miércoles, 27 de noviembre de 2013

Un amigo, un libro y una piedra. Ése es el orden

Si quisiera expresarlo en cifra, garabatearía 50. Si quisiera expresarlo en letra escribiría: cincuenta, así como suena. Para definirlo podría utilizar el término MEDIO CENTENAR o media centena o también podría referirme a ese número como diez lustros. Pero a pesar de las múltiples formas que existen de expresarlo, en todas ellas se reúne poca información. Podría decir que no es un número cardinal, sino ordinal, entonces debo corregir las anteriores expresiones y sustituírlas por estas más afortunadas: 50º o, en su caso, quincuagésimo. De estas dos últimas expresiones surge inmediatamente una pregunta: ¿50º o quincuagésimo, qué? Si lo que se pretende es dar un orden, dígase qué es lo que se ordena. Si sólo se pretende aportar una cifra dígase también, y póngase 50 o media centena o diez lustros, y con eso basta.

A estas alturas del escrito todavía no sé que es lo que pretendo numerar porque tampoco sé las consecuencias que se puedan derivar de ello.

Si pretendiese decir que tengo cincuenta huevos en una cesta, carecería de sentido emplear un ordinal, y bastaría con anotar la fría cifra: 50. Si lo que pretendiese es comunicar el orden en el que puso el último de ellos la gallina, parece más acertado expresar el 50º o el quincuagésimo.

Para andarme sin rodeos, yo lo que quiero decir es que hoy he cumplido cincuenta años. Y no sé qué es lo que más me interesa: si referirme a ese hecho aislado, el de cumplir uno más, concretamente el quincuagésimo año, lo que, al limitar temporalmente el acontecimiento, me facilitaría la labor de explicar lo que siento (que más bien es poco, teniendo en cuenta que mi vida no deja de ser, hasta cierto punto, una sucesión de acontecimientos aburridos aliñados con algún que otro sobresalto) o si por el contrario resulta más interesante tener en cuenta el conjunto de elementos que define la cifra 50 o el medio centenar o los diez lustros. En este último caso la cifra me abruma. Los recuerdos se agolpan. Llegar hasta aquí ha sido una maravillosa aventura, no exenta de dificultades; pero llena de alegrías. Mantengo conmigo prácticamente a todos los seres queridos, en un número que con el tiempo se ha ido incrementando. He crecido intelectualmente (permítaseme la boutade). El paso del tiempo me ha dado más que me ha quitado. Son más los que me acompañan que los que me han abandonado. Todo un lujo para los tiempos de ajustes y recortes que corren.

Podría experasarlo de otro modo parafraseando al erudito demógrafo Thomas Robert Malthus y diría que mientras mi edad ha crecido aritméticamente, mis amigos, mis seres queridos, descontandas las bajas propias del quehacer biológico, y las aptitudes que me forman como persona han crecido geométricamente.

A lo largo de estos cincuenta años he sido muy celeso en el empeño de mantener el compromiso de retener e incrementar el número de amigos que la providencia me regalaba, como también lo he sido con mis libros o mis piedras. He procurado en todo momento disfrutar lentamente, casi paladeándolo, del placer de saberme querido por los míos; pero no he retenido este placer sólo para mi. Lo he repartido con todos los que me he encontrado en el camino con la misma generosidad que me lo han entregado. Esto me ha permitido conocer algo de la grandeza de la fraternidad.

Tengo que contradecir a León Felipe, cuando en el epígrafe de su poema "pie para el niño de Vallecas de Velázquez" dice: "bacía, yelmo, halo, éste es el orden, Sancho". La verdad de las cosas, en estos últimos cincuenta años, que son de los que yo respondo, me ha revelado que la felicidad es posible para todos siempre y cuando se luche sin desmayo, día a día, por ella y se asuma el compromiso de actuar dentro de un movimiento colectivo que no distingue ni privilegia a nadie.

Un amigo, un libro y una piedra. Ese es el orden, mi querido León Felipe.

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