lunes, 18 de noviembre de 2013

España también espió al Reino Unido

Dicho así, en abstracto, no parece gran cosa. Todo el mundo sabe, y si no lo supone, que España, como cualquier otro país civilizado, espía a sus vecinos. La noticia sólo adquiere tintes dramáticos cuando quien lo publica es un periódico alemán y hace alusión a no sé qué archivos secretos de un ex funcionario de la CIA. Hasta entonces todos estábamos muy tranquilos. A partir de ese descubrimiento. De la constatación del hecho ni más ni menos de la persona que lo perpetraba todos nos echamos las manos a la cabeza.

Esta historia de espías me recuerda a otra, también real, que tuvo lugar allá por los años finiseculares del XVIII, aproximadamente, en la década de 1780.

La España ilustrada de Carlos III estaba muy preocupada por la superioridad de la armada inglesa. La diferencia la marcaba un material metálico con el que construían un pequeño cañón de corto alcance; pero muy efectivo, que originaba unos impresionantes destrozos en los buques enemigos. Esta letal arma se fabricaba en la localidad inglesa de Carron, de ahí el nombre con el que se conocía al pequeño cañón: carronada.

El Rey reclutó para una secreta misión a dos individuos de características peculiares. El primero debía ser un hombre práctico capaz de colarse en la fábrica de cañones, aprender el oficio y ser capaz de reproducirlo en España. El otro debía ser un hombre de ciencia, un sabio que pudiera memorizar planos y procesos, copiar e imitar la tecnología de la potencia extranjera. Para que la misión resultara creíble los dos españolitos debían actuar con disimulo. No debían confesar su verdadera misión y para mayor seguridad antes de dirigirse a la ciudad inglesa debían hacer un recorrido por Europa central, aprendiendo en las mejores academias de minas de Europa el arte de la docimasia.

Pero en ningún caso los espías españoles debían olvidar que su verdadera misión era sustraer de los ingleses el secreto de la producción del acero con el que fabricaban sus potentes y certeros cañones.

Quiso la casualidad que en ese período España le declarase la guerra a Inglaterra, por la independencia de Estados Unidos y nuestros compatriotas no pudieron pasar a la isla. España centró todos sus esfuerzos bélicos en ganar una guerra junto con sus aliados franceses. Y se olvidó de la misión. Ordenó al científico español su inmediata vuelta a casa.

No lo he dicho; pero el espía no era otro que Juan José Elhuyar. Un eminente científico cuyo fracaso en la secreta misión le permitió ampliar estudios en las Escuelas y Academias de Minas más famosas del Mundo, en Francia, Hungría, Alemania, Suecia, etc. Y recibir formación de los hombres de ciencia más prestigiosos del mundo.

A su vuelta a España, cuando ya no existía una misión que completar, en expectativa de destino, se entregó junto con su hermano Fausto a la investigación de la composición de una "piedra pesada", que Juan José se había traído de Uppsala (Suecia). Los trabajos de investigación se desarrollaron íntegramente en el Real Seminario de Vergara, en el País Vasco. Y gracias a su inteligencia y tesón, en un tiempo récord, consiguieron descifrar la composición de la piedra denominada wolfran, consiguiendo descubrir un nuevo elemento químico al que bautizaron con el nombre WOLFRAMIO.

Paradógicamente, se pude decir que el descubrimiento del WOLFRAMIO fue la historia del fracaso de una misión de espionaje.

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