jueves, 28 de julio de 2011

Solidaridad vs. caridad

Hay que llamar a las cosas por su nombre. A veces las palabras de tanto usarlas pierden su significado original, incluso algunas mudan complemente su significado hasta el extremo de emplearse para decir justamente lo contrario. Este "desgaste" de las palabras no se debe a su  (mucho) "uso", sino a su indebido "abuso". Esto es lo que ocurre por ejemplo con la palabra "solidaridad". A todo el mundo, Gobiernos, organismos e instituciones y asociaciones civiles se les llena la boca invocando actitudes solidarias, políticas solidarias, proyectos solidarios. Algunos centros docentes gobernados por asociaciones religiosas convocan a sus alumnos y al resto de la comunidad escolar para compartir un "bocadillo" solidario, acto que consiste básicamente en comerse uno al que no le hace falta un buen bocadillo y dedicar una parte de lo recaudado a "causas solidarias". Así que prácticamente todos, sin excepción, queriéndolo o no, nos hemos adherido en alguna ocasión a causas en favor de los más desfavorecidos.

Hace ya mucho tiempo que los gobiernos de buena parte del mundo occidental y de los países desarrollados que lo integran acordaron dedicar un 0,7% de sus presupuestos a proyectos solidarios. La realidad, por ejemplo, en España, por poner a uno de los países más comprometidos con estas causas, es que se dedica un 0,2% del presupuesto, que representa una cifra muy alejada de aquél otro compromiso.

Pero hoy las ONG´s denuncian que con los argumentos del déficit público y la crisis económica se han reducido las aportaciones públicas para estos fines, y lo que es más grave, que en algunos casos, algunas administraciones no sólo no están dispuestas a entregar el dinero comprometido en sus debidos plazos, sino que exigen su devolución a los cooperantes. Es decir, que de ese mísero 0,2% teórico nada de nada. Como una de las comunidades autónomas que denuncian las ONG´s es la Catalana, lo diremos para que allí nos entiendan: res de res.

Con estas idas y venidas. Con este toma que te lo doy, trae que me lo devuelves, la palabra "solidaridad" ha sufrido un desgaste irreparable. Ha quedado herida de muerte, como ya le ocurriera a su antecesora: la "Caridad".

La verdad es que ya la palabra entró en la lengua española con mal pie. En castellano al sustantivizar el adjetivo ebrio, con él hacemos el sustantivo "ebri-edad". A partir de "sobrio" construimos "sobri-edad". Y, sin embargo, a partir de "solidario" no hemos formado, como sería lógico, "solidari-edad", sino que hemos levantado el monumento al horror de "solidari-dad". Así, por que sí. Sobre este ultimo artículo el diccionario de la Real Academia dice que significa "Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros". Yo me pregunto ¿eso es lo que realmente pensamos que estamos haciendo cuando nos sentimos solidarios?

Antes para definir lo que todos de verdad pensamos que consiste la solidaridad, hablábamos de "caridad". Si se consulta el DRAE encontramos la siguiente definición: "Caridad. Limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados". Visto lo que las administraciones públicas entregan a los proyectos solidarios, visto ese mísero 0,2% que se consigna a causas solidarias y visto que, en realidad, ni eso siquiera se da, ¿no sería más apropiado hablar de limosna y definir nuestra voluntariosa entrega como un acto de "caridad" en vez de "solidaridad"? Esto ayudaría a no desgastar más una palabra tan bella como "solidaridad" y a revitalizar otra tan en desuso como "caridad", y de paso a llamar a las cosas por su nombre.

martes, 26 de julio de 2011

Jorge Semprún: entre la lealtad y la traición


Siempre estuve muy interesado en la figura del escritor, político y activista heterodoxo Jorge Semprún. De él hasta ahora solo había leído dos libros: “Veinte años y un día” y “La autobiografía de Federico Sánchez”. Aproveché este fin de semana, con puente incluido, para leerme una nueva biografía que acaba de aparecer en las librerías, firmada por Franziska Augstein. El libro incorpora pocas novedades. De hecho, como el fin de semana ha sido largo, me he permitido el gusto de releer la Autobiografía de Federico Sánchez y he podido constatar que efectivamente la memoria no me había jugado una mala pasada y, en realidad, Augstein incorpora a su trabajo pocos nuevos detalles. Quizás la aportación más significativa la constituya una breve descripción sobre las torturas que tuvo que soportar durante quince días, tras ser detenido por la GESTAPO. Yo al menos no recuerdo haber leído una descripción semejante en ningún lado.

