jueves, 12 de abril de 2012

Una iglesia católica, apostólica y anacrónica

Mucho se ha escrito sobre las posiciones que se dicen inamovibles, poco actuales o arcaicas de la iglesia católica, apostólica y romana, en asuntos tan relevantes y de actualidad como la homosexualidad, el celibato de los sacerdotes, la oposición a la ordenación de las mujeres, el uso del preservativo, el aborto, la investigación científica en determinados ámbitos, etc., etc.

Mucho se ha escrito y hablado sobre estas cuestiones. Y me temo que todavía durante mucho más tiempo se seguirá escribiendo y hablando sobre aquellas y otras más. Yo, supongo que como todo el mundo, tengo mi opinión al respecto. Pero a veces, vale más una imagen que mil palabras.

Imaginémonos por un momento al rey de España, Su Majestad don Juan Carlos de Borbón, en un acto protocolario oficial. Recibiendo, por ejemplo, a los ministros plenipotenciarios de cualquier república lejana o recibiendo las credenciales de los embajadores de los países con los que España mantiene relaciones diplomáticas.

Imaginémonos el acto más solemne que nos podamos imaginar que deba contar con la asistencia y participación de la más alta magistratura del Estado.

Imaginémonos por un momento al monarca, custodiado por su guardia personal, vestida con esos vistosos trajes de gala, recibiendo a esos importantes señores sentado en su Trono, tocado en su cabeza con la Corona de oro y brillantes bien encajada, sosteniendo en la mano el Cetro Real que distingue el poder que atesora y vestido con una larga capa de armiño rojo moteada.

Imaginémonos, por un momento, a Su Majestad extendiendo y levantando levemente la palma de la mano en un gesto de complacencia hacia sus ilustres invitados.

Esa imagen, por otro lado hoy imposible, resultaría a los ojos de cualquiera, además de poco operativa, grotesta. 

Pues bien, esa es la sensación que he tenido yo al ver las imágenes del Papa en su última salida por varios países de latinoamérica. Una imagen grotesca. Ver al Papa, que pretende trasladar cercanía y proximidad a los que más sufren (eso al menos dice la iglesia que representa), compuesto con todos esos adornos litúrgicos, enfundado en su túnica blanca y en sus zapatos rojos, verdes, blancos o violetas, revestidos de lujosa tela de seda, de diseño italiano exclusivo para su Santidad, tocado con el solideo o con la pomposa mitra o con el sombrerito de alas o con el camauro, intentando luchar inútilmente contra el viento, moviendo desde la distancia las manos a modo de saludo, de esa forma tan particular y poco espontánea que le caracteriza (y le caricaturiza), escoltado por una nube de guardaespaldas que lo hacen aún más distante e inaccesible, no sólo me parece grotesco, arcaico y anacrónico, sino una solemne contradicción con el mensaje que predica.

La seguridad del Santo Padre es importante. Eso justificaría el vehículo blindado, la escolta y todas las medidas de protección que se estimen convenientes aplicar. Pero ¿cómo se justifica el otro despliegue de medios. Los báculos, las cruces y cadenas de oro, los anillos cardenalicios, los palcos insonorizados y calorifugados, los ropajes y oropeles que viste él y todos sus acompañantes?

¿Cómo cree el Santo Padre que pueden sentirse los más humildes, los más desfavorecidos al ver semejante despliegue de medios y lujo? ¿Ese es el representante de los pobres en la Tierra?

La imagen que trasmite el Papa en sus desplazamientos es la imagen de una iglesias anacrónica, arcaica, alejada de los fieles a los que dice dirigirse. Para mi la imagen de Benedicto XVI en la Isla de Cuba fue sencillamente patética.

No espero ver al Papa vestido con pantalones vaqueros y una camiseta. ¿Pero de verdad le resulta tan difícil a la Curia de Roma actualizarse y trasmitir una imagen de mayor humildad, cercanía a sus fieles devotos y de paso exhibir un poco más de austeridad, que en los tiempos que corren tanto se necesita? Este Pontífice está alejado de la realidad y no conecta con amplios sectores de la sociedad, por eso la iglesia católica está en crisis y por eso somos cada vez más los descreídos.

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