miércoles, 16 de noviembre de 2011

La gorra anti-crisis con orejeras

Cuando llegué a casa, mi madre sostenía una extraña gorra con orejeras que mostraba orgullosa a mi padre. Por el tono de voz que empleaba y la atención que él le prestaba, me pareció que el asunto tenía relevancia. Mi madre le enumeraba cadenciosamente a mi padre las excelencias del complemento recién adquirido. Era una gorra forrada, con unas orejeras diseñadas para proteger el pabellón auditivo de las frías mañanas invernales. Mi padre tomó en sus manos la gorra, la examinó y asintió satisfecho. La sonrisa de ambos me confirmó que la compra, además de acertada, había sido todo un éxito, a pesar de que a mí solo me parecía una gorra, sin mayor misterio.

No sé si fue exactamente en esa misma madrugada, pero sí recuerdo que en otras ocasiones en las que el reloj despertador de mi padre, que invariablemente sonaba a las 5.30h, me desvelaba, le oía encerrarse en el baño para asearse y prepararse para una nueva jornada laboral. Cuando cerraba la puerta de casa, yo me lo imaginaba dirigiéndose al trabajo en su bicicleta, cubierto y debidamente protegido del frío con la gorra forrada que le había regalado mi madre. Esto me proporcionaba una gran satisfacción, me hacía sentirme feliz y recuperar inmediatamente el sueño.

Mi padre, que podría tener muchos defectos, tenía al menos una innegable virtud, que era la de conseguir ser feliz con las cosas más sencillas, de ahí la cara de satisfacción que puso al recibir de la mano de mi madre la gorra orejera forrada. Con los años, mi admiración se ha acrecentado. A la razón de la sencillez he añadido la de la esencialidad. A mi padre mientras vivió sólo le preocupó lo esencial y nunca lo accesorio. De la misma manera elegía el plato que degustaba por el filete y no por los guisantes de la guarnición. Saber que había elegido correctamente le bastaba para ser feliz.

Procuro no olvidar esta lección. A pesar de ello, en los momentos de cierta bonanza económica y de dispendio olvidamos lo esencial, nos apartamos de la sencillez y nos preocupamos por cuestiones banales. Es curioso: si echamos la mirada hacia atrás podremos recordar momentos de desasosiego provocados por  la imposibilidad de obtener una entrada para el concierto del músico de moda o del partido de fútbol de una competición de tercera. Cuestiones todas ellas de escasa importancia. Muchas veces he oído decir a mi madre que solo echamos de menos aquello que perdemos. Por ejemplo, damos realmente la importancia que tiene disfrutar de una buena salud sólo cuando aquélla nos falta.

Ahora no estamos en un buen momento económico. Todos los indices nos anuncian un futuro incierto. Hoy mismo, sin ir más lejos, la prima de riesgo ha alcanzado máximos históricos. Es lógico que mostremos nuestra preocupación. Yo mismo en estas páginas he hablado de ello; pero cuando el desánimo alcanza un cierto nivel, un punto al que ya he llegado, y considero que eso puede afectarme hasta el punto de llegar a distraerme de mis ocupaciones principales, se activa automáticamente un mecanismo que me trae al recuerdo la lección fundamental de mi padre: "lo que importa es el filete y no la guarnición". Y el filete es lo sencillo, lo próximo, lo que carece de complicación..., lo esencial. El filete es ser feliz con las cosas más sencillas, ser feliz con lo que tenemos.

La crisis es como aquellas ecuaciones diferenciales, que tanto nos martirizaron en nuestros años mozos, tiene infinitas soluciones generales y además una particular. Que cada uno busque la suya, aunque una buena opción consiste en pertrecharse con el gorro con orejeras y esperar, protegido de las inclemencias, a que el tiempo escampe. ¿Qué otra cosa a estas alturas podemos hacer?

No hay comentarios:

Publicar un comentario