sábado, 26 de noviembre de 2011

¡Ledo Ivo en León!

Hace casi tres meses, en este mismo espacio, dejé unos versos de Ledo Ivo. El poema se titulaba "Los pobres en la estación de autobuses". Cuando lo hice no me podía imaginar que en muy poco tiempo iba a poder verlo, oírlo e incluso disfrutar de su conversación y de su singular forma de recitar versos. El encuentro se produjo en León, con motivo de la entrega de un premio concedido por su editorial al genial poeta brasileño.

Fue un acto singular. Por raro que parezca no hubo discursos. La editorial consideró adecuado que los asistentes solo escucháramos a Ledo Ivo recitar sus propios poemas. Y eso es exactamente lo que ocurrió. El maestro brasileño leía en su portugués el poema por él mismo elegido al azar y cuando finalizaba le entregaba el libro a Juan Carlos Mestre para que lo repitiese en castellano. El resultado fue un asombroso espectáculo. Ledo Ivo recitando sus poemas, Juan Carlos Mestre lo repetía con su peculiar forma de recitar. Sublime. Disfruté desde el minuto uno.

Todo empezó de esta manera: Ledo Ivo abrió el libro que le pasó su editor, seleccionó un poema y empezó a recitar. Para mi fue una increíble sorpresa que el primero de los elegidos fuese justamente "Los pobres en la estación de autobuses", aquella composición que tanto me gustó y que no sé muy bien la razón que me impulsó transcribirlo en el mes de septiembre en este mismo espacio.

Nunca había visto en persona a Ledo Ivo, y en muy pocas ocasiones a Juan Carlos Mestre. Ledo Ivo a sus 87 años de edad tiene la apariencia del secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética. Leía sus poemas y cuando terminaba le pasaba con tal ímpetu el libro a Mestre que parecía que le quemaba en las manos. Era una situación muy graciosa. A continuación, él consultaba la elección del próximo poema que iba a leer con el organizador del evento. Lo hacía en voz alta, con el micrófono abierto, porque no oía bien. Interrumpía constantemente, y sin darse cuenta, la lectura de Mestre. Mestre pacientemente detenía la lectura, miraba fijamente a Ledo Ivo y esperaba a que el maestro brasileño resolviera sus dudas. El poeta se percataba del suceso y se reía abiertamente. Nunca vi a nadie reírse en un acto cultural con la naturalidad que lo hacía Ledo. Su risa contagiaba al auditorio y a continuación todos nos reíamos con él. 

Fue una jornada maravillosa. Eso ocurrió ayer viernes día 25, a partir de la 8.30 de la tarde. Mañana es mi cumpleaños y no se me hubiera ocurrido mejor forma de celebrarlo que rememorando este encuentro y leyendo unos cuantos versos de Ledo; pero no en un libro cualquiera, los leeré en el libro que él mismo me dedicó (después de que tuviera que repetirle en varias ocasiones mi nombre, hasta tener que llegar a deletreárselo).

Sí, también hubo más cosas para hacer de ese día un día feliz e inolvidable. Pero eso me lo guardo para mí. Quiero saborear cada instante de esa maravillosa jornada.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Histórico


Todo lo que en estos tiempos ocurre a nuestro alrededor recibe el calificativo unánime de "histórico". No hay duda de que es la palabra de moda. Ya he perdido la cuenta de los récords que hemos batido. Todo lo que nos pasa es histórico: miremos al lado que miremos, a cada paso, hay quien nos recuerda que vivimos momentos históricos. En el bar, en la tele, con la familia, en la oficina es la voz que más se repite: ¡hacemos historia! Lo dicen los periodistas a sus lectores en sus ediciones digitales e impresas, lo dicen los camareros a sus clientes mientras les ponen el café, lo dicen los profesores a sus alumnos. Lo decimos los padres a nuestros hijos. Y claro, de tanto repetirlo hemos terminado por creérnoslo. 


La selección española de fútbol ha hecho historia al ganar el mundial que se disputó el pasado año. Leo Messi ha hecho historia con el Barcelona. Iker Casillas ha obtenido un resultado histórico como jugador internacional, defendiendo la camiseta roja, al superar los 126 partidos de Zubizarreta. La prima de riesgo española cada día alcanza nuevas cotas históricas, elevándose por encima de los 500 puntos básicos respecto a la alemana. El desempleo en España es una realidad descarnada, que afecta a millones de ciudadanos. Las cifras de las encuestas de paro arrojan valores también (dramáticamente) históricos.


