Una noche caminábamos tú y yo juntos
La Luna era tan brillante
Que podíamos ver la senda entre los árboles.
Luego las nubes la escondieron
Y tuvimos que tantear el camino
Hasta que sentimos la arena bajo los pies desnudos
Y escuchamos el rumor de las olas.
¿Recuerdas que me dijiste:
“todo, fuera de este momento, es mentira”?
Nos desnudamos en la oscuridad
Al borde del agua
Cuando arranqué el reloj de mi muñeca
Y sin ser visto ni decir nada, lo arrojé al
Mar.
Un vaso de agua fresca en este extraño caluroso día 6 de abril. Un bello poema de Charles Simic, en una versión traducida por Martín López-Vega. Su título es Huérfanos de la eternidad.
(Lo he recibido a través de un correo electrónico de la Residencia de Estudiantes. ¡Que vengan más!)
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