miércoles, 22 de febrero de 2012

Cúmplase que he vuelto


¿Por qué leer a Juan Carlos Mestre? Yo, por ejemplo, lo hice anoche invitado o inducido a ello. Disfruté otra vez de su "Antífona del otoño en el valle del Bierzo". Recuerdo una ocasión en la que el poeta Antonio Gamoneda me dio varias razones para hacerlo. También podría intentar convencer al amable lector de las ventajas para la salud que tiene leer poesía en estos tiempos tan revueltos. Pero la poesía de Mestre se defiende sola. A continuación inserto un poema con el encarecido ruego de que se lea. Si ya has llegado hasta aquí, te pido un pequeño esfuerzo más, que sin duda se verá recompensado al final de la lectura.


El compositor Händel tiene una ópera titulada "Rinaldo". En ella aparece una aria para un contralto que se llama, "Lascia ch'io pianga", que puede traducirse al castellano por "Déjame llorar". Es una composición bellísima, tanto como el poema del berciano. Conocí antes la composición de Händel que el poema de Mestre. Pero éste siempre me recuerda a aquella. Me resulta inevitable relacionarlos. ¡Qué suerte tenemos al poder elegir entre tanta belleza!

El poema se titula Otoño, y dice así:

"Lloro ángel mío como un caballo joven que huye de su sombra, lloro bajo el palio púrpura de la núbil inocencia, también por los sueños que no tuve y que ya nunca sabré, porque todo se ha envanecido y me cavila y lo divulgo, lloro sobre esta época y su dulcedumbre pero tú no me escuchas, pero tú me habrás olvidado ungida por lo dócil y el efímero esmero de las giganteas fragantes.

El que llora, el arrobado de juglaría y el que canta para ti epinicios de oro, es que pláceme cumplirte y sonar el cálamo y obedecerte fiebre mía, luz poderosa de un río vocal donde acude mi corazón como balando.

Malva es entre las tumbas, hierba de los campos de Arganza el que aquí ha llorado buido por las lágrimas y es celoso con la tierra que pisa, el rozado por la desventura y el invadido por el relámpago y aquel que bajo un panamá de nieve se amarillea y despierto en medio del día se aleja de ti y ya es difunto porque no ha de morirse aunque aletee, aunque recorra el mundo empapado por tu ceniza y goce y no te prefiera.

Lloro por el resplandor y los geómetras y por los astros que caen de mis ojos como semillas o yámbicos y lo que dicta el azogue.

Cúmplase que he vuelto, aquel que acude a su videncia porque escrito está, porque en lo aullado da su inicio la fragancia".

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