Parece que en España todo lo hacemos a lo grande. No lo sabemos hacer de otra manera. Todo lo que tocamos en estos días nos parece digno de figurar con letras doradas en el gran libro de la historia.


En las elecciones celebradas en la jornada de ayer todo fue histórico. Empezando por la abultada victoria del Partido Popular, que nadie duda en calificar de histórica. De igual manera, se puede calificar de histórica la derrota del Partido Socialista Obrero Español. Históricos fueron los resultados de CiU en Cataluña, los de Amaiur en el País Vasco o los de UPyD e IU en el resto de España.


No sé qué manía nos ha entrado a todos con pasar a la historia. Lo que sí sé es que hay que tener cuidado porque tanta euforia y exageración conlleva un peligro. Y este es confundir dos términos antitéticos, dos conceptos contrapuestos: histórico y fabuloso.


Histórico es aquello que por la trascendencia que le damos al acontecimiento merece figurar en la historia, lo fabuloso es justamente el término contrapuesto, sinónimo de legendario, refiriéndose a una realidad no comprobada y de la que no hay garantías de certeza.


Muchas de las cosas que están ocurriendo en este país en estos días, sin duda, son fabulosas y formarán parte como tal de la leyenda de los partidos políticos y del imaginario de todos los ciudadanos; pero yo espero, por el bien de todos, que en los próximos años estos acontecimientos los recordemos como un mal sueño y que en ningún caso pasen como algo digno de reseñar en la Historia. Espero que las cifras del paro, la prima de riesgo, el pelotazo inmobiliario, la desmoralización como país que soportamos estoicamente en estos días pasen rápido y no ocupen una sola línea en los libros de historia que deban estudiar nuestros biznietos. En caso contrario, quienes lleguen a esas edades (a la edad de tener nietos y aún biznietos), ¿Cómo lo van a explicar? ¿Quién puede batir tanto récord histórico en tan poco tiempo, sin levantar fundadas sospechas de dopaje? 


Digo yo, ¿acaso no andaremos los españoles algo dopados? Porque tanta plus-marca a mí no me parece natural, no a vosotros.




miércoles, 16 de noviembre de 2011

La gorra anti-crisis con orejeras

Cuando llegué a casa, mi madre sostenía una extraña gorra con orejeras que mostraba orgullosa a mi padre. Por el tono de voz que empleaba y la atención que él le prestaba, me pareció que el asunto tenía relevancia. Mi madre le enumeraba cadenciosamente a mi padre las excelencias del complemento recién adquirido. Era una gorra forrada, con unas orejeras diseñadas para proteger el pabellón auditivo de las frías mañanas invernales. Mi padre tomó en sus manos la gorra, la examinó y asintió satisfecho. La sonrisa de ambos me confirmó que la compra, además de acertada, había sido todo un éxito, a pesar de que a mí solo me parecía una gorra, sin mayor misterio.

No sé si fue exactamente en esa misma madrugada, pero sí recuerdo que en otras ocasiones en las que el reloj despertador de mi padre, que invariablemente sonaba a las 5.30h, me desvelaba, le oía encerrarse en el baño para asearse y prepararse para una nueva jornada laboral. Cuando cerraba la puerta de casa, yo me lo imaginaba dirigiéndose al trabajo en su bicicleta, cubierto y debidamente protegido del frío con la gorra forrada que le había regalado mi madre. Esto me proporcionaba una gran satisfacción, me hacía sentirme feliz y recuperar inmediatamente el sueño.

Mi padre, que podría tener muchos defectos, tenía al menos una innegable virtud, que era la de conseguir ser feliz con las cosas más sencillas, de ahí la cara de satisfacción que puso al recibir de la mano de mi madre la gorra orejera forrada. Con los años, mi admiración se ha acrecentado. A la razón de la sencillez he añadido la de la esencialidad. A mi padre mientras vivió sólo le preocupó lo esencial y nunca lo accesorio. De la misma manera elegía el plato que degustaba por el filete y no por los guisantes de la guarnición. Saber que había elegido correctamente le bastaba para ser feliz.

Procuro no olvidar esta lección. A pesar de ello, en los momentos de cierta bonanza económica y de dispendio olvidamos lo esencial, nos apartamos de la sencillez y nos preocupamos por cuestiones banales. Es curioso: si echamos la mirada hacia atrás podremos recordar momentos de desasosiego provocados por  la imposibilidad de obtener una entrada para el concierto del músico de moda o del partido de fútbol de una competición de tercera. Cuestiones todas ellas de escasa importancia. Muchas veces he oído decir a mi madre que solo echamos de menos aquello que perdemos. Por ejemplo, damos realmente la importancia que tiene disfrutar de una buena salud sólo cuando aquélla nos falta.

Ahora no estamos en un buen momento económico. Todos los indices nos anuncian un futuro incierto. Hoy mismo, sin ir más lejos, la prima de riesgo ha alcanzado máximos históricos. Es lógico que mostremos nuestra preocupación. Yo mismo en estas páginas he hablado de ello; pero cuando el desánimo alcanza un cierto nivel, un punto al que ya he llegado, y considero que eso puede afectarme hasta el punto de llegar a distraerme de mis ocupaciones principales, se activa automáticamente un mecanismo que me trae al recuerdo la lección fundamental de mi padre: "lo que importa es el filete y no la guarnición". Y el filete es lo sencillo, lo próximo, lo que carece de complicación..., lo esencial. El filete es ser feliz con las cosas más sencillas, ser feliz con lo que tenemos.

La crisis es como aquellas ecuaciones diferenciales, que tanto nos martirizaron en nuestros años mozos, tiene infinitas soluciones generales y además una particular. Que cada uno busque la suya, aunque una buena opción consiste en pertrecharse con el gorro con orejeras y esperar, protegido de las inclemencias, a que el tiempo escampe. ¿Qué otra cosa a estas alturas podemos hacer?

martes, 15 de noviembre de 2011

Extrañas coincidencias

Cuando aparecieron los primeros síntomas serios de la crisis, el primer ministro francés habló de la necesidad de refundar el capitalismo. Para la izquierda, sin embargo, la ocasión era propicia para anunciar el fin del capitalismo e incluso esa misma izquierda recuperó el viejo discurso marxista en el que se decía que las contradicciones del capitalismo acabaría con este sistema. Y el momento había llegado. ¿Pero realmente estamos ante una contradicción o por el contrario estamos ante la visión más pura (y descarnada) del capitalismo? Es obvio que la respuesta a la crisis en absoluto ha consistido en alguna de estas dos opciones: ni re-fundación ni salida por la "izquierda", sino más bien todo lo contrario: más capitalismo de manual: aplicación de más ajustes, reducción de déficit públicos, etc.

A pesar de todas las medidas aplicadas por los Gobiernos de los países periféricos, los mercados se muestran insaciables. Quieren más. Hacen quebrar a Islandia, Grecia, Portugal... Y es posible que también a Italia y a España. ¿Y después qué?

Todo apunta a que si los mercados siguen presionando la Unión Monetaria, la Unión Económica, la Unión Europea se van directamente al garete.

Lo más sorprendente es la respuesta que ha dado a esta situación el Gobierno europeo (Sarkozy-Merkel). Esta ha consistido en retirar de la dirección política a los políticos y poner en su lugar a los técnicos, a los gurús del mercado, a los tecnócratas. La Unión Europea no se ha cortado un pelo y ha puesto primeros ministros en Grecia y en Italia. Así, sin más, y sin despeinarse. Y en los países en los que no pone primeros ministros, susurra a éstos en el oído las políticas que deben hacer, y si no hacen lo que se les dice echan regañinas del tipo "malo Berlusconi", "lento Zapatero", "tu tiempo ha terminado, Sócrates"...

Quién iba a decirnos hace tan solo unos meses que coincidirían en algo tan importante los indignados del 15M y los mercados: en la defenestración de los políticos. Ya advertimos en su momento de este riesgo. Algunos se equivocaron al lanzar precipitadamente proclamas contra todo político que se mueva y por extensión contra la política. Los que gritaban ¡fuera políticos¡ hoy les han escuchados los mercados, que han aceptado la sugerencia y han dicho: pues sea: fuera los dirigentes de Grecia e Italia, nos lo pide el pueblo (y el bolsillo).

