martes, 5 de abril de 2011

Infraestructuras ambientales

Acaba de fracasar la implantación de otra infraestructura ambiental básica que se pretendía instalar en la provincia de León: la enésima. No es la primera vez que ocurre, ni será tampoco la última. En una ocasión fracasaron hasta 16 emplazamientos distintos para ubicar la planta de tratamiento de residuos en los alrededores de la capital de la provincia. Es una vieja historia conocida. Los opositores a este tipo de infraestructuras con incidencia ambiental siempre esgrimen dos argumentos de fácil comprensión y mejor calado. A saber:

a) El emplazamiento elegido no es el mejor de los posibles.
b) En su diseño no se han tenido en cuenta las mejores tecnologías disponibles.

No es necesario que se conozca ni que se describa la actividad que genera la frontal oposición para concluir que los dos argumentos indicados, se trate de lo que se trate, son ciertos. Resulta indiscutible el primero de ellos: por buena que sea la elección del terreno, siempre podrá decirse que en otro lugar más o menos próximo al elegido o más o menos alejado, existe un emplazamiento mejor. Siempre podrá existir un lugar mejor en donde radicar nuestra actividad. ¿O acaso hay alguien que se atreva a afirmar de forma categórica que justamente en unas coordenadas concretas y determinadas y sólo en ellas la industria encuentra su mejor emplazamiento? Por tanto, a los que se oponen, al menos, habrá que darles el beneficio de la duda. Es lo que en términos de la política comunitaria se conoce como el principio de precaución. Es decir, no se ha seleccionado el mejor lugar de todos los posibles para emplazar nuestra actividad ambiental. El segundo de los argumentos que se esgrimen habitualmente para oponerse a una actividad resulta igual de impecable: no se emplean en su diseño las mejores tecnologías disponibles. Además, dada la velocidad a la que evolucionan los avances tecnológicos este argumento constituye una buena garantía para los profesionales del frente del no. Hay una parte que suele olvidarse. Y esta es que la legislación ambiental incorpora una coletilla referida a las mejores tecnologías disponibles que dice "que, además, sean económicamente viables". Pero para ser claros, ¿qué promotor se atrevería a presentarse delante de una comunidad enfervorizada y vociferante y decir que no incorpora a su proyecto las mejores tecnologías disponibles en el mercado porque son muy caras y lo harían inviable? Se lo comerían con patatas.

Para que un proyecto de incidencia ambiental, como puede ser un vertedero de residuos, una planta de fabricación de cemento, una incineradora o una planta de tratamiento fisico-químico de aquéllos, por citar sólo algunos ejemplos, sea viable, debe reunir tres condiciones: la primera es que económicamente sea posible para su promotor. Si el promotor es privado, entonces diríamos que haya negocio. La segunda condición es que el proyecto desde el punto de vista ambiental (el técnico se da por supuesto) sea correcto, y por último y en tercer lugar, la actividad y el proyecto deben ser socialmente aceptables.

Para conseguir estas condiciones cualquier promotor, público o privado, debe superar, al menos tres síndromes o factores limitantes. 

El primero de ellos es el archiconocido NIMBY (Not In My Back Yard), cuya traducción castellana más o menos literal sería: "en el patio de atrás de mi casa, no". Es el más conocido, el que más se repite y el que hace referencia a lo "inapropiado" de la selección de la ubicación elegida.

El segundo síndrome lo entenderán inmediatamente todos aquellos promotores que en estos días intenten impulsar un proyecto de estas características. Es el conocido por las siglas inglesas NIMEY (No In My Electoral Year). Es decir, "en mi año electoral, tampoco". Podríamos citar muchos ejemplos de alcaldes que en su día fueron fieros opositores de una instalación, como consecuencia de ello se auparon al poder municipal aprovechando el tirón popular que les otorgó el promover y encabezar las manifestaciones contra el proyecto, y luego durante muchos años gestionaron los empleos, los ingresos y las ventajas de esa misma instalación que, por supuesto, "fue la anterior corporación quien la autorizó" y no ellos.

Hay un tercer síndrome que podríamos citar que es el llamado NIMOT, No In My Ofice Time. Lo que significa algo así como "no me molestes con esos asuntos cuando estoy trabajando". Las cuestiones ambientales, y más cuando son controvertidas, lo mejor es no tener tiempo para abordarlas, de esta forma nos causarán menos problemas.

Dijimos que eran tres los síndromes que había que superar para culminar con éxito un proyecto ambiental. Y los hemos citado. Pero todos ellos se pueden resumir en una única sigla, que podemos denominar como el efecto BANANA (Building Absoluty Nothing Anywhere Near Anybody), que significa algo así como NO HAGAS NADA EN NINGÚN LUGAR NI CERCA DE NADIE. Esta sí es la fórmula aúlica para no fallar nunca. No hacer nada. Esta es la clave. Lo que ocurre es que desgraciadamente esta actitud no resuelve ningún problema, más aún, los agrava.

¿Cómo resolver estas contradicciones?, ¿Cómo culminar con éxito un proyecto ambiental? Pues con convicción, una buena dosis de paciencia y mucha pedagogía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario