jueves, 28 de abril de 2011

Siempre José Saramago

Saramago acaba de publicar un nuevo libro. El silencio del agua es su título. Desde marzo está disponible en las librerías en sus dos versiones castellana y catalana. Es un libro para niños; pero también es algo más. El editor supongo que habrá querido hacer un guiño de complicidad al genial escritor. Es cierto, y al mismo tiempo no lo es, que Saramago falleció el pasado verano, concretamente el 18 de junio de 2010. Por tanto, el pasado mes de marzo se cumplieron ya nueve meses desde el deceso. Pero no es menos cierto que el escritor portugués nos enseñó que la naturaleza nos debe nueve meses más de vida, justamente los que permanecemos en la barriga de nuestra madre antes de nacer. Llegamos nueve meses más tarde y por tanto, en justa compensación, prolongamos nuestra existencia otros tantos meses más. Así que, para los que nos tomamos muy en serio las palabras del escritor, Saramago ha estado con nosotros hasta hace escasamente unos días.

En su día se popularizó la anécdota malevolamente atribuida a la presidenta de la Comunidad de Madrid, y ex-ministra de Aznar, Esperanza Aguirre, consistente en la adjudicación de una obra literaria a la escritora "Sara-Mago". La anécdota no puede ser cierta. No sólo porque debamos confiar en la cultura literaria de la presidenta de la Comunidad de Madrid, sino porque, hasta los adversarios más acérrimos de ella, al menos, deberán reconocerle algún conocimiento sobre las distintas posiciones y planteamientos políticos que le atañen y que se presentan en los medios de comunicación. Y Saramago nunca se ha callado ni debajo del agua. Por tanto, no creo que para nadie pasara desapercibida la opinión de José Saramago sobre cuestiones de la actualidad.

Pero esta anécdota, en mi opinión, sin ser literalmente cierta, sí es verosímil. Lo que en realidad pone de relieve es el gran desconocimiento que hasta no hace mucho tiempo (probablemente hasta la entrega del premio Nobel) existía en España sobre el autor portugués (desconocimiento extensible a todo la relacionado con Portugal o lo portugués).

Yo sólo he visto en persona una vez a José Saramago. Recuerdo que fue en el mes de septiembre del año 1998, el mismo año en el que la Academia sueca le otorgó el premio Nobel de literatura. Hasta esa fecha el autor apenas había publicado media docena de novelas, eso sí: todas geniales. Yo me encontraba con unos amigos en el Hotel Suecia, de Madrid. Uno de ellos, cuyo nombre omitiré por elemental cortesía, era profesor de lengua. En un momento de la charla a mi me pareció ver la figura de Saramago desfilar por delante de nuestra mesa. Pregunté a mi "ilustrado" acompañante si aquél hombre podía ser el autor del Año de la muerte de Ricargo Reis, y ante mi asombro encogió los hombros, sumido en un mar de dudas. Buscamos el consejo de otro amigo, que sí lo identificó y nos acercamos a él. Estaba resolviendo asuntos de intendencia en la recepción del hotel. Nos presentamos y le advertimos de nuestra profunda admiración por él y por su obra. Le hicimos saber que leíamos todos sus libros y le seguíamos en todas sus manifestaciones públicas. Yo por mi parte fui un poco más allá y aproveché la ocasión para felicitarle por el Premio Nobel de literatura. Ahora debo confesar la cara de sorpresa del portugués ante tal felicitación, que intuí no se esperaba.

Días más tarde presumí en el trabajo, ante los amigos, de mi encuentro con Saramago y de la satisfacción que sentí al hablar con él por primera, y, por cierto, última vez. Por fin pude felicitar a mi autor favorito por el Nobel. Fue entonces cuando me advirtieron que la Academia Sueca no había decidido todavía en quién recaería el Nobel y desde luego Saramago no lo era. Es decir, había confundido los rumores difundidos por algunos periódicos y las quinielas que circulaban, con hechos que todavía no se habían producido. Al ser consciente del error, me quedé de piedra. Efectivamente, un par de semanas más tarde, los medios de comunicación de todo el planeta anunciaban el Nobel de literatura para Saramago. Yo me quería morir de la vergënza. ¿Qué habría pensado Saramago al escuchar de sus devotos admiradores la felicitación anticipada por el galardón? Vaya pandilla de ignorantes, diría yo.

Como mi admiración no tenía, ni tiene, límites, años después, por otros motivos, le envié una carta. Puse (de  memoria) la dirección en el sobre y lo deposité en la estafeta de correos. Cometí sólo dos errores: el primero al identificar la isla en la que vivía: consigné Tenerife y no Lanzarote. Y el segundo error fue en el nombre de la  localidad. Es decir, acerté a duras penas con el nombre del autor. Lo más sorprendente es que Saramago me contestó. Sin duda, tuve la fortuna de encontrar a un cartero con sentido común y algo más ilustrado que yo, que fue capaz de reconocer inmediatamente el destinatario de la carta y clasificarla para su correcto destino.

En algún sitio he leído que Pilar del Río, después de leer Memorial del Convento solicitó de su librero que le facilitara todo lo publicado por aquel mismo autor, que no era mucho. Hoy confieso que a mi me sucedió lo mismo tras leer El año de la muerte de Ricardo Reis. Ya no pude dejar de leer sus libros con la misma carencia en la que iban apareciendo. Inmediatamente quise conocer el entorno del escritor: Portugal, Lisboa, Fernando Pessoa, etc. Hasta hoy mismo sigo fascinado.

Como ya he dicho, Saramago acaba de publicar un nuevo libro porque la naturaleza le debía nueve meses más. A los que habrá que añadir inmediatamente otros nueve meses, y después otros tantos, y así indefinidamente, porque en realidad, Saramago, aunque parezca una boutade, es inmortal. Y seguirá con nosotros mucho tiempo dando testimonio de su compromiso ético. No sé por qué hoy me acuerdo tanto de Saramago. Quizás se deba al hecho de ver a Portugal en la triste situación económica que está soportando.

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