domingo, 27 de marzo de 2011

Generación de perdedores

Si en su justo momento la naturaleza me hubiera otorgado algún talento artístico o literario, o, siquiera, Salamanca me los hubiera concedido en préstamo, hoy los estudiosos y teóricos de las nobles artes me hubieran encasillado en la denominada "Generación X", que es la que se corresponde con los que a finales de los años ochenta debíamos contar con una edad creativa fértil. De haberse dado esta situación, lo primero que hubiera solicitado al selecto club es el cambio de nombre. Habría propuesto retirar la enigmática equis y cambiarla por la denominación más ajustada a la realidad de "Generación de perdedores".

Mi generación es hija de otra que se puede llamar "Perdida", aquella que vivió la Guerra Civil española en su infancia. Creció en el peor y más duro período de la dictadura franquista y se vio privada del sufragio universal y de la participación en la reconstrucción del país. Le tocó oír, ver y callar. Sobrevivir fue su único objetivo.

Soy hijo, por tanto, de una generación a la que sencillamente se silenció o, lo que es peor, no se le dejo existir.

Crecimos en los estertores del franquismo. Entonces, éramos demasiado niños para ser conscientes del régimen en el que vivíamos y por supuesto para tratar de cambiarlo. Más tarde fuimos también demasiado jóvenes para participar de los cambios que operaban los protagonistas de la transición. Llegamos tarde a casi todo lo importante que nacía. Poco más tarde, sin darnos cuenta, nos encontramos con una recién estrenada democracia, conquistada para nosotros sin nuestra participación. Recibimos el regalo del sufragio universal a los 18 años, conocimos la libertad de afiliación política, nos acercamos a los quioscos a comprar revistas que hacía escasos años era inconcebible encontrar, y, menos aún, ver en un escaparate que se exhibe al público. Besamos apasionadamente en las calles y en las plazas a nuestras novias ante los ojos atónitos de nuestros mayores. Acudimos a las aulas acompañados del sexo opuesto y todo ello con la mayor naturalidad del mundo, como si siempre hubiera sido así. Como ya he dicho este estado de las cosas, esta democracia se nos fue concedida de forma graciosa. Sin coste alguno. La disfrutábamos sin haber soportado un sólo rasguño para conseguirla. 

A los de mi generación no se nos ocurría qué más podíamos reivindicar. Todo lo que nos habían concedido era más de lo que podíamos administrar. Estábamos desorientados y nos quedamos sin ideas. ¿Qué más podíamos pedir?

Eramos conscientes de esta situación. Nos preocupaba y buscamos respuestas. En nuestras vidas apareció el sociólogo José Luis Zárraga. Él fue el primero que nos explicó lo que ocurría. Nos dijo, sin tapujos y a las claras, que como generación íbamos a pintar poco en la nueva España que amanecía, tal y como ya había ocurrido con nuestros padres en el anterior régimen. En las estructuras del poder no habría sitio para nosotros. El papel que nos había reservado la Historia era el de ser sujetos pasivos de las iniciativas de nuestros gobernantes. Fue entonces, a finales de los ochenta, cuando José Luis Zárraga nos bautizó como la "Generación de Perdedores".

Nos revelamos contra esto; pero en realidad no sabíamos cómo hacerlo. Nadie nos había enseñado cómo mover los resortes que hacen girar el gozne de las puertas que abrían los salones en los que se administraba el poder. No teníamos maña, y nunca lo aprendimos. Desde entonces, desde siempre, vivimos de espaldas al poder.

Los que nos sucedieron generacionalmente reinventaron la democracia. La ensancharon. Incorporaron nuevos conceptos, nuevos valores y nuevas utopías: la igualdad entre sexos, el desarrollo sostenible, el medio ambiente, cosas que a nosotros en su momento ni siquiera se nos pasaron por la cabeza. Nos aturdió Bibiana Aído con su "jóvenes y jóvenas".

Hoy la crisis económica se ha cebado con esos jóvenes, que también son los más preparados, o como a algunos les gusta decir, de sobra preparados, la generación más preparada de la historia del país; pero curiosamente la que engrosa las largas colas que esperan la apertura de las oficinas públicas de empleo. También la crisis ha noqueado a nuestros mayores, a los que se les ha ofrecido jubilaciones anticipadas masivas. Así se han reducido las plantillas de las industrias en crisis, en la Universidad, en la minería, en las eléctricas, etc., y se han ajustado balances económicos y financieros.

A mi generación, situada entre una y otra, le ha tocado firmar el acta de recepción del acuerdo del Gobierno de retrasar la edad de jubilación, de recalcular las percepciones por aquélla y la de reducción de las prestaciones sociales asociadas. Se nos pide un sobre esfuerzo para sacar al país de la crisis. Este sobre esfuerzo, como ya se supondrá, no consiste en confiar en nuestro talento, sino en nuestra capacidad de sacrificio: pérdida de empleo, pérdida de prestaciones sociales, pérdida de salarios, pérdida de calidad de vida, etc.

Veintitantos años después de ser formulada la teoría, se confirman los peores augurios de nuestro sociólogo de cabecera: definitivamente, somos una generación de perdedores. ¿A alguien le cabe la menor duda?

No hay comentarios:

Publicar un comentario