lunes, 7 de noviembre de 2011

Elogio al talento

El empollón de la clase de mis tres cursos de bachillerato era una excelente persona. Era un chico educado y formal, aunque para mi gusto excesivamente rígido y, en ocasiones, demasiado ñoño. Interaccionaba lo justo con el resto de compañeros de clase. Apenas participaba en las actividades colectivas y extraescolares. No formaba parte de ningún equipo deportivo del instituto ni por supuesto lo representaba en competición alguna. Tampoco formaba parte del grupo de redacción de la revista dirigida magistralmente por el profesor de Geología, ni era del cineclub impulsado por Celestino, el jefe de Estudios. No participaba de los procesos electorales para elegir delegados. No le interesaba presentar trabajos a los concursos literarios ni participar del coro, si eso no tenía una repercusión directa en las calificaciones. La pregunta que se hacía era: ¿Eso sube puntos en la nota? Todo su tiempo lo empleaba en estudiar para obtener buenas calificaciones. Y esto lo hacía muy bien.

Haciendo honor a su fama de empollón de la clase, nunca nos defraudó. Siempre obtuvo las mejores calificaciones del aula. Lo más sorprendente es que de todos era conocida su falta de competencia para la actividad física y el deporte. En los partidillos y actividades que organizaba el profesor de Educación Física nadie lo quería en su equipo, era un manta de una torpeza proverbial. Se puede decir sin miedo a exagerar que era un auténtico patoso. Que yo recuerde, lo mismo ocurría en las clases de Filosofía o de Religión: estas eran clases más dinámicas y participativas y en ellas los profesores invitaban a opinar. Él nunca lo hacía, porque todavía "no había estudiado el tema". En ocasiones, el "tema" nunca llegaba, como en clase de Religión de la que nunca conocimos el programa. Siempre constituyó para nosotros un auténtico misterio, de la misma entidad que el de la santísima trinidad, saber cuál era el criterio que aplicaba el "cura" para calificar a los alumnos, dado que habitualmente no existían pruebas escritas.

A pesar de ser como he dicho manifiestamente torpe, el empollón de la clase siempre sacó, para regocijo de él y su familia, sobresaliente en Gimnasia, y lo mismo ocurría con Religión, filosofía, Música, etc.

Un buen día el profesor de matemáticas me contó su indignación debida al desarrollo de la reunión de evaluación que se acababa de celebrar para los alumnos del aula de la que él era tutor. El expediente de un alumno (con un peculiar carácter áspero y rebelde) que entró a la reunión de evaluación con CUATRO suspensos, salió asombrosamente de ella con todas las asignaturas aprobadas. Me contó que el milagro se obró a consecuencia de ser él, como profesor de matemáticas, el primero en decir la calificación de "Notable". Eso encendió todas las alarmas y, automáticamente, los profesores de Gimnasia, Música y Religión que traían anotadas en sus agendas un "suspenso" (más por su actitud que por su aptitud), cantaron un artificioso "aprobado". La profesora de Geografía, que estaba dudosa, resolvió el conflicto aprobándolo también. Este alumno era un personaje singular, algo retraído y poco comunicativo. En eso, al menos, algo se parecía al empollón de mi curso. Le gustaba dibujar y pintar, y le gustaban también las matemáticas, así que en primero de bachillerato no hizo otra cosa en todo el año que pintar y resolver enormes castillos de fracciones, que era lo que le divertía. Por lo que a mí respecta, debo decir que el suspenso de Religión se lo tenía bien merecido, porque se negó a dibujar para el cura la ilustración de un díptico para la Semana Santa de aquél año. Lo sé porque tuve que hacerlo yo, probablemente con el mismo disgusto e indiferencia que él; pero con peor maña. Curiosamente, mi calificación de Religión fue idéntica a la que obtuve en matemáticas. Sea por unas razones o sea por otras, el afortunado alumno díscolo aprobó en aquella evaluación todas las asignaturas como podía haber suspendido CINCO si hubiera realizado un mal examen de matemáticas. ¡Qué ironía!

Pero el asunto de las calificaciones abultadas artificialmente no quedaba ahí. A los alumnos que obtenían una extraordinaria calificación en matemáticas o en física de forma automática, que solían ir parejas, se les ponía igualmente otra calificación igual de extraordinaria en las asignaturas denominadas "marías": Religión, Gimnasia, Música, etc. Entonces se decía que, como son pocos estos alumnos extraordinarios, es poca también la injusticia que se comete con ello. Por eso se les elevan artificialmente las calificaciones, para no "perjudicar" su brillante expediente (que con el amaño, dicho sea de paso, se hacía aún más brillante). El expediente académico de los etiquetados por el sistema como "mediocres" a nadie interesaba.

