martes, 6 de diciembre de 2011

Santa Bárbara, patrona de los mineros

Si la hija del rey sátrapa resucitase quedaría muy sorprendida de la trascendencia histórica que ha tenido su involuntario martirio. A la joven, y, por lo que dicen bella, Bárbara, tras convertirse secretamente al cristianismo contra la opinión de su rey padre, apenas le quedó tiempo para hacer proselitismo. Vivió la mayor parte de su corta vida encerrada en una torre y cuando su padre descubrió su conversión a la nueva religión decidió torturarla. La ató de pies y manos, la flageló, la depositó en una cama de cerámicas punzantes y cortantes, quemó su cuerpo extendido con hierros puestos al fuego y cuando creyó que era suficiente aberración la entregó a un juez para que dictara sentencia sobre su conducta. El juez la condenó a la pena capital y determinó que se ejecutase la sentencia mediante su decapitación.

A Bárbara por estos hechos la Iglesia Católica Apostólica y Romana la hizo santa. Desconozco cuál pudo ser su aportación a la causa, más allá de haber sufrido tortura sin razón alguna. ¿Su conversión al cristianismo? Quizás. La segunda centena de nuestra era, en la que se produjeron los hechos que he descrito, eran tiempos en los que la nueva religión estaba ávida por distinguir héroes para la causa. Así se inauguraba el santoral.

No sé en qué época los artilleros y los mineros decidieron hacerla su patrona. No he tenido el más mínimo interés en buscar cuándo se produjo la elección de esta patrona ni quién la promovió. Recuerdo haber ojeado en el Colegio Profesional un libro en el que se cuenta la (corta) biografía de la Santa; pero no recuerdo cuándo ni quién lo decidió.

Lo que sí sé es que la festividad se celebra cada año el día 4 de diciembre. Este día nunca me pasa desapercibido. Primero por mi procedencia de una cuenca minera, después por mis estudios universitarios y finalmente por mi pertenencia al colectivo profesional. El cuatro de diciembre de cada año, por unas cosas u otras, está muy presente en mi vida desde hace muchos años. 

Este año no ha sido diferente. Sin embargo, he renunciado a varias celebraciones. No pude asistir por razones de trabajo a los actos programados por la Escuela de Ingenieros ni a la comida de fraternidad de uno de los colegios profesionales a los que pertenezco. No asisto a celebraciones religiosas, de modo que al final entre unas cosas y otras, este año toda la celebración consistió en asistir a la comida ofrecida por otro de los colegios profesionales en el Hostal de San Marcos de León.

Hay un dicho que dice que uno sólo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. Debo decir que la pobrecilla que se sepa poca o ninguna relación tuvo con la pólvora, la dinamita o con ese fenómeno meteorológico que es el trueno. De ser cierta la leyenda, posiblemente el mayor estruendo que oyó en toda su vida fue el provocado por sus propia voz al ser salvajemente torturada. Por eso no dejo de preguntarme cuál es la relación entre los mineros y su patrona.

Alguna relación tendrá que haber. Y efectivamente quien la busca suele encontrarla. Para ello es necesario volver a la leyenda del sacrificio de la santa, retomándola donde la habíamos dejado, es decir en los momentos previos a la ejecución de la sentencia dictada por un juez contra ella.

La decapitación a la que fue sentenciada fue ejecutada por su propio padre. Por eso la santa, la pobre Bárbara, nunca oyó trueno alguno. Dice la leyenda que tras el horrible parricidio su padre fue fulminado por un rayo. De manera que puede decirse que no sólo Santa Bárbara no oyó el rayo sino que tampoco lo pudo oír su padre. Supongo que en el lugar que se eligió de patíbulo habría testigos que pudieron dar testimonio de lo sucedido para la historia. Así lo debieron contar y así lo relatamos nosotros. En todo caso todo esto constituye una historia cruenta para la que no veo motivo alguno de conmemoración. Pienso que estas son cosas para las que uno, por mil años que viva, nunca encuentra explicación. Me pregunto si no habrá acontecimientos en la historia más dignos de conmemorar y con una relación más directa y menos alambicada con la profesión minera. Pero no hay que olvidar que somos hijos de una tradición cristiana. Al que no lo entienda le recomiendo que lea a Saramago.


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