jueves, 29 de noviembre de 2012

Los nuevos valores de la democracia

Hoy nuestra Prima de Riesgo, que es como el termómetro que mide la salud de nuestra economía, dice que el paciente, aunque con fiebre, está mejorando. Los economistas de cabecera dicen que las cosas van por buen camino. Todo el mundo se felicita: Merkel, el FMI, los mercados (esos grandes desconocidos), etc.

El Comisario Europeo, Joaquín Almunia, que, por cierto, milita en el mismo partido que dijo no hace mucho tiempo que los bancos españoles eran los campeones del sistema bancario interplanetario y sólidos como una roca, ahora también se felicita de la buena marcha de las entidades bancarias. Incluso le he oído decir, en clave nacional, que después de las fusiones, compras obligadas y liquidaciones, el sistema bancario español quedará saneado y podrá volver a los mercados con la cara remozada y volver a dar créditos a los usuarios.

Llegaremos a esta saneada e idílica situación después de habernos comido nuestras propias palabras. Después de haber abandonado el pueril optimismo inicial basado en la salud de hierro de nuestro sistema bancario, después de desdecirnos de todo lo que habíamos dicho, depués de decir digo donde antes dije Diego.

Llegaremos a esa magnífica situación, que por fin nos permitirá salir de la crisis, después de que los deshauciados de sus viviendas por los bancos sufraguen con cargo a sus impuestos las ayudas económicas a los mismos bancos para que contraten un abogado que estimule y acelere su deshaucio.

Llegaremos a la situación mágnífica de equilibrio cuando los estafados por las preferentes reconozcan su derrota y acepten una quita de sus ahorros.

Alcanzaremos el Olimpo económico después de reconocer que los sacrificios hechos no son suficientes. Que no basta con que los deshauciados se resignen y paguen también con sus impuestos a los deshauciadores. Que no basta con que los ahorradores pierdan una buena parte de sus ahorros. Que no basta con que miles de trabajadores de las entidades bancarias pierdan sus puestos de trabajo por una muy deficiente, cuando no, delictiva gestión. Que no basta con que le retiremos a esas entidades bancarias los activos que perturban sus balances económicos y nos los comamos con patatas en un eufemístico banco malo, como si a estas alturas alquien creyese que hay alguno bueno. Que no basta con que nos rasquemos el bolsillo hasta vaciar todas las arcas municipales para recaudar fondos para tapar todos los huecos abiertos en el "sólido" sistema bancario español. ¡Fuera educación!, ¡fuera sanidad!, ¡fuera servicios sociales, derechos laborales, pensiones, salarios! Necesitamos todo el dinero que podamos recaudar para entregárselo a quien mañana nos lo debe prestar. Porque no nos olvidemos que la función del banco es prestar dinero y si no lo tiene de algún sitio habrá que sacarlo.

Alcanzaremos la prosperidad económica y las cosas volverán por sus fueros cuando por fín aceptemos sin paliativos nuestra derrota en todos los campos por los denominados "mercados". Sólo cuando adquiramos consciencia de quién manda, de quién lleva las riendas e icemos la bandera blanca como símbolo de sumisión, entonces empezaremos a ver la luz a la salida del túnel.

Alguien podrá preguntarse en qué quedó aquello de "hay que reformar y refundar el capitalismo" que espetó Sarcozy o esta crisis es "la crisis del capitalismo". La respuesta es obvia, quedó en eso, en unas frases hueras, porque la realidad es que nuestra "democracia" no es más que un "banco", que ahora hemos convertido en el Gran Banco. Un gran banco. En ella todo se compra y todo se vende. Todo está en el mercado y uno sólo obtiene aquello por lo que puede pagar.

