuerza que hace que nos
vayamos hacia atrás y nos peguemos al asiento. Sin embargo, si el vehículo
frena bruscamente nos iremos hacia delante y nos golpearemos la cabeza con el salpicadero.
Todo el mundo sabe que en las curvas aparece también una fuerza, que llamaremos
centrífuga, que tiende a expulsarnos de nuestra trayectoria.
En realidad, la
física nos enseña que todas estas fuerzas son ficticias. No existen. Y, sin
embargo, si no las tuviéramos en cuenta nos romperíamos la crisma. Es decir,
tienen una consecuencia práctica en nuestras vidas. A estas fuerzas se les
conoce con la expresión de INERCIA.
¿Qué es la inercia?
Pues no es otra cosa que la resistencia de nuestro cuerpo al cambio de
movimiento. Si nuestro cuerpo está en reposo se resiste a moverse. Si describe una
trayectoria recta, por ejemplo, se resiste a realizar una curva. A esa resistencia
es lo que se le conoce como el fenómeno físico al que llamamos inercia.
En mi opinión, en
la vida cotidiana también aparece el fenómeno de la inercia. Cuando un niño
pasa del colegio al instituto, durante un periodo variable de tiempo, mantiene
los antiguos comportamientos del cole. El niño no es plenamente consciente de que ya no
tiene maestros, sino profesores de Matemáticas, de Lengua, etc., cuya principal
misión no es enseñarle cosas de la vida, sino darles una instrucción. Un profesor
de Matemáticas o de Lengua no educa; un padre o una madre o un maestro, sí.
Cuando ese mismo niño pase a la Universidad le ocurrirá lo mismo. Al principio seguirá con los
hábitos del instituto. Y eso no le hará ningún bien en la nueva etapa.
Lo mismo ocurre
cuando una pareja está casada y las relaciones no van bien. Deberían separarse
cuando se detecta el problema; pero la inercia hace que sigan juntos durante
algún tiempo. Podría extenderme en comentar por qué ocurre esto y las
consecuencias que trae, pero no es este el objeto de esta reflexión. Por ahora
baste decir que en las relaciones de pareja también aparece el fenómeno de la
inercia.
Es fácil llegar a
la conclusión de que una persona casada o comprometida mantendrá durante un
tiempo comportamientos de casado o de comprometido más allá de lo que dure la propia
relación. Y una persona soltera, de igual manera, mantendrá durante un tiempo comportamientos
de soltería con independencia de que ya haya perdido esa condición. Esto es
así. Es pura aplicación de las leyes físicas a la vida. Es la inercia. Esa
fuerza ficticia, inexistente, pero que tiene unas consecuencias prácticas muy reales en
nuestras vidas.
Cuando la inercia
se presenta en nuestras vidas no nos sentimos cómodos. Pensemos en el coche que
acelera o frena bruscamente o que describe una curva cerrada. Hace que
realicemos movimientos arriesgados para mantener nuestra posición. Convivir con
la inercia podrá ser más o menos complicado, arriesgado o divertido, pero lo
que no será es ni aburrido ni fácil. Lo fácil en nuestras vidas es que la inercia
no haga acto de presencia.
A un recién casado
esta inercia puede acabar con su nueva relación de pareja. Puede impedir que se
consolide. Puede hacer que fracase. Un recién casado o comprometido tiende a
seguir los hábitos, usos y comportamientos de soltero, pero los cambios que
deberá hacer para adaptarse a la nueva situación para no ser expulsado de ella le moverán, le modificará la
trayectoria y le hará sentir en algún momento una sensación extraña (a veces de
vértigo). Deberá superarlo. En caso contrario no se adaptará y pondrá en riesgo
la relación. O, dicho de otra manera, se romperá la crisma.
Pero lo curioso,
lo más curioso de todo esto es que sin inercia no podemos vivir. A un matrimonio que
pretende ser duradero lo mata la ausencia de inercia. Hacer siempre lo mismo, a
la misma velocidad. Seguir la misma trayectoria, seguir las mismas pautas de
comportamiento, no dar en algún momento un giro a sus vidas hace que la pareja
se extinga y se muera. Una vida sin inercia es una vida aburrida. Rectifico:
una vida sin inercia no es una vida, es un pasar por la vida sin vivirla.
La cuestión
relevante sobre la que ahora pongo el foco está en cómo pasar de un
comportamiento single al de pareja sin morir en el intento. Cómo manejar hábilmente la
inercia. Cómo adaptar en ese momento la velocidad de cambio y la trayectoria
sin romperse la crisma. En esa fase tan inestable y complicada del cambio, la
cuestión importante es saber cuándo se debe pisar el acelerador y cuando el
freno. Lo relevante es conocer en qué momento debemos girar para cambiar la
trayectoria. Y en todo momento debemos tener presente que no vamos solos. Que,
a nuestro lado, con nosotros, viaja la pareja que hemos elegido de acompañante,
que sufrirá las consecuencias de la inercia sin ir agarrada al volante y sin
poder anticiparse a la situación.
Las ecuaciones de
la mecánica de Newton también nos ayudan a conocer los efectos de la inercia y
a decidir el momento justo en el que debemos impulsar un cambio para que el
aburrimiento y la monotonía no se instalen en nuestras vidas. La inercia es una
montaña rusa. La inercia es el diablillo que nos pega con la escoba en el tren
de la bruja. La inercia es la que nos provoca la emoción y la pasión. La
inercia es la salsa de la vida.
En cambio, la
ausencia de inercia en la vida es conducir por una autopista recta un coche de
cambio automático con el limitador de velocidad activado a 100km/h. Puede ser todo
menos algo excitante.