jueves, 10 de octubre de 2013

Caídos del Olimpo

¡Qué miedo me dan estos empresarios agoreros que padecemos en España! En la provincia de León, por ejemplo, hoy hay algún importante empresario que ha sido embargado en varias ocasiones por no devolver el dinero que una entidad bancaria que él mismo presidía le había prestado. Construía edificios, financiaba las obras con los préstamos de la entidad bancaria que presidía. Los compradores de sus viviendas debían subrogarse de las hipotecas en las condiciones por él pactadas con su entidad bancaria, es decir consigo mismo. ¡Todo un negocio! Todos los poderes le rendían pleitesía, especialmente el político. En eso los dos grandes partidos se pusieron rápidamente de acuerdo. Eran los buenos momentos económicos. Vivíamos el milagro español. Pero también hubo quien desconfió. Y hubo quien denunció la acumulación de tanto poder en una solas manos. ¡Más del 70% del suelo urbanizable de la ciudad estaba en manos de este ejemplar empresario y el acceso al crédito, también! Las denuncias llegaron a sede judicial. Ahora recuerdo con tristeza el resultado de todas aquellas quejas. El juzgado no sólo absolvió al empresario, sino que condenó a su denunciante a indemnizarle con un euro. Para morirse de risa.

No muchos años después, lo que ha ocurrido es que este empresario ha dejado de ser ejemplar, ha sido expulsado del Olimpo de los dioses económicos, ha sido embargado y no hay político alguno que acepte tomarse en público un café con él. Da mala imagen. Los mismos medios que antes alababan su talento ahora lo denostan.

Yo debo reconocer que en aquellos momentos no fui muy valiente. Por razones que no vienen al caso contar, le interpuse una querella criminal. No acepté las recomendaciones de los gerifaltes políticos para retirarla. El éxito económico, la orgía en la que se vivía era de tal calibre que mi denuncia resultaba "inoportuna". Digo que no compartí todos estos argumentos, lo que me hizo ser poco simpático para algunos. ¿Pero qué es lo que ocurrió? Pues que llegado el momento, me acojoné. Me superó la situación y no ratifiqué la denuncia. Así son las cosas. A veces no sirve tener razón sino que, además, es necesario tener el valor necesario para defenderla.

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