lunes, 22 de agosto de 2011

Barbacoas, arepas y caciques

Cuando los españoles capitaneados por el almirante Cristóbal Colón llegaron a América, con los primeros habitantes que se encontraron fue con el pueblo indígena Taíno. Probablemente los taínos procedían de Venezuela; pero rápidamente se extendieron y poblaron las islas del Caribe. Hoy la lengua taína está extinguida. Los españoles deberíamos sentirnos avergonzados del exterminio al que de forma sistemática sometimos a los pobladores de aquellas tierras; pero eso es otra historia, en la que hoy no quiero entrar.

A pesar de haber desaparecido la lengua aborigen, afortunadamente sí han llegado hasta nuestros días expresiones que han permanecido vivas en el tiempo. Una de ellas es "barbacoa".  La palabra es de procedencia venezolana aunque también podría provenir de las islas de Cuba o de Puerto Rico. Los primeros españoles que la oyeron fue probablemente a los habitantes de la isla La Española (hoy formada por los estados de Haití y de la República Dominicana). Los nuevos americanos, me refiero a los pobladores actuales de los Estados Unidos de América, la popularizaron y la pusieron en valor. Hoy ha vuelto después de muchos años a España, importada desde los Estados Unidos.

A mí me gusta. Me gusta la palabra y el contexto en el que se produce. Como todo el mundo sabe, una barbacoa consiste en una parrilla instalada al aire libre para asar carnes y pescados. Combina a la perfección dos aficiones muy saludables como son la ingesta de alimentos y el disfrute del campo. Y algo que no se dice; pero que se sobreentiende: una reunión de amigos. Porque si alguna característica tiene la barbacoa es que requiere la colaboración de todos los participantes. No porque sea una obligación inexcusable, sino más bien porque no hay quien se resista a no acercarse al fuego a dar una vuelta al asado del chorizo criollo o al secreto. Es un acto individual y voluntario que hace comunidad. Constituye una actividad cooperativa. Para mí esta es una característica intrínseca de las barbacoas, estimula la participación, coadyuva a integrar a los miembros dispersos del grupo. No sería posible una parrillada entre "enemigos". Esto sería una contradicción de términos. Sería un fracaso ( o a lo mejor el inicio de una nueva amistad).

Por tanto, quien degusta los asados preparados en una barbacoa, aunque les falte sal, es feliz. Aunque sólo sea porque la convocatoria en la que se dan cita todos los comensales reúne todos los requisitos e ingredientes necesarios para serlo.

Yo he disfrutado este fin de semana de tres: una el viernes por la tarde, con los amigos, y otras dos el sábado, con la familia: para comer, una; y para cenar, otra.

Se podría pensar que este fin de semana he sido "feliz"; pero lo cierto es que la respuesta correcta es que he sido "muy feliz" porque la barbacoa da pie para otras muchas actividades y sensaciones: la conversación, el paseo por el campo, las pequeñas confidencias, el intercambio de experiencias y conocimientos, etc. Por ejemplo: en Castropetre, lugar en el que participé de una de ellas en compañía de familia y amigos, subí hasta unas ancestrales fuentes a las que sus vecinos atribuyen propiedades curativas, bebí sus aguas cristalinas ferruginosas y aproveché para acercarme hasta unos yacimientos de hierro y recoger unos magníficos ejemplares de Goethita. ¿Qué más puedo pedir?

"Barbacoa" es un préstamo lingüístico de los taínos venezolanos o caribeños. Lo usamos con su permiso. Tenemos otros préstamos como son "arepa" o "cacique". En la aplicación de algunos de estos términos nos hemos especializado; pero la primera lección que nos llegó desde América, con el primer barco de vuelta de Colón, fue la "barbacoa". Por entonces los españoles sólo se fijaron en el indio que el almirante traía como "souvenir" de muestra. Esto me recuerda al dicho popular "cuando un niño señala con el dedo la Luna, sólo los idiotas miran al dedo". Pues bien, el indio era el dedo.




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