viernes, 21 de octubre de 2011

Condenado por abuso sexual

El Diario de León publica hoy una carta de la esposa de un hombre que ha sido condenado por un delito de abuso sexual. La carta me ha conmovido y me ha hecho reflexionar sobre el asunto. El marido de esta señora es un trabajador de una administración pública que, después de haber sido denunciado por la persona agredida, fue condenado en sentencia firme por un delito de abuso sexual cometido contra una compañera de trabajo. La conducta de este individuo es execrable. La cosa está juzgada. El condenado ha acatado y no ha recurrido la sentencia. Después del tiempo transcurrido incluso ha cumplido ya con la condena impuesta. El Ayuntamiento para el que trabaja, en el papel que le correspondió, lo cambió de puesto de trabajo y verificó el cumplimiento de la orden de alejamiento dictada por la autoridad judicial mientras se celebraba el juicio. Hoy la víctima se ha trasladado de puesto de trabajo y de ciudad. No existe nada que pueda justificar la actitud del trabajador condenado. Ya no hay ningún remedio ni paliativo que se pueda poner a la conducta del condenado. Lo único que se le puede desear, ya que ha cumplido con las penas impuestas, es que no se vuelva a producir. En este tipo de conductas delictivas, la tolerancia debe ser cero. A pesar de todo, una parte de la sociedad de su lugar de residencia exige más.  Pide una condena mayor que en este caso debe ser impuesta por la administración para la que trabaja. Por eso después del tiempo transcurrido vuelve a ser actualidad. Su esposa, con la que comparte una hija, dice que nunca se creyó la denuncia de la víctima. ¿Qué otra cosa podría decir? ¿Cómo sino podría soportar la convivencia diaria con el agresor? ¿Cómo sino podrían compartir un proyecto de vida y educar a su hija junto a su marido?

Digo que me ha conmovido el escrito de la esposa porque, a pesar de no dar crédito a la denuncia de la víctima, no dedica ni una sola línea a exculpar o a defender a su marido. No trata de disculpar su actitud, ni arremete contra la justicia, ni contra aquellos que presionan para que se amplíe la pena, ni contra el poder mediático que a falta de otras noticias pone el caso ya juzgado un día sí y otro también en la picota de actualidad. ¡ hay que ver cuánto nos gusta leer estas cosas en la prensa! No, ninguna de estas cosas inspira la carta de una afectada esposa. Acepta resignada la situación; pero con dignidad. De hecho firma su escrito como "la esposa de un condenado por abuso sexual". No se esconde ni esconde la identidad de su marido ni la de ella.

Entonces, ¿qué quiere ahora esta mujer? Quiere dormir. Quiere que no se linche a su marido como se hacía en el lejano Oeste americano. Quiere que el Ayuntamiento adopte ahora, después de haber cumplido condena, las sanciones contra su marido que estime oportunas. Quiere que se le aplique si es preciso la máxima sanción laboral que se le pueda imponer. Quiere que, si es preciso, se dé satisfacción a los que quieren más, a los que piden más. Pero también quiere que su hija vuelva a sonreír. Quiere recobrar para ella y para su hija la normalidad. Quiere que su hija no se convierta en una nueva víctima. Quiere que su hija pueda acudir al instituto alegre, que no sea señalada ni acosada por una falta que no cometió ella. Quiere que aquellos que presionan mediáticamente para que sancionen más a su marido lo consigan si con eso se termina, que aquellos que quieren su puesto de trabajo lo consigan, que aquellos que quieren sacar réditos políticos de este lamentable asunto lo consigan también. Pero para ella lo más importante es que termine cuanto antes este calvario. Quiere que la dejen dormir.

La acción de su marido no es disculpable. No sé cómo se puede reparar el daño a la víctima, supongo que la justicia lo habrá valorado y determinado en la condena impuesta. No sé si esta satisfacción fue suficiente. Pero una cosa tengo muy clara, si no se escucha a esta mujer, en este asunto puede haber más de una víctima. Hoy estamos convirtiendo en víctimas a otras dos mujeres más. Estamos abusando de ella y de su hija. Por eso yo he omitido deliberadamente sus nombres y me gustaría que se le escuchara y que cada cual actúe como le dicte su conciencia. Y aquéllos que quieren aplicar la ley del Talión, que lo hagan; pero que sean tan valientes como la mujer del condenado por abusos, que den un paso al frente y lo digan y si no que se callen y se vayan para sus casas.

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