viernes, 14 de septiembre de 2012

Más pobres y..más solos.

Una de las consecuencias que nos trajo la denominada burbuja inmobiliaria fue el acceso generalizado y aparentemente fácil a una vivienda digna. Digo "aparentemente" porque cuando se desinfló la burbuja las cosas se pusieron muy cuesta arriba para muchos de los propietarios pisotenientes. De esto se ha hablado hasta la extenuación. Pero otra de las consecuencias de la burbuja que yo creo que ha pasado desapercibida es el aislamiento social al que en ocasiones ese fácil acceso ha relegado a sus inquilinos.

Sin duda, en aquellos buenos tiempos, en los que un ministro del Gobierno llegó a decir que si la vivienda era tan cara es porque la gente la podía pagar, el primer objetivo de quien no disponía de ella era conseguirla, aunque para ello hubiera de endeudarse hasta las cejas; pero para quien ya la tenía el objetivo supremo consistía, dada la facilidad de crédito, en mejorar sus expectativas y desplazarse a un Chalé.

Las zonas residenciales, alejadas de los núcleos poblados, formadas por chalés apareados, dúplex, acoplados, aislados, reunidos, unifamiliares o plurifamiliares, de una, dos o tres plantas, planta baja, alta y cochera, crecieron como setas en el campo, sin control, en todas y cada una de nuestras localidades. Era raro el pueblo, por recóndito que éste fuera, en el que no existiese una "promoción de chalés de lujo". Tal proliferación llegó a un extremo que se devaluó la palabra "lujo". Para el ávido constructor, lujosa era cualquier edificación que estéticamente destacase de las de su entorno, aunque la singular diferencia fuese su fealdad. No era raro encontrarse en parajes naturales, dominados por majestuosas montañas de piedra caliza, "lujosas" edificaciones de ladrillo enfoscado con cemento o descubrir, atónitos, cubiertas de pizarra de Bernardos, colocadas en una casa solariega restaurada de un pueblo de interés turístico, techado todo él con teja del país.

Los inicios en la nueva vivienda, en el majestuoso chalé de lujo, siempre eran prometedores. Por fin lejos del bullicio, ocultos de las miradas indiscretas de los vecinos, provistos de un hermoso jardín en el que uno pudiera reencontarse con la naturaleza y con aquella faceta agreste que todos llevamos dentro y que hemos perdido. En un chalé uno nunca se aburre, siempre hay cosas que hacer. Y, efectivamente, nos ponemos a ello entusiasmados desde primera hora: todo nuestro tiempo lo ocupa la valla perimetral con la espesa masa vegetal que impide ver el interior de la finca, los arbolitos del jardín, las plantas, la hamaca, el rinconcito de las herramientas, etc. Todo eso exige recuperar de la memoria un fondo que ya creíamos olvidado y perdido. Y efectivamente, para qué engañarnos lo habíamos olvidado. Por eso hemos adquirido ese maravilloso manual sobre "Jardinería al alcance de todos". En muy poco tiempo, gracias a estos manuales, me he encontrado auténticos expertos botánicos hechos a sí mismos en muy pocos días. Pero debo decir que esta etapa pasa pronto y da para lo que da. Al fin y al cabo uno sólo debe dejarse llevar por el vecino. Que el vecino pone una canasta de baloncesto, pues al IKEA a por ella. De igual modo sucede con los enanitos de la entrada, el papa Noél escalando la ventana en Navidad, el buzón de fundición (¿por qué demonios los chalés no se entregarán ya con un buzón instalado, fabricado en acero de fundición? Tengo que recordarlo para la próxima vez que hable con mi hermano que es constructor), etc., etc.

Todo esto transcurre con normalidad y sin sobresaltos hasta que llegado el momento se comete el gran error. "La barbacoa de piedra". Por algún motivo, en una de nuestras salidas de los sábados para aprovisionarnos (cualquiera que viva en un chalé sabe a qué se dedican los sábados por la mañana), hemos visto una hermosa construcción de cemento imitando a piedra que nos viene como anillo al dedo: será nuestra BARBACOA LLAVE EN MANO. Bueno, en realidad en la toma de decisión de la adquisición del pesado artilugio algo ha influido el ver ese hilillo de humo que sale del jardín del chalé de al lado.A partir de entonces empieza la frenética carrera: ¿Vecino, este finde, en la tuya o en la mía? Y con ello empieza también la especialización en las carnes, el carbón vegetal, el hecho, poco hecho o muy hecho. Los chistes, la cerveza, las confidencias... Vaya, ya me ha salido la maldita expresión. CONFIDENCIAS. Este es el segundo gran error. Con estas confidencias entre vecinos, llegan los chismes y con los chismes las calumnias y con las calumnias, SE ACABARON LAS BARBACOAS y sin ellas, como en los chalés siempre hay mucho que hacer, volvemos a nuestro jardín, a quitarle polvo al enano de la entrada, a darle minio a la valla exterior semioxidada y volver a pintarla y otra vez minio, y otra mano de pintura (ya sé que hay pinturas que incorporan el minio, pero quería hacer largo el relato). Y así hasta que un día nos preguntamos, ¿qué  habrá sido de nuestros amigos, de aquellos con los que paseábamos por el centro de la ciudad, comprábamos en la tienda del barrio y llevábamos a los hijos al mismo colegio? ¿Por qué no les llamamos? La respuesta es obvia: pues porque ya lo hemos intentado y ya sabemos que no disponen del mismo número de teléfono o han cambiado de compañía, vete tú a saber.

Un sábado cualquiera, siguiendo nuestra habitual rutina, la vida nos da una gran sorpresa y nos topamos en el súper con uno de aquellos amigos que nunca debimos abandonar, de la alegría que nos produce el acontecimiento se nos acelera el corazón, recordamos viejos afectos, intercambiamos saludos y de nuevo los teléfonos (por si los hubiéramos perdido, decimos cínicamente) y nos prometemos llamar. Cuando por fin contactamos con ellos, nos hacen partícipes de una feliz noticia que cuando nos vimos la última vez no tuvieron tiempo de compartir: se han cambiado de casa hace muy poco tiempo y se han trasladado a un "lujoso" chalé a las afueras, y es en ese momento también cuando nos hacen la terrorífica pregunta: ¿Por qué no os venís este fin de semana, que estamos preparando una barbacoa con los vecinos, que, por cierto,  son majísimos y os van a encantar? Porque justamente este fin de semana tenemos previsto dar la segunda capa de minio a la verja, le contestamos.

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