viernes, 2 de marzo de 2012

El teléfono móvil

Habrá quien todavía recuerde aquellas simpáticas imágenes de individuos hablando con un aparatoso teléfono  inalámbrico por la calle. Como la cobertura no era la de hoy, los interlocutores se interpelaban a grito pelado. A los que asistíamos a semejante espectáculo, la acción nos parecía una absoluta falta de respeto. Lo considerábamos una intromisión en nuestra intimidad. Estabas esperando tranquilamente el cambio del semáforo y de repente un viandante se ponía a tu lado a vociferar aireando sus cuestiones más íntimas y personales. Pero si la estampa la adornamos con la descripción del tamaño de aparato, la situación alcanza proporciones de comedia.

Soportábamos pacientemente la intromisión porque además de cómica, resultaba un hecho raro y excepcional. En el Bierzo para describir el ingenio se le denominó "mancontro" porque desde lejos se oía a alguien decir "mancontro aquí, justamente frente a tu oficina, baja y tomamos un café". Indudablemente era una estampa graciosa.

En aquella época, en nuestra vida laboral cotidiana el rey era el teléfono fijo, el mismo que utilizaba el humorista Gila en sus eskechs. Y, en nuestras relaciones personales, imperaba el "bis a bis". Como mucho el invento de Bell se utilizaba para concertar una entrevista, para quedar. Cuando se comunicaba telefónicamente con el otro se hacía por corto espacio de tiempo, el justo para intercambiar protocolarios saludos y concertar el encuentro.

Mientras tanto uno planificaba su trabajo, y salvo las urgencias que se presentaban en el día, las jornadas transcurrían siguiendo el guión diseñado, a la velocidad de crucero establecida.

Hoy el teléfono móvil lo ha cambiado todo. O mejor dicho, por no apuntar a un sólo culpable, las nuevas tecnologías de la información son las que han puesto todo patas arriba. La comunicación con cualquier individuo que consideremos es inmediata. No importa el rango ni la distinción. Lo mismo da que sea el jefe de servicio de una lúgubre administración, nuestro cantante favorito o el deportista de moda. Todos ellos tienen teléfono móvil, correo electrónico, cuantas en twiter, tuenty, etc., etc. Hacernos amigos, tutearlos o dejarles mensajes soeces, si fuera el caso, está a un sólo clic.

Esto, que en la vida privada puede resultar algo incómodo, me refiero a que un intruso se cuele en tu espacio, es algo que se da por descontado, es el precio que hay que pagar por estar en la "red", en la vida laboral se convierte, al menos para mi, en algo insoportable. No hay organización ni planificación que se resista. De forma continuada y sin tiempo para la reflexión debes atender las llamadas procedentes del teléfono fijo, las del teléfono móvil, debes contestar a los correos electrónicos, leer los SMS, la correspondencia ordinaria y atender a las visitas que ingenuamente se acercan pensando que eso les dará el privilegio de la exclusividad. Cualquier interlocutor se arroga el derecho de preferencia. Marca tu número, escribe tu cuenta de correo y entra en tu espacio con o sin tu permiso, con tu o sin tu anuencia. Se erige en el dueño de tu tiempo y se arroga el derecho a cambiar tu planificación por su urgencia o, en el peor de los casos, por su capricho.

Hay días que tengo la impresión de estar girando en un tornillo sin fin: tras finalizar la atención a las llamadas del fijo, debo atender las del móvil, en ocasiones disculpándome previamente porque debo atender otra simultánea en el fijo y viceversa. A veces, las llamadas se producen para comunicarte o para solicitarte el envío de un correo electrónico. De manera que vas de una aplicación a otra girando y girando en una noria que sin embargo no se mueve de su implantación fija: no avanza.

Cuando terminas de concatenar una serie de estas interminables llamadas y comunicaciones siempre, no sé por qué ley, se produce una última que es la más irritante. Aquella en la que el protagonista es el mismo interlocutor que realizó la primera. En ella te pregunta si le has hecho el encargo comprometido en la primera llamada. Normalmente me quedo paralizado. Apenas puedo articular palabra después de un prolongado silencio. Me pregunto, yo que soy poco dado al abuso de las nuevas tecnología de la comunicación, si seré el único que padece esta realidad.

Por poner un ejemplo para que se me entienda: hoy tiraría el teléfono móvil a un horno alto en el que pudiéramos recuperar el coltan, arrancaría los cables del fijo y destrozaría el rúter de la conexión wifi. Hoy por poner un ejemplo para que se me entienda estoy hasta los "güevos" de las nuevas tecnologías de la comunicación, quiero que vuelva el teléfono de Gila y con él los tiempos en los que le veías la cara al interlocutor. Esos sí que eran buenos tiempos. Sí, hoy odio a Edu, aquél niño que nos deseaba feliz navidad.

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