Desde luego a mí no me gustaba nada Berlusconi; pero eso no es óbice para advertir que tanto en Italia como en Grecia debían haber sido los ciudadanos de sus respectivos países quienes decidieran sobre su futuro y el de sus dirigentes; pero no ha sido así. Han sido sustituidos, relevados, sin consultar a los ciudadanos y sin convocar elecciones, y todo ello por órdenes de la superioridad. ¿Este es el modelo que queremos para salir de la crisis? Insisto: ya advertimos de este peligro y ya dijimos que la solución no está en la denigración de la política, en la desidia o en la abstención. La solución consiste en todo lo contrario, en un mayor compromiso social, en una mayor implicación de los ciudadanos en las decisiones de Gobierno. La solución, en definitiva, es más participación y más democracia.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Elogio al talento

El empollón de la clase de mis tres cursos de bachillerato era una excelente persona. Era un chico educado y formal, aunque para mi gusto excesivamente rígido y, en ocasiones, demasiado ñoño. Interaccionaba lo justo con el resto de compañeros de clase. Apenas participaba en las actividades colectivas y extraescolares. No formaba parte de ningún equipo deportivo del instituto ni por supuesto lo representaba en competición alguna. Tampoco formaba parte del grupo de redacción de la revista dirigida magistralmente por el profesor de Geología, ni era del cineclub impulsado por Celestino, el jefe de Estudios. No participaba de los procesos electorales para elegir delegados. No le interesaba presentar trabajos a los concursos literarios ni participar del coro, si eso no tenía una repercusión directa en las calificaciones. La pregunta que se hacía era: ¿Eso sube puntos en la nota? Todo su tiempo lo empleaba en estudiar para obtener buenas calificaciones. Y esto lo hacía muy bien.

Haciendo honor a su fama de empollón de la clase, nunca nos defraudó. Siempre obtuvo las mejores calificaciones del aula. Lo más sorprendente es que de todos era conocida su falta de competencia para la actividad física y el deporte. En los partidillos y actividades que organizaba el profesor de Educación Física nadie lo quería en su equipo, era un manta de una torpeza proverbial. Se puede decir sin miedo a exagerar que era un auténtico patoso. Que yo recuerde, lo mismo ocurría en las clases de Filosofía o de Religión: estas eran clases más dinámicas y participativas y en ellas los profesores invitaban a opinar. Él nunca lo hacía, porque todavía "no había estudiado el tema". En ocasiones, el "tema" nunca llegaba, como en clase de Religión de la que nunca conocimos el programa. Siempre constituyó para nosotros un auténtico misterio, de la misma entidad que el de la santísima trinidad, saber cuál era el criterio que aplicaba el "cura" para calificar a los alumnos, dado que habitualmente no existían pruebas escritas.

A pesar de ser como he dicho manifiestamente torpe, el empollón de la clase siempre sacó, para regocijo de él y su familia, sobresaliente en Gimnasia, y lo mismo ocurría con Religión, filosofía, Música, etc.

Un buen día el profesor de matemáticas me contó su indignación debida al desarrollo de la reunión de evaluación que se acababa de celebrar para los alumnos del aula de la que él era tutor. El expediente de un alumno (con un peculiar carácter áspero y rebelde) que entró a la reunión de evaluación con CUATRO suspensos, salió asombrosamente de ella con todas las asignaturas aprobadas. Me contó que el milagro se obró a consecuencia de ser él, como profesor de matemáticas, el primero en decir la calificación de "Notable". Eso encendió todas las alarmas y, automáticamente, los profesores de Gimnasia, Música y Religión que traían anotadas en sus agendas un "suspenso" (más por su actitud que por su aptitud), cantaron un artificioso "aprobado". La profesora de Geografía, que estaba dudosa, resolvió el conflicto aprobándolo también. Este alumno era un personaje singular, algo retraído y poco comunicativo. En eso, al menos, algo se parecía al empollón de mi curso. Le gustaba dibujar y pintar, y le gustaban también las matemáticas, así que en primero de bachillerato no hizo otra cosa en todo el año que pintar y resolver enormes castillos de fracciones, que era lo que le divertía. Por lo que a mí respecta, debo decir que el suspenso de Religión se lo tenía bien merecido, porque se negó a dibujar para el cura la ilustración de un díptico para la Semana Santa de aquél año. Lo sé porque tuve que hacerlo yo, probablemente con el mismo disgusto e indiferencia que él; pero con peor maña. Curiosamente, mi calificación de Religión fue idéntica a la que obtuve en matemáticas. Sea por unas razones o sea por otras, el afortunado alumno díscolo aprobó en aquella evaluación todas las asignaturas como podía haber suspendido CINCO si hubiera realizado un mal examen de matemáticas. ¡Qué ironía!

