lunes, 2 de septiembre de 2019

Nostalgia

Hace poco más de un año tuve un sueño que entonces viví como si fuera una auténtica realidad. Ya se sabe, a los ingenieros nos interesa mucho y nos empeñamos en convertir las ideas, los pensamientos y los sueños en algo tangible: en una cosa, en una realidad palpable. El sueño apenas duró cinco meses, pero fue tan intenso que todavía hoy puedo saborear y vivir de su recuerdo. Un dulce sabor a melón fresco en el solsticio de verano. Mientras duró, los días eran de 48 horas y no había horas suficientes en el día para que lo diese por terminado. Siempre me quedaba un detalle más que añadir para perfeccionarlo. No quería que acabase nunca el día, porque notaba cómo a cada minuto iba ganando terreno al sufrimiento. Como un jugador de tenis, restaba con mano firme y segura el servicio de cada bola que me enviaba envenenada la tristeza. Cada amanecer lo celebraba como el inicio de un partido que estaba convencido que iba a ganar. Prolongaba el día con las noches de vigilia. Todo esfuerzo era bienvenido y necesario. Fueron días azules vividos con la alegría de la núbil inocencia. 

Como digo, apenas fueron cinco meses, pero puedo asegurar con rotundidad que conseguí transformar aquel sueño en algo real. Se produjo el milagro.

El despertar no fue fácil: primero vino el lamento por mi cruda suerte al son de la melodía de Handel: “Lascia ch'io pianga/Mia cruda sorte” y después la voz del poeta de aquellos que no tienen ni voz ni apenas esperanza me señaló el camino: “Lloro ángel mío como un caballo joven que huye de su sombra, lloro bajo el palio púrpura de la núbil inocencia, también por los sueños que no tuve y que ya nunca sabré, porque todo se ha envanecido y me cavila y lo divulgo, lloro sobre esta época y su dulcedumbre pero tú no me escuchas, pero tú me habrás olvidado ungida por lo dócil y el efímero esmero de las giganteas fragantes”.

Hoy todavía me queda el recuerdo húmedo de aquellas lágrimas; pero también el de la fragancia y el olor a melón fresco y sobre todo la alegría de haber conseguido hacer realidad, aunque solo fuera por un corto espacio de tiempo, un sueño.

Tener conciencia de ello me ha hecho más ingeniero, más humano y mejor persona. Hoy lo recuerdo con nostalgia.

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