El libro se titula “Lealtad y traición. Jorge Semprún y su siglo”. En él como he dicho aparecen pocas cosas nuevas; pero hay un hecho incontestable y este es el reconocimiento expreso a una vida inabarcable. La vida de Semprún da para una, dos, tres y unas cuantas más biografías. Por más que uno lee más se da cuenta de la imposiblidad de conocerla en detalle.

El libro pone de manifiesto la azarosa vida de este republicano, exiliado en Francia, miembro de la resistencia de la ocupación Nazi, encarcelado y superviviente del campo de concentración de Buchenwald, militante comunista durante la clandestinidad impuesta por el régimen de Franco, expulsado de este partido, ministro de Cultura en el Gobierno socialista de Felipe González. Gran escritor de ensayos, novelas y poesía (esta faceta menos conocida). Ha escrito sobretodo en francés, idioma que dominó a la perfección; pero también lo ha hecho en alemán, inglés y español.

Al terminar de leer el libro he tenido la sensación de haber leído una biografía inacabada. He tenido la impresión de que todavía quedan muchas cosas que explicar de este hombre. Muchas de las decisiones y de los caminos que eligió quedan sin una explicación. Al finalizar su lectura me he quedado con una pregunta: ¿Por qué?

martes, 19 de julio de 2011

Contra la utopía

Tomás Moro escribió su famoso libro "Utopía" allá por el siglo XVI. En él describe una ciudad-Estado tan idealizada como irrealizable en el momento que la proyecta. En la ciudad de Tomás Moro los gobernantes se eligen democráticamente, no existe la propiedad privada, hay libertad religiosa, etc. El libro es pura gimnasia intelectual. El mismo autor sabía lo alejado de la realidad que se encontraba el modelo de sociedad que proponía
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Tanto es así que Quevedo tradujo el título de este libro al castellano como el "No lugar". Y esta definición es la que ha prevalecido en el Diccionario de la Real Academia Española, frente a otras más optimistas como, por ejemplo, "lugar bueno".

Yo personalmente me apunto al origen de la palabra que aparece indicada en el DRAE, "No lugar".

Hay quien mantiene que las utopías son importantes en la vida. Yo les respeto; pero discrepo profundamente de ellos. Considero importante tener proyectos de futuro en la vida. Elaborar planes para el mañana no inmediato y que estos planes introduzcan mejoras en nuestras actuales condiciones de vida. Siempre hay que tener la esperanza de que el futuro nos deparará una mejor posición. Pero también considero muy importante no perder de vista el ritmo al que los cambios para mejorar deben producirse. Todos soñamos con una vida y una sociedad mejor; pero debemos impulsar estos cambios ahora y debemos disfrutar ya de su beneficio. Habrá quien me tilde de cortoplacista y materialista, por querer disfrutar de inmediato de los beneficios del cambio que nosotros mismos acabamos de impulsar.

¿Cuantas veces hemos deseado y dicho aquello de que estamos trabajando para que no ya nuestros hijos, sino nuestros nietos disfruten de una vida mejor, de aquellas oportunidades que no tuvimos y que para nosotros hubiéramos deseado? ¿Cuantas veces hemos dicho que nos sacrificamos para las generaciones futuras, no para la inmediata que nos sigue, sino para las venideras?

