miércoles, 10 de agosto de 2011

Lechuguinos

Para mi hermano y para mí no supuso ningún género de duda la elección: se trataba de cenar con una señora de buenas maneras o con un caballero elegante que exhibía una extrema exquisitez. No lo dudamos. Nos decidimos inmediatamente por lo segundo. Nos provocaba curiosidad el conocer cómo se desenvolvía en la vida cotidiana un individuo de estas características, tan alejado de nuestros usos. Es decir, una persona muy preocupada de su compostura y de su elegancia en el vestir. La cena no nos defraudó. Se comportó como lo que realmente era: un auténtico “petimetre”. Esta es una palabra procedente del francés, que podría traducirse por “pequeño señor” o “señorito”. Y en el trato con él esa fue realmente la sensación que tuvimos, me refiero a la de haber compartido viandas con un auténtico señorito.

Esta expresión ya no se lleva. Ahora a los jóvenes (del sexo masculino) seguidores de la moda y muy preocupados por su aspecto físico se les llama “metrosexuales”. Acuden regularmente al gimnasio del barrio para cuidar su condición física, se ponen cremas que mejoran el estado y mantenimiento de su piel y visten con elegancia, adaptándose a la moda imperante en cada momento. Yo no soy de esos; pero es una forma de vida sobre la que no tengo nada que decir, allá cada uno con su vida.

Lo que realmente me preocupa, y motiva este comentario, es la gran cantidad de chicos jóvenes que parecen esclavizados por la tiranía de la moda. Cuando se desplazan en grupo parecen clones: el peinado, los pantalones, las camisetas, las deportivas que calzan, etc. Todos los complementos idénticos y de rigurosa modernidad. Especialmente me indigna contemplar esos pantalones de talle bajo que dejan ver los calzoncillos, cuando no otras vergüenzas. Pero esto sólo es una cuestión de gusto. Su forma de actuar no es la del “petimetre”. Hoy puede ser una y mañana, según dicten los nuevos usos del Dios moda, otra y, en ningún caso, pueden definirse sus modales como exquisitos, sino más bien todo lo contrario. Si alguien piensa que esto me escandaliza, debo decir que no; pero sí me inoportuna, me hastía y me repugna. Y, en definitiva, me preocupa. Por más que me lo proponga, cuando uno está a punto de saborear los postres de una deliciosa cena, no termino de ver el lado estético que puede tener el contemplar del individuo desconocido que está comiendo frente a tu mesa esa parte baja en la que termina la espalda.

A estos individuos lo único que les preocupa es el componerse mucho y seguir de forma rigurosa la moda. No hay filosofía en su conducta. No existe premeditación en su comportamiento. No marcan tendencias. Simplemente hacen lo que la moda les dicta que tienen que hacer. Como decía hace muchos años un titular de la revista Ajoblanco, es más americano comprar que pensar. Para esto el diccionario de la Real Academia Española tiene una hermosa palabra: “lechuguinos”. Estos individuos son unos LECHUGUINOS. 

Mi hermano y yo nos divertimos en la cena que compartimos con el petimetre. No voy a negar que este tipo peculiar de individuos ha sido a lo largo de la historia objeto de no pocas chanzas; pero estos otros a los que me refiero, los lechuguinos, se conducen por la vida con un aparente éxito social. Es algo asombroso: exhiben su nadería como lo hacen con el culo, con un orgullo verdaderamente portentoso, dentro de un grupo de devotos entregados a esa misma falta de criterio. ¡Qué pena!

2 comentarios:

  1. Y de Chulín: ¿No comentamos nada?.

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  2. ¿Y de chama's que saludaron con sonoros besos en mejillas, hasta al perro?

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