lunes, 20 de junio de 2011

Ángela Merkel se equivoca otra vez

He pasado buena parte del día en el campo. He comido un bocadillo y un trozo de empanada previamente encargada. He tenido tiempo para pasear por la orilla del río y leer bajo la sombra de un árbol. Tuve tiempo para todo, sólo extrañé una buena taza de café. He tenido la oportunidad de leer varios suplementos sepias, de esos en los que se recogen noticias económicas. En uno de ellos se recoge una curiosa comparativa: se indican los índices de productividad de España en comparación con los países de la zona euro y resulta que en el último año la productividad española es superior al resto de países de Europa. Según las comparativas indicadas, en España la edad real de jubilación es más alta que en Francia, Luxemburgo o Alemania y la deuda soberana no es tan alta como la del Reino Unido por ejemplo. Otros diarios hablan de los miedos de Alemania o mejor dicho, los miedos de su canciller, Ángela Merkel: miedo a votar a favor de la intervención de la comunidad internacional en Libia; miedo a facilitar la operación de rescate de Grecia, miedo a que los efectos del desastre de Fukushima se lleve por delante sus expectativas electorales, miedo a que la infección de E. Coli proceda del interior de su país y ponga de manifiesto los estrepitosos fallos alemanes en el control alimentario. Los miedos de Merkel son nuestras desgracias. Los miedos y las mentiras. Por ejemplo, dijo que la productividad española era mucho más baja que la alemana y la europea y resulta que no, que incluso es más alta. Dijo que en España había mucho vago, por la baja productividad y por los períodos de vacaciones y la edad de jubilación. Y resulta que tampoco, que en Alemania los trabajadores se jubilan antes que en España; pero lo cierto es que el discurso de Merkel ha calado en los mercados, incluso nosotros estuvimos a punto de creérnoslo. Pero resulta que nada de lo que dice es cierto o al menos nada de lo que dice está corroborado con los estudios, estadísticas y datos oficiales. Parece que la única realidad es que la mayor de las desgracias europeas es la cancillera alemana Ángela Merkel. 

En los últimos meses se ha criticado con dureza la falta de una línea de actuación clara por parte de Zapatero y de su Gobierno. A esta situación se dice que es perjudicial para España porque provoca falta de confianza. Pero qué confianza pueden tener los mercados en una Europa dominada por la Canciller alemana. Esa que prorroga la vida útil de las centrales nucleares más de 12 años de media y al día siguiente anuncia el apagón nuclear (según ella Fukushima le abrió los ojos). La misma que anuncia su oposición a la intervención en Libia y luego se apunta a ella. Dice que la infección de la bacteria E. Coli procede de los pepinos españoles y luego pone a sus subalternos a desmentirlo sin pestañear ni pedir una sola disculpa por los daños ocasionados. La misma que se resiste a pactar una operación de rescate de la economía griega, endeudada hasta las cejas con sociedades alemanas (las hojas sepias de los diarios dan la relación de acreedores de la deuda griega y resulta que aparecen sólo sociedades alemanas, además de la UE y el FMI). Los miedos, las dudas y los egoísmos de la canciller alemana son hoy el mayor problema de Europa.

Todo esto lo he sacado de los diarios de tirada nacional mientras disfrutaba de un día de campo y oía el bullicio de fondo de mis hijos correteando. La mala leche sólo se me pasó al ver la cara de felicidad de los niños y sus amigos, ajenos a todo lo que dice la Merkel. Quizás en eso consista la felicidad: en no escuchar a la Canciller alemana.

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