miércoles, 1 de julio de 2015

El politiqués

Solamente ganaron cuando sus rostros no eran conocidos y sus nombres se perdían en una lista encabezada por un hombre del pueblo, cargado con una mochila de ideales. No tardaron en aprender el oficio. Llegaron para quedarse. Sustituyeron, no siempre de la mejor de las maneras, a los que les precedieron. No les dolieron prendas a la hora de acuchillar a los que les abrieron camino, para hacerse sitio entre las telas del poder. A diferencia de los primeros estos venían desprovistos de mochila de ideales, pero traían las alforjas vacías, dispuestos a llenarlas. Y las llenaron. Durante más de treinta años hemos soportado sus caras en todos los carteles electorales. Da la impresión de que si no existieran ellos no habría democracia, aunque es justamente al revés: su insistencia en mantenerse al timón y considerarse los timoneles es la que ha terminado casi por hundir el barco y por deteriorar la democracia. En treinta años no han aportado nada. Ni una idea. Ni una sola propuesta que haya mejorado la vida de sus conciudadanos. 
Cada día que pasa resulta más insoportable su presencia, pero no se dan por aludidos. Ellos no se van.  Pero, adónde habrían de irse, si no tienen otro oficio y todavía no han llenado las alforjas. Lástima de país. Lástima de nosotros. Sólo cuando terminemos con los políticos profesionales: los que llevan en las instituciones 30 años o en la dirección de los partidos otros tantos, se abrirá el cielo, surgirá un rayo de luz y este país empezará a tener una esperanza. Hasta entonces que nadie espere nada. Estos que nos gobiernan son de otro planeta, no hablan nuestro mismo idioma. Hablan el politiqués: un dialecto que sólo ellos conocen y dominan, que se aprende por transmisión oral de padre político a hijo político.

No hay comentarios:

Publicar un comentario