domingo, 5 de junio de 2011

Cacicada en la Casa del Rey

Si a un reportero de la Zarzuela se le hubiera ocurrido escribir que el Rey ha declarado que los periodistas quieren "matarlo" o que quieren "meterlo en una caja de pino" o que quieren "clavarle un pino en el vientre", diríamos que ha perdido el juicio. Bastaría el desmentido de un simple secretario del secretario del que abre la puerta del Palacio para que el medio en el que trabaja lo despidiera. ¿Quién se iba a creer que el Rey se pudiera dirigir en esos términos a una selecta audiencia? Y más si dicha audiencia está formada por periodistas. El intrépido reportero a esta misma hora ya estaría de patitas en la calle o trabajando en un periódico de provincias, cubriendo los conflictos laborales de la cooperativa de vinos de la localidad (dicho sea con todo los respetos para los viticultores). A nuestro ficticio periodista sólo le libraría de las galeras un salvoconducto: disponer de la grabación sonora de las hipotéticas palabras del monarca. Como así sucedió.

Pues bien, la Casa de Su Magestad el Rey (como se sabe la casa es suya y el rey nuestro) para evitar justamente estas situaciones ha decidido cortar de raíz la publicación de cualquier "giro idiomático" o exabrupto del jefe. Ha impuesto la censura en las audiencias. Ha ordenado la prohibición de cualquier artilugio grabador. Es decir, como si no sirviese ya con la "autocensura" impuesta por el propio periodista y el de la cadena a la que pertenece, ahora se suma la del protagonista del evento. La censura del anfitrión del acto. La Casa Real con semejante disparate pretende privar al reportero de su mejor instrumento de trabajo, su más fiel colaborador, su grabadora. ¿Qué mayor garantía de fidelidad en la transmisión de lo acontecido que grabarlo? No entendemos entonces ¿Por qué al Rey no le interesan ni la fidelidad ni la transparencia?

Recuerdo una ocasión en la que asistí en el paraninfo de la Universidad a un acto del Rey. Los servicios del protocolo en los minutos previos a la entrada del Rey en la sala impusieron un rigurosos silencio. De forma particular me viene a la memoria el "chisteo" de estos agentes invisibles. Después nos conminaron a ponernos de pie para recibir con un inducido sonoro aplauso al ilustre visitante. Nada de espontaneidad, todo puro teatro y opereta. No había ningún reportero gráfico ni de otro tipo en esos momentos que pudiera dar testimonio: sólo fotógrafos oficiales. Fue después de unos minutos cuando permitieron la entrada a los periodistas. Al día siguiente la prensa se hacía eco del caluroso recibimiento de los reyes dispensado por la comunidad universitaria.

Con motivo de esta visita real, guardo en el recuerdo una triste anécdota. Una locutora de la radio local, ante la insistencia de los oyentes sobre el lugar en el que se alojarían los reyes en la ciudad, se permitió el lujo de bromear sobre ello. La línea privada de la cadena recibió una llamada de los servicios de protocolo de la Casa Real protestando por los comentarios de la periodista y la dirección de la cadena le llamó la atención. Poco tiempo después la periodista que me lo contó fue despedida y siempre lo achacó a su "pequeño desliz" sobre la visita del rey a la universidad. A mí, visto el desarrollo de los actos que he relatado en la universidad, me pareció creíble la denuncia de la joven periodista.

De ser cierta la noticia, es inaceptable la censura impuesta por la Casa Real. Los periodistas deben rebelarse contra ello. Los dueños de las cadenas no deben permitirlo. Los ciudadanos, que no súbditos, nos merecemos disponer de una información libre. Por ejemplo: el documento sonoro que ha aparecido estos días sobre el Rey para mi tiene más valor que la mayor parte de las artificiosas y autorizadas biografía del monarca. Por  eso, de censura ni hablar. ¿Plantaran los reporteros habituales de la Zarzuela al Rey como lo hicieron sus colegas con Mouriño o una vez más se achantarán?

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