miércoles, 3 de agosto de 2011

¿Qué fue del movimiento 15M?

Alguien puede cometer el error de pensar que a estas alturas el Movimiento 15M se desinfló o simplemente desapareció. En las últimas imágenes ofrecidas por las televisiones se muestra a un pequeño grupo de jóvenes desplazados por la fuerzas del orden sin mayor dificultad . Les han obligado a abandonar soportales y plazas y los han desalojado de los improvisados campamentos. Da la impresión que el movimiento ya no tiene ni la fuerza ni la vitalidad de los comienzos. El símbolo más visible de esta situación se produjo ayer. Las televisiones daban cuenta de cómo los servicios municipales de limpieza retiraban cualquier vestigio de la acampada, incluido el denominado Punto de Información, sin apenas resistencia.

Todas estas imágenes pueden inducir a pensar que el movimiento está acabado, que las reivindicaciones que a la mayor parte de la población en su momento les parecían justas están encerradas en el baúl de los recuerdos y éste acabó con el resto de los enseres de los indignados en Rivas Vaciamadrid, en el vertedero.

Creo que pensar de este modo es un error. Las causas que motivaron la indignación de los jóvenes, la chispa que les hizo saltar de sus casas, de las aulas, e incluso, los pocos privilegiados que disponen de él, de sus puestos de trabajo, siguen hoy vigentes. Nada ha cambiado. Los problemas de toda una generación siguen sin atenderse y sin resolverse.

Estos días todos estamos pendientes de la bolsa, de la prima de riesgo y del bono alemán en los que visualizamos mayormente la crisis; pero no hay que olvidar que aparte de la crisis económica existe otra más o menos soterrada política y social. Si esta última no recibe la atención debida y, finalmente, revienta, no habrá solución para el resto de las cuestiones.

Bien harían los dirigentes políticos de uno y otro signo en escuchar atentamente las reivindicaciones de los jóvenes e incluir en sus programas electorales que presentarán a la vuelta de verano, algunas de las sensatas propuestas de ese colectivo: reforma electoral, listas abiertas, regeneración de la vida política, regulación de los mercados, etc. Pero en cualquier caso una cosa está clara: los políticos deben ceder o mejor dicho devolver parcelas de poder a los ciudadanos. A esos mismos que un día se las delegaron. Ahora los ciudadanos no quieren prescindir de su voz y su voto durante cuatro años, hoy los ciudadanos quieren conocer de primera mano las propuestas a la solución de sus problemas, y además quieren participar activamente en la elección  de la alternativa que más les convenga. No se trata de que los ciudadanos no se fíen de los políticos, aunque sea evidente la desafección, se trata de que ha cambiado el modo en el que los votantes entienden su derecho a intervenir en las cuestiones que les afecta cuando les plazca o más les interese.

Si los políticos no son sensibles a esta demanda, es posible que esa falta de atención provoque la chispa que encienda la gasolina acumulada durante muchos años por toda una generación de jóvenes a los que hoy no se le ofrece ningún futuro. Y si se enciende todo el combustible de indignación acumulado esto ya no hay quien lo pare.

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