jueves, 31 de enero de 2013

Corrupción

Hagan ustedes la prueba. Esta noche he tecleado en el buscador de Google la palabra "corrupción" y han aparecido 48 millones de resultados. A continuación he entrado en la página oficial del Instituto Nóos; perdón, quiero decir del Instituto Nacional de Estadística y he buscado el padrón de habitantes de España y en él figuran 46 millones. Ya se han percatado del detalle, verdad. Pero no se precipiten. Como en España no puede haber más corruptos que habitantes, una lectura simplista del asunto nos llevaría a pensar que los 2 millones que faltan son los emigrantes sin papeles. Pero me parece una acusación desproporcionada e injusta, porque a estos "sin papeles" ya les hemos registrado unas cuantas veces y no les hemos encontrado nada, ni siquiera una mísera cuenta en Suiza. Además, hasta un párvulo sabe que les hemos quitado todo: el trabajo, la Seguridad Social, la atención médica, el colegio para los hijos, las ayudas a la dependencias, etc., etc. La pena es que a nuestros emigrantes no les podamos decir lo mismo que David Cameron a los suyos: "no vengan, que aquí llueve y hace mal tiempo". Así que hemos decidido valorizarlos ubicándolos a la salida de nuestras iglesias, en las que a cambio de una raquítica limosna dominical obtenemos como contraprestación ni más ni menos que la absolución por todos nuestros pecados. No me digan que por el precio que nos cuestan no nos prestan un buen servicio.

La única manera de resolver la ecuación planteada y encontrar los 2 millones de habitantes que nos faltan o los dos millones de corruptos que nos sobran (entiéndanme, no digo que sobren corruptos en España, lo planteo sólo en términos de cuadrar las cifras. ¡Por Dios, que nadie se alarme!), es proceder al recuento. ¿De habitantes? No, de corruptos, ¡coño!, haber si nos enteramos.

Lo más fácil es hacerlo por estamentos. De arriba a abajo, empezando por la más alta magistratura de los Estados de la península: de los dos: el español y el catalán (que, aunque este último todavía está en el limbo, ya es un adelantado en estas viejas artes). Ambos Estados, como es notorio, se han visto recientemente salpicados por casos de corrupción en los aledaños de sus predios. Una prueba de ello lo constituyen las causas abiertas a Urdangarin, al secretario de las infantas, a uno de los hijos de Pujol y hasta al mismísimo e incombustible Duran y Lleida, por citar solo algunos ejemplos. Un piso más abajo encontramos a algunos miembros destacados de la compañía de Rinconete y Cortadillo. Algunos de ellos forman parte de los Gobiernos de la nación, de las  autonomías, de la administración local, etc. Resultaría prolijo y pesado presentar aquí una relación nominal de los muchos implicados en procesos judiciales abiertos; pero háganse a la idea que son unos cuantos. Lo mismo ocurre con otros reputados estamentos. A la denuncia de las presuntas corruptelas no escapan ni la Judicatura, con una sonada dimisión del presidente del poder judicial, ni los más notables representantes del poder legislativo. Sí, los mismos que juran guardar y hacer guardar la Ley, y quienes se ocupan de dictarla, en estos días también ven afeada su conducta por no ajustarse a las normas que ellos mismos aprueban y juran proteger. No me pidan nombres, por favor. Los partidos políticos, de todos los colores, las fundaciones a través de las que se financian y sus máximos dirigentes, las asociaciones empresariales y las sociedades que las integran, se han especializado en abrir las noticias de los telediarios por conductas presuntamente delictivas. Estoy pensando no sólo en esos dirigentes, sino también en sus más próximos allegados. Me refiero a pillos y golfos de baja estopa que se alimentaron y crecieron con el caldo preparado en el puchero de la corrupción. Algunos de ellos, con sólo veintitantos años, ya disponen de un montón de másters universitarios y unas lustrosas cuentas bancarias con más de cinco o seis dígitos. ¡Cuánto saber acumulado en tan poco tiempo! El libro de cabecera de estos genios de las finanzas es el libro de Memoria del Monipodio, el personaje descrito por Cervantes en una de sus novelas "ejemplares", en el que se da asiento a todos los rufianes y las malas artes en las que se especializaron. Todos dispuestos a chupar de la piragua.

No pierdan la cuenta y sigan bajando escalones. Piensen en aquellos que sostienen toda esta estructura. Los que están en la base. Piensen por ejemplo en las Cajas de Ahorros y en los bancos; en las empresas y sus organizaciones empresariales. Piensen en Díaz Ferrán, en Ramoncín, en la Sociedad General de Autores y en Tedy Bautista. Piensen en nosotros, los sufridos votantes, los que hemos sido engañados al comprar sellos de Afinsa, hemos comprado preferentes o nos hemos jugado nuestros ahorros en inversiones en bolsa. Todos sin excepción hemos sido testigos de conductas poco santificantes. Todos estamos contaminados. Si lo analizan detenidamente las conductas corruptas forman parte de la masa de nuestra sangre, de la columna que vertebra nuestra sociedad ¿Y cómo es que ha crecido tanto? Creánme, yo pienso que la corrupción es como el cáncer y lo que en estos días estamos viviendo en España es la manifestación más evidente de su metástasis.

Como ya habrán adivinado, efectivamente, lo que sobran son los corruptos; Pero ¿dónde están los 2 millones de españoles que faltan? Son los que tendremos que importar para sustituir a esos otros dos millones que actualmente ocupan todos los estamentos del poder y sobre los que ya no hay ninguna garantía de que estén sin contaminar. España necesita un AUTO DE FE.

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