Pero el asunto de las calificaciones abultadas artificialmente no quedaba ahí. A los alumnos que obtenían una extraordinaria calificación en matemáticas o en física de forma automática, que solían ir parejas, se les ponía igualmente otra calificación igual de extraordinaria en las asignaturas denominadas "marías": Religión, Gimnasia, Música, etc. Entonces se decía que, como son pocos estos alumnos extraordinarios, es poca también la injusticia que se comete con ello. Por eso se les elevan artificialmente las calificaciones, para no "perjudicar" su brillante expediente (que con el amaño, dicho sea de paso, se hacía aún más brillante). El expediente académico de los etiquetados por el sistema como "mediocres" a nadie interesaba.

Por los años que han pasado y por la experiencia acumulada puedo decir que, algunos de aquellos alumnos que obtuvieron unas calificaciones extraordinarias en el bachillerato e incluso las mantuvieron en la Universidad, no han destacado en nada. Hoy son hombres grises desprovisto de talento alguno. No es que hayan perdido el talento es que nunca lo tuvieron. Las extraordinarias calificaciones, el brillante expediente académico, la inmaculada hoja de servicios les ha servido, a lo sumo, para "colocarse" mejor que el resto de los mortales en un sombrío y cómodo puesto de trabajo. En cambio, algunos, que hicieron un bachillerato "mediocre", al llegar a la Universidad o al Conservatorio de Música o al equipo profesional del deporte en el que destacaban (eso sí con unas pobres calificaciones) se vieron liberados de las múltiples trabas y del corsé impuesto por el régimen del instituto y pudieron por fin desarrollar el talento que en aquellos borrosos años nadie supo apreciar. Otros, lamentablemente, con el mismo talento, vieron malogradas sus expectativas y truncado su futuro por falta de atención a su debido tiempo. En estos dos últimos casos, los que han conseguido éxito han tenido que trabajarlo con denuedo, porque hasta donde yo sé nadie les ha regalado nada.

Esto ocurrió hace tanto tiempo que ya me había olvidado de esta historia. Ahora, al rememorarla, he tratado de ubicar física y laboralmente a aquellos compañeros "empollones" y no he sido capaz de recordar un sólo hecho de su actividad profesional que deba ser destacado. Sin embargo, paradógicamente, en este tiempo he podido disfrutar de la alegría de los éxitos de los "otros", al ver cómo ascendían en el deporte profesional, cómo accedían a importantes cargos de responsabilidad en empresas e instituciones o cómo impulsaban actuaciones en beneficio de toda la sociedad que, además, enriquecían al país. Entre ellos recuerdo a futbolistas del Valladolid o del Zaragoza, empresarios de solvencia, dirigentes políticos, profesores universitarios y profesionales liberales a los que en su día a penas se les prestó atención, porque no encajaban en el estándar de "alumno brillante". Muchos de ellos debieron crecer, prepararse y, finalmente, obtuvieron el reconocimiento al margen del sistema educativo regular. 

Hoy yo tengo hijos en el Instituto. La realidad de entonces poco tiene que ver con la de ahora y sin embargo, lamentablemente, observo con asombro que nada ha cambiado. He visto y conocido chicos de un talento extraordinario y he visto la maquinaria implacable del sistema educativo aplastarlo: programa, programa y programa. Disciplina y café para todos. Si el chico manifiesta una sensibilidad especial para la música, que la familia lo promocione en un coro o en una escuela de música. Si el chico destaca en la literatura o en la actividad física, que su familia se encargue de ofrecerle alternativas al margen del sistema educativo, que éste ni tiene medios ni tiempo para ocuparse de ello.  Si el muchacho manifiesta habilidades en el campo de la biología que dé paseos por el campo con sus amigos. Para la institución educativa, lo fundamental es que se "centre", cumpla con puntualidad inglesa el "horario", se atenga al "programa" establecido y sobretodo que "no moleste".

A mí no me importa que al empollón de turno, para no "manchar" su expediente, le suban artificialmente la calificación de las asignaturas de Educación para la Ciudadanía, Música o Gimnasia. Lo que me preocupa es que nadie estimule la sensibilidad creativa de los que tienen talento para las artes, para las ciencias o para el deporte. Me preocupa que los profesores no dispongan de medios ni de tiempo ni de programas para descubrir y atender a estos chicos. Me preocupa que el sistema educativo camine de espaldas a esta realidad plural. Ese es un lujo que no se puede permitir este país. No estoy hablando de la elite ni de un puñado de estudiantes en concreto, ni siquiera me estoy refiriendo a los que demuestran precozmente algún talento. Me refiero a una multitud de jóvenes, extraordinarios muchachos, ávidos por aprender y participar activamente del mundo que les rodea y que todavía están por descubrir.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Otra vez en la calle

