viernes, 10 de junio de 2011

Ingenieros

El término ingeniero apareció por primera vez escrito en castellano a partir del siglo XVI. Se empleaba para referirse a los constructores de máquinas o ingenios. De ahí las expresiones iniciales con las que se denominaba a los que ejercían estas artes: engeñeros o machineros. Uno de estos ingenios, que gozó de gran popularidad en su época, fue el artificio diseñado por Juanelo Turriano para abastecer de agua a la ciudad de Toledo. Este novedosos ingenio, que maravilló a toda la ciudad, es citado por Miguel de Cervantes en su libro La ilustre fregona. También lo hace Quevedo en algún poema burlesco.

En la primera ocasión que visité la ciudad manchega, ocupé una buena parte de mi tiempo en localizar la ubicación exacta y las posibles ruinas del famoso Artificio de Juanelo.

Se podría decir que desde sus orígenes la función de la ingeniería, y de quienes la ejercen, ha cambiado muy poco. Da Vinci, Juanelo o Pedro Juan de Lastanosa fueron hombres con grandes ideas. Eran hombres que trabajaban con ideas, como los filósofos; pero a diferencia de estos, la función del ingeniero es cosificar, o lo que es lo mismo, convertir las ideas en cosas. Ahí radica la diferencia y el papel que le corresponde jugar al ingeniero en la sociedad actual: tomar la ideas propias o las de otros pensadores y convertirlas en una realidad tangible que reporte algún beneficio a la sociedad.

Una desventaja de los ingenieros respecto a otros trabajadores o artesanos que trafican con ideas es el juicio que sobre ellos ejerce la sociedad, que cuando lo hace, lo hace de forma implacable. Para evaluar el trabajo de un ingeniero no es necesario disponer de muchos conocimientos, basta con responder a una sola pregunta: ¿funciona o no funciona? Si funciona el ingeniero es bueno y si no funciona será objeto de todo tipo de reproches y diatribas que se manifestarán sin compasión alguna.

Durante muchos años los ingenieros fueron los vertebradores de la sociedad. Sus ingenios, sus grandes obras de infraestructura engrandecieron las sociedades, hicieron sentirse orgullosos de sí mismos a los países y reconcilió a los ciudadanos con sus gobernantes. No sería exagerado decir que fueron los ingenieros, con sus ferrocarriles y grandes obras de regadío los que le dieron personalidad a Estados Unidos de América. Sin ellos es posible que la unión hubiera sido mucho más difícil en la que hoy es la primera potencia mundial.

Esto fue así hasta 1929, año a partir del cual se inició el declive de la profesión. El crack de la economía estadounidense que se vivió en el octubre negro le arrebató el liderazgo social a los ingenieros. Fue sustituido por el valor del mercado y por quienes participan de él. Los economistas y los financieros se adueñaron de todas las esferas de la sociedad, condicionando cualquier actuación. A partir de entonces construimos un mundo basado en ideas abstractas y etéreas, una sociedad cimentada en principios de rentabilidad exclusivamente económica. De aquello polvos vienen estos lodos.

Lo que hoy reclaman los jóvenes de la Plaza de Sol, la plataforma del 15M o la autodenominada "Democracia Real, ya" es la vuelta a realidades tangibles. Rechazan esa otra realidad virtual que se nos presenta y en la que habitualmente se encuentran instalados los políticos. Dicen que ha llegado la hora de pasar de las grandilocuentes declaraciones, de las grandes ideas a los hechos concretos. Piden convertir las ideas en cosas reales. La pregunta que hacen a los que hasta ahora han dirigido los destinos de España es ¿el modelo económico aplicado, funciona o no funciona? 

Los cientos de jóvenes que a esta misma hora se concentran en las inmediaciones del Congreso de los Diputados quieren hechos. Quieren que no se pervierta el término ingeniería con apellidos como financiera. La solución hoy pasa por abordar las cuestiones que nos preocupan con una mentalidad ingenieril: ¿funciona o no funciona? Si no funciona hay que retirarlo, cambiarlo o construir otra cosa. 

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