Contratos verbales, pactos de caballero, influencias políticas, paraísos
fiscales, traidores y amiguitos “íntimos”, herencias misteriosas, bancos
incompetentes, gabinetes jurídicos inexistentes, mensajes y recados cifrados,
avisos para navegantes, etc., etc. Todas estas cosas hemos podido oír sin que
los comparecientes ni los comisionados se inmutasen.
Júnior, que es como llaman los allegados al mayor de los hijos del cada vez
más cuestionado y menos honorable Jordi Pujol, pasó por la Comisión de
investigación del Parlamento catalán como el que va de picnic o a pasar una
jornada de golf con los antiguos compañeros de trabajo de “papá”. Lo dijo
claramente, para que nadie se llamase a engaño: “Artur Mas es muy amigo mío” y
con él comparto “intimidad intelectual y espiritual”.
Lo que traigo a estas páginas no es la trascripción de la declaración de
este individuo, la de su padre o la de su madre. Sobre esta cuestión creo que
cada uno ya tiene formada su propia opinión. Lo que me interesa destacar es el
“papelón” de los otros componentes de la Comisión de Investigación de la cámara
catalana. ¿De dónde habrán salido?
Que los Pujol se defiendan no tiene nada de extraño, más aún, era de
esperar. El que hablen con medias verdades, tampoco. El que oculten aquella
información que no les interesa que se conozca me parece hasta razonable,
máxime teniendo en cuenta que el asunto está en sede judicial. Este es un derecho que les asiste: el de no declarar contra sus propios intereses. Lo ha dicho y tiene razón Pujol padre: "es a ustedes a quien les corresponde probar las acusaciones". Lo que me
resulta inaceptable es la actitud de sus señorías los Diputados, que dejan
pasar una ocasión de oro para esclarecer la “oscura” conducta de los
comparecientes implicados en la gestión de sus negocios, porque ese,
justamente, es su trabajo y es un deber y una obligación que han contraído con
todos los ciudadanos. Si se quiere, esta obligación de sus señorías se eleva a
la enésima potencia si tenemos en cuenta que, juegos florales aparte y medias
denuncias que nunca cristalizaron, los supuestos negocios del Clan Pujol se
pudieron materializar gracias a su incompetencia y a la falta de control de
quienes como ellos tenían la obligación de realizarlo, especialmente los
Diputados que se sientan en los escaños de la oposición.
Ninguna de sus señorías, en los cortes televisivos que he podido ver, le
preguntó al mayor del Clan por quienes son los traidores del partido que, como
él denuncia, han permitido que el escándalo salte a la primera página de los
medios y cuáles son sus ocultos intereses, o por qué su fortuna habría estado a mejor recaudo si la hubiese custodiado un
gabinete jurídico o cuál fue su papel como gestor de la presunta herencia de su abuelo. (Presunta, porque no aporta ni un solo documento que la avale)
Sus señorías dejaron escapar a Júnior sin despeinarse un pelo, al que trataron con guante blanco a pesar de que dijo cosas tan
asombrosas como que él no está acusado por delitos de corrupción, sólo por
delitos fiscales, sin que nadie le reprochara inmediatamente que una jueza de
Andorra sí que ve indicios claros de corrupción en su actividad. No le
incomodaron cuando soltó el improperio de que él no hace negocios en Cataluña
ni en España para no manchar el legado de su padre o que él no sabía que el
dinero estaba depositado en paraísos fiscales, cuando, en realidad, el más tonto
en este país sabe que cualquier banco informa a sus clientes del lugar en el
que están invertidos o depositados sus ahorros.
Durante la comparecencia, la actitud de los señores Diputados fue bochornosa,
tan bochornosa como la del propio compareciente, con la diferencia que la de éste era de esperar, la de los otros, no. Ambas actuaciones a la misma altura: por los suelos. ¡Qué país!
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