Se acabaron las clases sociales. Por fin dejaremos de ser ciudadanos de primera, de segunda o de tercera y todos pasaremos a ser accionistas y al mismo tiempo clientes del gran banco. Ahora sí todos hablaremos el mismo lenguaje y al fin nos entenderemos. Y sabremos que nuestro valor en la sociedad actual es exactamente el que marca el límite de disposición de nuestra tarjeta de crédito. Esta es la nueva democracia. Esta es la nueva sociedad de valores que estamos construyendo: la de los valores que cotizan en Bolsa.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Medio pan y un libro


Hoy, 14 de noviembre, vivimos una jornada de protesta colectiva en Europa. En España se ha celebrado, todavía se está celebrando, la segunda huelga General que los sindicatos han convocado al Gobierno de Rajoy. Todo el mundo reivindica. Hemos leído razones de todo tipo para sumarse a la protesta. Yo no tengo una razón genuina que aportar. Por eso me permito transcribir una intervención que realizó Federico García Lorca ante su gente, en 1931, en su pueblo, Fuente de Vaqueros (Granada).



"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz."

lunes, 12 de noviembre de 2012

Un nuevo ingeniero para el siglo XXI

Hoy la ingeniería está viviendo momentos de incertidumbre. Desde hace ya algún tiempo, desde el Gobierno de España se están dictando normas que tienen una incidencia importante en la actividad del colectivo en todos los ámbitos de su vida profesional: la formación de los futuros ingenieros (Plan Bolonia), la regulación del ejercicio de la profesión (Ley omnibus, Ley Paraguas, etc.), la redefinición de las competencias (que está por venir), los colegios profesionales, etc., etc. Hoy la incertidumbre se acrecienta con la situación de crisis que afecta a todos los sectores de la economía española. Hay que recordar que la ingeniería puede aportar al PIB hasta un 8% de su valor. 

En este maremágnum de incertidumbres yo me encuentro particularmente desorientado.

No cabe duda que saldremos de la crisis; pero tampoco albergo la menor duda que lo que se salve y quede a la postre será algo diferente de lo que teníamos antes de que se declarase. Y el colectivo de ingenieros tampoco va a ser ajeno a estos cambios estructurales y algo deberá dejarse por el camino. Algún pelo dejaremos en la gatera.

Esta no es la primera ni la única ocasión en la historia en la que la ingeniería se ve obligada a mudar su posición. La ingeniería como profesión reconocida nació de la mano de la primera Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII. En esta primera etapa se formaron los primeros centros de enseñanza específicos de ingenieros y en ella se inició su especialización en diferentes ramas. La primera ingeniería civil fue la de Minas. Le siguieron la de Caminos, Montes, Agrónomos, etc.

Un primer hito importante, que puede considerarse un punto de inflexión en el desarrollo del ingeniero y que pone fin a una primera etapa, lo constituyó la Revolución Francesa y sobretodo el "reinado" de Napoleón Bonaparte. En él se introdujeron importantes cambios en la formación de los ingenieros franceses, que fueron inmediatamente asumidos con diferente nivel de intensidad por el resto de países europeos. Este nuevo impulso duró más de cien años. 

A partir de la segunda década del siglo XX, se inició una nueva etapa: la tercera. Los individuos que salían de las escuelas preparatorias disponían de una acreditada y sólida formación científica y técnica y con ella, el ejercicio de la profesión de ingeniero se vio notablemente fortalecido, y por qué no decirlo, ampliamente reconocido por la sociedad civil. En España se iniciaron grandes y asombrosas infraestructuras que modernizaron el país, que lo sacó del letargo del anterior siglo. La figura del ingeniero emergió de forma nítida y clara en el imaginario de la sociedad. Las escuelas especiales de ingenieros se especializaron y lucharon por defender sus competencias académicas y profesionales. Al grado administrativo de ingeniero, único hasta entonces existente, de aplicación sólo en la administración pública, le sucedió el "Titulo académico de ingeniero", que permitía el desarrollo de la carrera profesional ahora también en el ámbito privado. Con este cambio se acabó el ejercicio libre de la profesión en la ingeniería. Este paso ya lo habían dado otros colectivos profesionales como los abogados, los médicos y los arquitectos, para los que ya se exigía la disposición de un título académico para poder ejercer tales profesiones en la empresa privada.

