sábado, 11 de abril de 2015

La carpeta marrón

El recuerdo que tenía de ella era ese: su color marrón. También se grabó en mi recuerdo la imagen de mi hermano mayor anotando sobre ella mi nombre, el colegio en el que estudiaría y residiría en los próximos años y un misterioso número.

SECUNDINO PRIETO TERCERO
"EL ROBLE"
Expte.: 2989

Recuerdo también la insistencia de mi hermano en que memorizara el nombre de "El Roble" y el número 2989. Durante semanas del verano de 1975 vi a mi madre coser pacientemente ese número en toda mi ropa: camisetas, camisas, pantalones, calcetines. Nada se libraba de la estampa de ese número.
La carpeta, de color marrón, contenía varios documentos. Debía conservarlos y entregarlos a mi llegada al lugar de destino, aunque a mi hermano se le olvidó decirme cuando los debía entregar y a quién. Lo que sí recuerdo es que esos mismos documentos los debía traer de vuelta. Era ya el mes de septiembre. Yo tenía 11 años y me preparaba para partir en dirección a Valencia.
Sin yo saberlo me esperaba el negro de Guadix para recogerme del parking de autobuses, en la zona próxima al centro docente, para acompañarme al colegio "Roble". Entorno a las 9 de la noche de aquel 27 de septiembre, en la Universidad Laboral de Cheste, empezaron a tener sentido las indicaciones y consejos de mi hermano.
El negro de Guadix y Vicente Carmona, de Jaén, fueron los compañeros encargados de dirigirme a la habitación en la que pasaría 3 años de mi vida. Elegí la litera libre de arriba, hice la cama, deshice la maleta y coloqué las cosas en el armario, que no era más que una simple taquilla. Ya he contado en alguna ocasión lo que pasó a partir de ahí.
Aquella carpeta que inició el viaje conmigo hace casi 40 años me ha acompañado en la memoria todo ese tiempo, hasta tal punto que a veces he creído que nunca existió y que sólo forma parte de mi imaginación. Sin embargo, hoy puedo reivindicar que la historia es absolutamente cierta.
Hace tan solo unos días visité a mi madre. Ella sacó unos documentos que tenía guardados en una carpeta de tamaño medio folio. La reconocí inmediatamente. Se la solicité. Era de color marrón como yo me la imaginaba y sí, ponía mi nombre y el del colegio y el número de expediente que nunca se me ha olvidado. 40 años después nos reencontramos y nos reconciliamos. La acaricié con las manos más arrugadas que la primera vez y pensé: "cumplí con el encargo de mi hermano: la carpeta volvió a casa". Tengo que acordarme de contarle esta historia a mi madre.

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