sábado, 28 de abril de 2012

El ingeniero del s. XXI

Hace unos días la Escuela de Minas de León me invitó a hablar en un acto con estudiantes de bachillerato sobre mi experiencia profesional en el ámbito de la ingeniería de Minas. El objetivo fundamental era animar a esos jóvenes, a través de una experiencia práctica, a que se decantasen por la ingeniería de Minas en la elección de sus estudios universitarios.

Les dije que yo era un ingeniero vocacional. Lo hice como advertencia previa y para justificar la falta de objetividad que iba a presidir mi intervención.

Aunque yo no los conocí, sé que hubo tiempos en los que la ingeniería era sin duda la profesión de mayor prestigio social. Existieron tiempos en los que era impensable la formación de un Gobierno de la nación sin una nutrida presencia de ingenieros. Eran los tiempos en los que la ingeniería gozaba de un alto prestigio social. Todos los ciudadanos sentían útil y cercana la labor del ingeniero. Por ejemplo, cuando tocaba despedir a un familiar en el andén de la estación de ferrocarril y se observaba el complejo mecanismo de trasmisión de la máquinas de vapor o  teníamos que cambiar el aceite  a nuestro propio vehículo y se descubría ante nosotros, al desnudo, un impresionante conjunto de cilindros, bielas y correas, se nos aparecía la ingeniería con todo su esplendor. Quedábamos atónitos y maravillados. No es que ahora no exista la misma ingeniería, incluso más compleja. Existe; pero está camuflada y pasa desapercibida. La esbeltez, el diseño, la aerodinámica del AVE esconde su compleja maquinaria. La electrónica de nuestros vehículos, los talleres de mantenimiento, los servicios contratados con nuestros seguros no hacen otra cosa que alejarnos de su conocimiento y maquillar la complejidad de las máquinas que conducimos. De igual manera, la extrema delgadez de nuestras televisiones, de nuestros teléfonos o de la pantalla del ordenador encubren todo el ingenio encerrado en un espacio tan pequeño. Nos hace pensar que todo es de los más natural y sencillo. Hace que el papel del ingeniero pase a un segundo plano y sea menos visible. ¿Qué sentido tiene explicar la complejidad y al mismo tiempo la sencillez de un diodo o de un tiristor o de un transistor? ¿Acaso no estamos hartos de ver en los semáforos las luces LED sin necesidad de que nadie se pregunte por su secreto funcionamiento? Sólo hay una excepción: cuando la máquina no funciona. El veredicto que recaerá sobre el ingeniero se encuentra en la respuesta a esta  sencilla pregunta: ¿funciona o no funciona? Si la respuesta es negativa, entonces sí nos acordamos del ingeniero y, si se me permite, también de su madre. Sólo en ese momento buscamos al responsable del desatino. Sin embargo, en el resto de los casos nada nos sorprende. Es tan natural que los Iphone dispongan de tantas aplicaciones que lo realmente sorprendente es que no se nos haya ocurrido hacerlo antes.

Como es natural nada de esto dije en mi intervención en la Universidad. Pero desde el principio intenté trasmitir los valores que residen en la nueva ingeniería de Minas de principios del siglo XXI, que no son distintos a los que han informado esta apasionante profesión desde tiempos inmemoriales. La ingeniería desde sus inicios se dedica a transformar las ideas más sorprendentes y complejas en las cosas más sencillas y funcionales. La labor de las nuevas generaciones de ingenieros debe ser entregarse a la sociedad con la misma generosidad que siempre lo han hecho. Prestigiar la profesión y situarla en el lugar que le corresponde. Para mi la ingeniería de Minas sigue siendo hoy una de las actividades profesionales con más futuro y también una de las profesiones más apasionantes que existe. Por eso en la charla con jóvenes bachilleres me permití sin sonrojo alguno recomendarles esa elección de estudio. Y todo ello, sin olvidar que en la ingeniería el ingeniero es el sumo sacerdote.

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