A finales del siglo XIX o principios del XX se produjo un cambio revolucionario en el ejercicio de la profesión, que es el que propició el inicio de esa nueva tercera etapa en la ingeniería. A partir de esta fecha, el ejercicio de la ingeniería, en cualquiera de sus ramas, exigía la disposición académica de un título específico que acreditase haber superado la formación en alguna de las escuelas especiales del ramo. Con esta simple exigencia, a la que hoy nadie le pondría un reproche, queda inaugurada la era que podría denominarse de la "titulitis" y que se ha extendido a lo largo de todo el siglo veinte. A partir de entonces ya no basta con "saber", además debe disponerse del codiciado "papel" que lo acredite. El paso del ingeniero formado para ejercer en la administración pública a la empresa privada no fue fácil y no estuvo exento de dificultades. El empresario y este nuevo técnico, al que no se le esperaba, al principio se miraban de reojo. Desconfiaban el uno del otro, y, acaso, cien años después todavía no se hayan acostumbrado a convivir en el mismo espacio (conozco compañeros y tengo amigos que han abandonado sus responsabilidades porque no han sido capaces de convencer al empresario de la disposición de las medidas más elementales para garantizar la producción de la empresa con unas mínimas condiciones de seguridad). Pero los términos se invirtieron y los técnicos que habían adquirido con la experiencia conocimientos en la empresa; pero no los podían acreditar mediante un "título académico" hubieron de hacer ímprobos esfuerzos para no ser expulsados del mercado y por el contrario, a los que sí disponían de tal acreditación académica, sin necesidad de demostrar sus habilidades, se les abría un mar de posibilidades.

Como digo, este tercer período de la ingeniería ha durado casi otros cien años. Ahora nos encontramos en una nueva encrucijada, en el comienzo de una nueva etapa. Y, como ocurre en todos los inicios, son más las incertidumbres que las certezas. El papel que deberá desempeñar el colectivo de ingenieros en un futuro inmediato todavía no está escrito. Los propios ingenieros y los colectivos que los representan tratan de marcar el alcance y el perímetro del nuevo campo de actuación. Intentan adaptar la ingeniería a los nuevos tiempos.  Yo busco impaciente alguna señal que indique el nuevo rumbo; pero no la encuentro. No sé si la ingeniería debe reinventarse a sí misma o simplemente transformarse en un instrumento más eficaz y más útil para la nueva sociedad; pero tampoco debemos preocuparnos demasiado, es el signo de todos los nuevos tiempos. Cuando encontremos la respuesta ésta será nuestra contribución al rito de paso que habrá que pagar por continuar el camino.

viernes, 2 de noviembre de 2012

El Faedo de Ciñera

La visita a este maravilloso paraje la realicé el pasado día 1 de noviembre. Esta fue la primera vez. Se puede decir que fue sólo una primera visita de reconocimiento. El Faedo de Ciñera es la guinda de una enorme tarta que conforma el rico patrimonio geológico de la provincia de León. Mi interés en estos días se centra en visitar terrenos antiguos de la provincia. Fundamentalmente de los períodos Carbonífero y Devónico. En este último período se produjo un enorme cataclismo que derivó en la pérdida de prácticamente toda vida en el planeta Tierra. Ahora, al ver estos paisajes, ¡Quién lo diría!
















La ruta para disfrutar de este bello paraje se inicia en Ciñera de Gordón. Si nos situamos en el polideportivo de la localidad, los carteles indicativos nos señalan el camino hacia el Este que debemos seguir. Después de atravesar el Faedo, en el que se encuentra una de las hayas más antigua de la península, a muy pocos metros de ella, podemos admirar algunos caprichos geológicos que ha dejado impresos en la roca la Naturaleza para nuestro disfrute. Un auténtico regalo.




Animo a quien no conozca este lugar a visitarlo. No importa la época del año. Yo he elegido el Otoño porque las hojas del hayedo tapizan de rojo el suelo; pero tengo la impresión de que cualquier época del año es buena para visitarlo.