martes, 21 de enero de 2020

La inercia es el diablillo que nos pega con la escoba en el tren de la bruja

¿Podríamos explicar el comportamiento humano aplicando las ecuaciones físicas de las Leyes de Newton o de la Teoría de la Relatividad de Einstein? Yo pienso que sí. Este es un tema que desde hace mucho tiempo me interesa.

Cuando vamos montados en un coche y éste acelera, aparece una fuerza que hace que nos vayamos hacia atrás y nos peguemos al asiento. Sin embargo, si el vehículo frena bruscamente nos iremos hacia delante y nos golpearemos la cabeza con el salpicadero. Todo el mundo sabe que en las curvas aparece también una fuerza, que llamaremos centrífuga, que tiende a expulsarnos de nuestra trayectoria.

En realidad, la física nos enseña que todas estas fuerzas son ficticias. No existen. Y, sin embargo, si no las tuviéramos en cuenta nos romperíamos la crisma. Es decir, tienen una consecuencia práctica en nuestras vidas. A estas fuerzas se les conoce con la expresión de INERCIA.

¿Qué es la inercia? Pues no es otra cosa que la resistencia de nuestro cuerpo al cambio de movimiento. Si nuestro cuerpo está en reposo se resiste a moverse. Si describe una trayectoria recta, por ejemplo, se resiste a realizar una curva. A esa resistencia es lo que se le conoce como el fenómeno físico al que llamamos inercia.

En mi opinión, en la vida cotidiana también aparece el fenómeno de la inercia. Cuando un niño pasa del colegio al instituto, durante un periodo variable de tiempo, mantiene los antiguos comportamientos del cole. El niño no es plenamente consciente de que ya no tiene maestros, sino profesores de Matemáticas, de Lengua, etc., cuya principal misión no es enseñarle cosas de la vida, sino darles una instrucción. Un profesor de Matemáticas o de Lengua no educa; un padre o una madre o un maestro, sí. Cuando ese mismo niño pase a la Universidad le ocurrirá lo mismo. Al principio seguirá con los hábitos del instituto. Y eso no le hará ningún bien en la nueva etapa.

Lo mismo ocurre cuando una pareja está casada y las relaciones no van bien. Deberían separarse cuando se detecta el problema; pero la inercia hace que sigan juntos durante algún tiempo. Podría extenderme en comentar por qué ocurre esto y las consecuencias que trae, pero no es este el objeto de esta reflexión. Por ahora baste decir que en las relaciones de pareja también aparece el fenómeno de la inercia.

Es fácil llegar a la conclusión de que una persona casada o comprometida mantendrá durante un tiempo comportamientos de casado o de comprometido más allá de lo que dure la propia relación. Y una persona soltera, de igual manera, mantendrá durante un tiempo comportamientos de soltería con independencia de que ya haya perdido esa condición. Esto es así. Es pura aplicación de las leyes físicas a la vida. Es la inercia. Esa fuerza ficticia, inexistente, pero que tiene unas consecuencias prácticas muy reales en nuestras vidas.

Cuando la inercia se presenta en nuestras vidas no nos sentimos cómodos. Pensemos en el coche que acelera o frena bruscamente o que describe una curva cerrada. Hace que realicemos movimientos arriesgados para mantener nuestra posición. Convivir con la inercia podrá ser más o menos complicado, arriesgado o divertido, pero lo que no será es ni aburrido ni fácil. Lo fácil en nuestras vidas es que la inercia no haga acto de presencia.

A un recién casado esta inercia puede acabar con su nueva relación de pareja. Puede impedir que se consolide. Puede hacer que fracase. Un recién casado o comprometido tiende a seguir los hábitos, usos y comportamientos de soltero, pero los cambios que deberá hacer para adaptarse a la nueva situación para no ser expulsado de ella le moverán, le modificará la trayectoria y le hará sentir en algún momento una sensación extraña (a veces de vértigo). Deberá superarlo. En caso contrario no se adaptará y pondrá en riesgo la relación. O, dicho de otra manera, se romperá la crisma.

Pero lo curioso, lo más curioso de todo esto es que sin inercia no podemos vivir. A un matrimonio que pretende ser duradero lo mata la ausencia de inercia. Hacer siempre lo mismo, a la misma velocidad. Seguir la misma trayectoria, seguir las mismas pautas de comportamiento, no dar en algún momento un giro a sus vidas hace que la pareja se extinga y se muera. Una vida sin inercia es una vida aburrida. Rectifico: una vida sin inercia no es una vida, es un pasar por la vida sin vivirla.

La cuestión relevante sobre la que ahora pongo el foco está en cómo pasar de un comportamiento single al de pareja sin morir en el intento. Cómo manejar hábilmente la inercia. Cómo adaptar en ese momento la velocidad de cambio y la trayectoria sin romperse la crisma. En esa fase tan inestable y complicada del cambio, la cuestión importante es saber cuándo se debe pisar el acelerador y cuando el freno. Lo relevante es conocer en qué momento debemos girar para cambiar la trayectoria. Y en todo momento debemos tener presente que no vamos solos. Que, a nuestro lado, con nosotros, viaja la pareja que hemos elegido de acompañante, que sufrirá las consecuencias de la inercia sin ir agarrada al volante y sin poder anticiparse a la situación.

Las ecuaciones de la mecánica de Newton también nos ayudan a conocer los efectos de la inercia y a decidir el momento justo en el que debemos impulsar un cambio para que el aburrimiento y la monotonía no se instalen en nuestras vidas. La inercia es una montaña rusa. La inercia es el diablillo que nos pega con la escoba en el tren de la bruja. La inercia es la que nos provoca la emoción y la pasión. La inercia es la salsa de la vida.


En cambio, la ausencia de inercia en la vida es conducir por una autopista recta un coche de cambio automático con el limitador de velocidad activado a 100km/h. Puede ser todo menos algo excitante.