sábado, 10 de marzo de 2012

La reforma laboral

Hace muchos años, un joven investigador se acercó al Parque Científico de León con una idea debajo del brazo. Le acompañaba su padre y un manojo de planos en los que desarrollaba una patente fruto de su ingenio. El proyecto tenía que ver con la mejora de los tiempos y la eficiencia en la fabricación en una cadena de montaje. El joven venía recomendado por el Instituto de Promoción Económica de León, sociedad que había valorado positivamente la viabilidad económica de su iniciativa. Mi pregunta fue: ¿Y esto dónde se puede aplicar? El autor me enumeró una serie de industrias que podrían ser beneficiarias de su invento. Entre ellas, citó una muy conocida ubicada en la ciudad de León, dedicada a la fabricación de motores. Me pareció que podía ser interesante pulsar la opinión del propietario de la firma sobre esta cuestión. 

La respuesta del empresario nos dejó helados. Sin ambages rechazó cualquier posibilidad de discutir sobre la cuestión. Simplemente dijo, no. ¿Mejora de la productividad?: no. Y con sorna añadió: ¡hombre si me trajeran ustedes un invento para fabricar menos y a menor precio, quizás sí me interesara! Quedaba claro que, por las razones que sean (ahora no voy a entrar en ellas) a este empresario no le interesaba producir ni más ni mejor. Con lo que tenía le bastaba y estaba a gusto. Esto, sin duda, es una contracción si pensamos que el objeto de toda empresa es maximizar los beneficios. Y la mejora de la productividad es una forma de conseguirlo. Pero como he dicho a este empresario no le interesaba.

Esto es un caso raro. Debo añadir que el empresario del que hablo, también lo era. Pero el relato es cierto. Hoy con la reforma laboral del Gobierno, esta actitud caprichosa y aparentemente inexplicable del empresario daría al traste con un buen puñado de empleos. Mandaría a las listas del INEM a un buen número de buenos trabajadores por el mero hecho de no estar interesado en producir más ni mejor. Muchas familias se verían en una situación precaria por ello. O bien, para no ponerse tan trágicos, el mismo empresario podría reducir los salarios de toda la plantilla justificándolo en una baja productividad. Se podría objetar que con tal actitud se pondría en riesgo la viabilidad económica de la empresa. ¿Pero existe alguna razón que obligue a un ciudadano a continuar con una actividad que no le interese o que simplemente pretende desacelerar? La empresa es suya ¿no? Pues eso.

A partir de un ejemplo real, estoy reflexionando en alto sobre la nueva reforma laboral. Esa que según los impulsores de esta iniciativa dicen que la nueva norma introduce mejoras que flexibilizan la contratación laboral, garantizando el empleo.

Ahora bien, ¿qué no podríamos decir de aquel otro empresario que fraudulentamente pretenda maquillar las cuentas de su empresa simplemente para reducir plantilla o bajar los salarios de los trabajadores? Si es cierta aquella máxima de que el objeto de toda empresa es maximizar los beneficios, ¿Por qué no emplear todos los medios que la Ley pone a nuestro alcance para hacerlo? Por ejemplo, reduciendo costes de personal y derechos laborales. ¿Acaso no se gana así competitividad?

Francamente, no veo la relación que existe entre la reforma laboral decretada por el Gobierno y la generación de empleo. Ojalá me equivoque. Ojalá me equivoque y el tiempo nos ilumine y nos quite la razón.


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