Por los años que han pasado y por la experiencia acumulada puedo decir que, algunos de aquellos alumnos que obtuvieron unas calificaciones extraordinarias en el bachillerato e incluso las mantuvieron en la Universidad, no han destacado en nada. Hoy son hombres grises desprovisto de talento alguno. No es que hayan perdido el talento es que nunca lo tuvieron. Las extraordinarias calificaciones, el brillante expediente académico, la inmaculada hoja de servicios les ha servido, a lo sumo, para "colocarse" mejor que el resto de los mortales en un sombrío y cómodo puesto de trabajo. En cambio, algunos, que hicieron un bachillerato "mediocre", al llegar a la Universidad o al Conservatorio de Música o al equipo profesional del deporte en el que destacaban (eso sí con unas pobres calificaciones) se vieron liberados de las múltiples trabas y del corsé impuesto por el régimen del instituto y pudieron por fin desarrollar el talento que en aquellos borrosos años nadie supo apreciar. Otros, lamentablemente, con el mismo talento, vieron malogradas sus expectativas y truncado su futuro por falta de atención a su debido tiempo. En estos dos últimos casos, los que han conseguido éxito han tenido que trabajarlo con denuedo, porque hasta donde yo sé nadie les ha regalado nada.

Esto ocurrió hace tanto tiempo que ya me había olvidado de esta historia. Ahora, al rememorarla, he tratado de ubicar física y laboralmente a aquellos compañeros "empollones" y no he sido capaz de recordar un sólo hecho de su actividad profesional que deba ser destacado. Sin embargo, paradógicamente, en este tiempo he podido disfrutar de la alegría de los éxitos de los "otros", al ver cómo ascendían en el deporte profesional, cómo accedían a importantes cargos de responsabilidad en empresas e instituciones o cómo impulsaban actuaciones en beneficio de toda la sociedad que, además, enriquecían al país. Entre ellos recuerdo a futbolistas del Valladolid o del Zaragoza, empresarios de solvencia, dirigentes políticos, profesores universitarios y profesionales liberales a los que en su día a penas se les prestó atención, porque no encajaban en el estándar de "alumno brillante". Muchos de ellos debieron crecer, prepararse y, finalmente, obtuvieron el reconocimiento al margen del sistema educativo regular. 

Hoy yo tengo hijos en el Instituto. La realidad de entonces poco tiene que ver con la de ahora y sin embargo, lamentablemente, observo con asombro que nada ha cambiado. He visto y conocido chicos de un talento extraordinario y he visto la maquinaria implacable del sistema educativo aplastarlo: programa, programa y programa. Disciplina y café para todos. Si el chico manifiesta una sensibilidad especial para la música, que la familia lo promocione en un coro o en una escuela de música. Si el chico destaca en la literatura o en la actividad física, que su familia se encargue de ofrecerle alternativas al margen del sistema educativo, que éste ni tiene medios ni tiempo para ocuparse de ello.  Si el muchacho manifiesta habilidades en el campo de la biología que dé paseos por el campo con sus amigos. Para la institución educativa, lo fundamental es que se "centre", cumpla con puntualidad inglesa el "horario", se atenga al "programa" establecido y sobretodo que "no moleste".

A mí no me importa que al empollón de turno, para no "manchar" su expediente, le suban artificialmente la calificación de las asignaturas de Educación para la Ciudadanía, Música o Gimnasia. Lo que me preocupa es que nadie estimule la sensibilidad creativa de los que tienen talento para las artes, para las ciencias o para el deporte. Me preocupa que los profesores no dispongan de medios ni de tiempo ni de programas para descubrir y atender a estos chicos. Me preocupa que el sistema educativo camine de espaldas a esta realidad plural. Ese es un lujo que no se puede permitir este país. No estoy hablando de la elite ni de un puñado de estudiantes en concreto, ni siquiera me estoy refiriendo a los que demuestran precozmente algún talento. Me refiero a una multitud de jóvenes, extraordinarios muchachos, ávidos por aprender y participar activamente del mundo que les rodea y que todavía están por descubrir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario