jueves, 9 de junio de 2011

Jorge Semprún

Mi regalo de Navidad de 2003 llegó con más de un mes de retraso, según se inicie la cuenta el día de los Reyes Magos o en el que se celebra la llegada de Papá Nöel. En cualquier caso mi regalo llegó el día 6 de febrero de 2004. Lo sé porque dejé consignada tanto esta circunstancia como esta fecha al pie de una dedicatoria que figura en la primera página del libro, justamente al lado de la firma garabateada de mi hijo mayor que contaba con seis años y otra, que figura con mi letra, del más pequeño de tres años.

El libro que retrasó mis navidades, editado por el Círculo de Lectores, se titulaba "Veinte años y un día" del que es su autor Jorge Semprún. Recuerdo tener tantas ganas de leerlo que lo hice casi de un tirón. Desde entones permanece en mi recuerdo la descripción que el narrador hace de las tertulias en la terraza de la casa del padre de la saga de toreros Domingo Dominguín, en la calle Ferraz de Madrid. Semprún acudía entonces a aquellas divertidas citas con el nombre clandestino de "Federico Sánchez". En el mismo lugar, bajo el mismo techo, el mismo día y a la misma hora, compartían mesa y mantel el militante comunista y sin saberlo su infatigable perseguidor, el comisario Sabuesa. Entre los asistentes, el anfitrión era el único que conocía la verdadera identidad (y actividad clandestina) de Semprún. Incluso, en alguna ocasión, el diestro se permitió hacer alguna broma sobre las posibilidades de que perseguidor y perseguido finalmente se encontrasen en una finca de su propiedad. Lo más divertido de la situación era que el policía desconocía la verdadera identidad de Semprún. Disfruté con su lectura, que hoy recomiendo vivamente a todo el mundo como homenaje póstumo al gran escritor, al político, al heterodoxo Jorge Semprún, fallecido ayer después de una fecunda vida.

Hoy no me apetece recordar su injusta y prematura salida del Ministerio de Cultura por sus discrepancias con Alfonso Guerra, ni la polémica previa de su nombramiento, por afrancesado (siempre se le consideró un francés en España y un español en Francia), ni su guerra con el premio Novel, Camilo José Cela, o con Luis María Anson, etc. Hoy lo lo único que me apetece, y es lo más probable que haga, es, cuando cierre el ordenador, tomar de nuevo el libro e iniciar pausadamente su re-lectura: "Michael Leidson llegó a La Maestranza al final de la mañana. Le esperaba Mayoral, el intendente de la finca, que le atendió, ofreciéndole un café, algún refresco, lo que deseara. Leidson dijo que tal vez algo de beber, un vaso de agua fría, ¿por qué no? ¿Nada más? No, nada, un vaso de agua vale."

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