miércoles, 3 de abril de 2013

Sobre el wolframio, llueve sobre mojado.

Es descorazonador. A veces, a uno le entran ganas de tirar la toalla, de mandarlos a la mierda. En España, a pesar de ser éste un país en el que desde tiempos muy antiguos se han explotado minas y yacimientos minerales, no se ha realizado una aportación significativa al descubrimiento de nuevas especies minerales y mucho menos si se trata de nuevos elementos de la tabla periódica. La razón de esta sequía descubridora no es otra que la falta de atención y medios que las instituciones han destinado a la investigación mineralógica. España ha realizado al menos tres aportaciones. Dos de ellas han sido en algún momento de la historia cuestionadas. Me refiero a la del Platino, por Ulloa, y la del Vanadio (Eritronio) por Andrés Manuel del Río. Pero la que nunca nadie ha cuestionado ha sido la del Wolframio. Un elemento químico descubierto en los laboratorios que la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País disponía en la localidad de Vergara, por los hermanos Juan José y Fausto Delhuyar, en 1783. Desde hace muchos años hay una pelea en la comunidad científica por defender el nombre que al elemento le dieron inicialmente sus descubridores. Para unos, para la mayoría, para mí, "Wolframio". Para otros, ellos sabrán el porqué, "Tungsteno". Es cierto, como digo, que existe esa discusión sobre el nombre que debe darse a este elemento; a pesar de que su símbolo químico es como todo el mundo sabe "W". Lo que desde luego nunca ha estado, ni está, en cuestión es la paternidad de su descubrimiento, que todo el mundo reconoce fue hecho por aquellos dos ilustres españoles.

Esta larga introducción la hago para dar tiempo e intentar despojarme y aliviar el monumental cabreo que me embarga y no perder la compostura. Una notable institución berciana acaba de editar un libro sobre la mineralogía de la zona (No voy a dar más datos para no hacer una publicidad de esta obra). El libro está prologado por un reputado miembro del Museo del Instituto Geológico y Minero de España, una venerable institución, y escrito, por lo que parece, por dos expertos en el asunto. Sin embargo, en la página 84 del ejemplar que me acaban de regalar se puede leer: "La Scheelita debe su nombre al descubridor del Wolframio, el alemán K.W. Scheele". ¡Yo estoy harto! Cuando dispuse del libro en las manos, sin abrirlo, lo celebré. Aplaudo cualquier gesto que se haga para divulgar el conocimiento de esta maravillosa ciencia venga de quien venga. Pero, ¿cómo pretendemos asomarnos, acercarnos siquiera, a la comunidad científica con semejantes exabruptos? ¿Cómo queremos que se nos respete por ahí fuera cuando ni si siquiera somos nosotros capaces de hacerlo aquí dentro?

Es como predicar en el desierto. Lo diré una vez más, la enésima: el Wolframio es un descubrimiento español. Su conocimiento no se debe a la casualidad, sino a la fructífera y abnegada labor investigadora de los hermanos riojanos Delhuyar. No es el momento de contar la relación de la wolframita (que no es lo mismo que Wolframio) con el químico y mineralogista Scheele ni la relación evidente de Scheele con el mineral que contiene Wolframio llamado en su honor Scheelita ni tampoco es el momento de desvelar la verdadera mala suerte que le ha deparado la historia de la ciencia al ilustre e ilustrado Scheele. Pienso, incluso, que la historia no ha hecho mucha justicia con el eminente sueco (¡que no alemán!, como dicen los autores del libro que cito, pero no nombro); pero eso es otra historia, que nada tiene que ver con el asunto que nos ocupa. Pero el hecho de que al mineralogista sueco la historia no le haya tratado bien ni le haya hecho justicia no significa que nosotros, para compensar, debamos maltratar y cometer una injusticia aún mayor con dos de los nuestros. En este asunto, lamentablemente, ya llueve sobre mojado, por eso, y lo siento mucho, no voy a dedicar ni una sola palabra para elogiar la obra.

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