Cuando todavía no son las 12 de la noche, me cuesta mantener los ojos abiertos. No soy capaz de concentrarme en la lectura y una vez más he abandonado "La leyenda roja" de Denise Urcelay. Tengo mucho interés en concluir la lectura de este magnífico libro; pero los astros se deben conjurar para que lo coja en mala hora. Y esta, ahora mismo, es una mala hora.
Durante el fin de semana descansé lo suficiente. La rutina presidió todos los actos. Nada extraordinario aconteció. Pude pasear y descansar cómodamente. Tomarme un café con tranquilidad y leer la prensa sin prisas. Por eso, hoy pude comenzar la jornada un poco más temprano. No mucho más. La ausencia de tráfico y sobre todo la ausencia de contertulios en la cafetería desde la que tomo impulso todas las mañanas favorecieron que me dirigiera al trabajo más pronto y llegase también más temprano (creo que fueron diez o quince minutos antes ¿alguién me los retribuirá?). No me lo había propuesto; pero puesto que ya estaba sentado frente al ordenador comencé a trabajar sobre los asuntos pendientes. Finalice alguno de ellos.
La concentración en la tarea fue tal que apenas me incorporé de mi silla en toda la mañana. La atención del teléfono. Las consultas, las citas y las reuniones, etc., etc., casi sin darme cuenta me llevaron a las siete de la tarde, con un pequeño receso para tomar un poco de aliento y un bocado. Por la tarde, cuando llegué a la oficina todavía estaba el personal de limpieza haciendo su tarea. Sólo cuando salí y cesé la actividad me dí cuenta de lo cansado que estaba y de lo prolongada que había sido la jornada. Una más.
Así que en estos momentos estoy realmente agotado...cansado. Pienso que mañana será otro día. Por hoy ya está bien. Se acabó.
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