Quién lo diría; pero ya estamos otra vez inmerso en plena campaña electoral. Es lo que tiene la democracia. Yo soy de los que el 20 N acudiré a las urnas, como he hecho siempre que me han convocado desde que tengo derecho al voto. Pretendo ejercitar este derecho otorgado, aún siendo consciente de lo devaluado que está y del escaso valor que en estos tiempos tiene. Recientemente se ha publicado una encuesta en la que se pone de manifiesto que un alto porcentaje de ciudadanos españoles considera que el poder no está ni en el Parlamento ni en el Gobierno, sino en los bancos y en las grandes fortunas. Yo soy también de esa opinión, de manera que nunca me hago demasiadas ilusiones con los resultados que se obtengan en unas elecciones, con independencia de que la formación política por la que deposito mi voto quede bien o mal parada.

Sin embargo, considero que especialmente en estos momentos el ir a votar es muy importante. De lo que se trata en esta ocasión es de cambiar de "Gobierno", no de "régimen" y justamente ahí está el peligro. Mientras ejerzamos nuestro legítimo derecho al voto estamos reforzando el proceso democrático y estamos lanzando un mensaje a esas fuerzas vivas, a esos poderes fácticos y todopoderosos que cada vez se ocultan menos, un mensaje en el que decimos  "Nuestra apuesta democrática es clara y nítida. Estamos vigilantes". De lo contrario, con el absentismo, lo que provocamos es el deterioro del sistema electoral y situamos el Parlamento salido de las urnas y el subsiguiente Gobierno en una posición de debilidad frente a los poderes fácticos, al margen de los límites del perímetro que encierra la democracia. Situamos al Gobierno en los aledaños de otro "Régimen". Y a mi el que me gusta es éste, el democrático, no el "Otro".

El 20N, como en cada convocatoria electoral, se trata de definir nuestras preferencias política y, por tanto, las directrices maestras que el próximo Gobierno deberá aplicar. Cada uno, cada votante, cada ciudadano, es consciente de la situación en que vivimos y de igual manera cada uno manifiesta y opina, emitiendo su voto, qué política le conviene que se haga. Pero en la actual situación de desesperación económica se decide algo más. Creo que tan importante es mostrar las preferencias por el partido y la ideología que queremos que nos dirija durante los próximos cuatro años, como poner el acento en el partido y la ideología que debe ejercer no ya de oposición y control en el Parlamento, sino de elemento moderador para que el sistema democrático no salte hecho mil pedazos.

Eso es lo que ocurre en cualquier situación de alto riesgo, el que está al frente debe prever los mecanismos de seguridad que frenen una reacción catastrófica. En las Centrales Nucleares, por ejemplo, tan importante es el uranio como elemento combustible que provoca la reacción como el Boro, como elemento moderador, que en caso de necesidad ralentizaría la reacción e, incluso, si la situación lo aconsejase, la pararía. A nadie se le ocurriría diseñar un central nuclear sin este sistema básico de seguridad.

Tal y como hoy está el panorama, el país se parece a una central nuclear. Cuando se desencadenan los acontecimientos corren como la pólvora y a veces es muy difícil pararlos. No importa que la iniciativa parta de un indignado que se inmola a lo bonzo en un país árabe, de un presidente griego que solicita un referéndum o de una agencia de calificación que rebaja la calificación de nuestra deuda. La atmósfera es tan explosiva que puede ocurrir cualquier cosa. Por eso es tan importante disponer de unos mecanismos moderadores claros, de unos cauces de participación claros, de unos aliviaderos de tensiones claros. Y ese trabajo le corresponde su realización al partido que los electores sitúen en la oposición. Para salir de la crisis se necesita con tanta urgencia un Gobierno fuerte que dirija y gobierne como una oposición igual de fuerte que controle y modere. No hay otra forma de fortalecer la democracia. Votemos cada uno según nuestras preferencias, pero no demonicemos ni descalifiquemos ni aniquilemos al adversario. Es tan útil ese adversario que nos gusta tan poco como el partido al que le otorgamos nuestra confianza.

Dicho de otra manera: a parir del 20N necesitamos un Gobierno fuerte y una oposición fuerte con un respaldo, ambos, consistente ratificados por una alta participación electoral. Ya sé que esto no va muy en la línea de lo que se oye en muchos foros de ciudadanos hartos y desanimados; pero eso es lo que pienso yo.