lunes, 27 de abril de 2015

!Ya se arreglará¡

Pedro Sáinz Rodriguez, ministro del primer gabinete franquista, que pasó al exilio portugués de Estoril cundo se enfadó con Franco, artífice de la sucesión del dictador por Juan Carlos de Borbón a título de rey, al fallecimiento de Franco decidió "vender" la correspondencia que el padre del anterior Rey había mantenido con el "Generalísimo de los ejércitos", con la única finalidad de obtener réditos económicos. Esto enfadó mucho al entorno de Don Juan. En una ocasión Luis María Anson me contó cómo le reprochó personalmente a Pedro Sainz esa acción. No voy ahora a entrar en detalles de las razones que motivaron el reproche, porque lo que me interesa destacar fue la respuesta del insigne consejero real. Le dijo Sainz a su amigo Anson: "No se preocupe usted, hombre, en España nadie lee y este libro mío como todos pasará desapercibido". Y así fue.

Salvando las distancias, del mismo modo, algunos conocidos me han reprochado un post que colgué en estas mismas páginas en el que criticaba varias erratas que en mi opinión aparecen en la página oficial de la Universidad de León. El reproche no tiene relación con el acierto en proponer la corrección, sino más bien con la acidez de los comentarios que se hacen.

En mi descargo debo decir que antes de publicarlo he intentado sin éxito que la Universidad rectifique la información claramente errada. Y lo he intentado por varios conductos. Ninguno ha fructificado. Tampoco es preocupante, el asunto no tiene la enjundia suficiente como para rasgarse las vestiduras. Si se quiere, mis comentarios lo único que ponen de manifiesto es que la página oficial de la Universidad de León por este o por otros motivos en los que no voy a entrar es manifiestamente mejorable, nada más.

Por eso traigo aquí a colación el comentario de Pedro Sáinz Rodríguez. Queridos amigos, no os preocupéis, que en este país nadie lee. Y este comentario mío como tantísimos otros pasará desapercibido. Las cosas se arreglarán cuando estén para arreglarse.

sábado, 11 de abril de 2015

La carpeta marrón

El recuerdo que tenía de ella era ese: su color marrón. También se grabó en mi recuerdo la imagen de mi hermano mayor anotando sobre ella mi nombre, el colegio en el que estudiaría y residiría en los próximos años y un misterioso número.

SECUNDINO PRIETO TERCERO
"EL ROBLE"
Expte.: 2989

Recuerdo también la insistencia de mi hermano en que memorizara el nombre de "El Roble" y el número 2989. Durante semanas del verano de 1975 vi a mi madre coser pacientemente ese número en toda mi ropa: camisetas, camisas, pantalones, calcetines. Nada se libraba de la estampa de ese número.
La carpeta, de color marrón, contenía varios documentos. Debía conservarlos y entregarlos a mi llegada al lugar de destino, aunque a mi hermano se le olvidó decirme cuando los debía entregar y a quién. Lo que sí recuerdo es que esos mismos documentos los debía traer de vuelta. Era ya el mes de septiembre. Yo tenía 11 años y me preparaba para partir en dirección a Valencia.
Sin yo saberlo me esperaba el negro de Guadix para recogerme del parking de autobuses, en la zona próxima al centro docente, para acompañarme al colegio "Roble". Entorno a las 9 de la noche de aquel 27 de septiembre, en la Universidad Laboral de Cheste, empezaron a tener sentido las indicaciones y consejos de mi hermano.
El negro de Guadix y Vicente Carmona, de Jaén, fueron los compañeros encargados de dirigirme a la habitación en la que pasaría 3 años de mi vida. Elegí la litera libre de arriba, hice la cama, deshice la maleta y coloqué las cosas en el armario, que no era más que una simple taquilla. Ya he contado en alguna ocasión lo que pasó a partir de ahí.
Aquella carpeta que inició el viaje conmigo hace casi 40 años me ha acompañado en la memoria todo ese tiempo, hasta tal punto que a veces he creído que nunca existió y que sólo forma parte de mi imaginación. Sin embargo, hoy puedo reivindicar que la historia es absolutamente cierta.
Hace tan solo unos días visité a mi madre. Ella sacó unos documentos que tenía guardados en una carpeta de tamaño medio folio. La reconocí inmediatamente. Se la solicité. Era de color marrón como yo me la imaginaba y sí, ponía mi nombre y el del colegio y el número de expediente que nunca se me ha olvidado. 40 años después nos reencontramos y nos reconciliamos. La acaricié con las manos más arrugadas que la primera vez y pensé: "cumplí con el encargo de mi hermano: la carpeta volvió a casa". Tengo que acordarme de contarle esta historia a mi madre.