¿Alguien se ha parado a pensar lo injusto y desacertado de esta actitud y de estos aparentes buenos deseos? Es decir, programamos el bienestar que deberán disfrutar nuestros nietos o tataranietos dentro de 50, 60 a más años, con la mentalidad nuestra de hoy. ¿Tan seguros estamos de que eso es realmente lo que ellos querrán? Imaginémonos por un momento que estamos en la sociedad preindustrial anterior al desarrollo de la máquina de vapor, del ferrocarril, etc. En esa etapa de la historia ¿qué sociedad ideal le desearíamos dejar a nuestros nietos, cuando no conocíamos aquellos importantes avances tecnológicos? ¿Teníamos algún derecho a condicionar la felicidad de nuestros descendientes apostando y proyectando un mañana, que aún en nuestra imaginación necesariamente hubiera sido más sombrío que el que disfrutamos hoy?

Dejemos por tanto a nuestros hijos y a nuestros nietos que planifiquen su vida y su felicidad y ocupémonos de no hipotecarles su futuro: ni con las decisiones que consideramos acertadas ni con aquellas otras que consideramos dañinas para sus futuros intereses. Que las utopías que nos propongamos sean realizables a corto plazo, sean verificables y con resultados ciertos e inminentes, para que podamos responder ante ellos de nuestras decisiones. Sólo esos planes, esos programas utópicos me interesan, los otros, los irrealizables, los de Tomás Moro, son un brindis al Sol: una forma de justificar la desidia y la inacción. ¿Que lo que yo propongo no se llama utopia? Pues entones, sí, estoy contra las utopias.

sábado, 16 de julio de 2011

Castropetre

Lo de este sábado fue mejor que lo del anterior. Si la semana pasada comí un bocadillo de tortilla francesa a los pies de la Peña del Seo, hoy di cuenta de unos buenos filetes de jabalí con patatas fritas y una ensalada de tomates en Castropetre. Conversé con Pedro y Elvira, mis anfitriones, sobre los tiempos del wolframio. Pedro de mozo subió acompañando a su hermano a lo alto de la Peña del Seo a buscar algo de fortuna. Cuando él subía todavía no estaba la compañía minera Montaña del Sur, que obtuvo las concesiones y se hizo propietaria de los yacimientos del estratégico mineral en torno a los años 50.

- ¿A qué edad subías a la Peña, Pedro?
- Tendría yo 17 o 18 años
- Cuanta gente había rebuscando mineral
- Por lo menos 200 ó 300 personas
- ¿De dónde procedía tanta gente?
- De todos los pueblos de la zona: de Cadafresnas, Castropretre, Lusio, Leiroso, Friera, Oencia, iba a la peña gente de todas las partes. El wolframio se pagaba bien. Cuando la compañía minera se hizo cargo de las minas, la mayor parte de los mineros eran de Arnadelo. Pobrecillos, la mayor parte de ellos murieron por culpa de lo peligroso de este mineral. (Sin duda Pedro se refiere al contenido de arsénico de la wolframita)
- Cuando tú fuieste a buscar wolframio, ¿ ya estaba el poblado Minero de la Piela?
- No, qué va, el poblado lo construyeron más tarde. Cuando lo terminaron de construir yo en alguna ocasión tuve que subir allí a renovar mi licencia de armas. Había un destacamento de la Guardia Civil y debíamos acercarnos hasta allí para hacer todos los trámites.
- ¿Cómo hacías el trayecto?
- Entonces ni siquiera había caminos. Subíamos monte a través. Nos juntábamos mucha gente por el camino. Cuando iba con mi hermano, a veces, llevábamos algo de ropa y nos quedábamos a dormir allí, sobre una de las peñas.
- Me han contado que existían mafias que os robaban el mineral que sacábais.
- Así era. Había sobre todo dos brigadas, una era de Oencia (la Brigada del Gas) y la otra era de Barjas. Cuando uno encontraba una buena veta de mineral o una bolsada, llegaban ellos y te decían que te marcharas, tenías que dejarles el sitio y se hacían con todo el mineral que tú habías encontrado. No te quedaba más remedio que dejárselo. Protestábamos; pero no podíamos hacer otra cosa. Algunos tenían pistola. Y en más de una ocasión se produjeron refriegas a cuenta de estos "relevos".
- ¿Y qué hacía la Guardia Civil?
- La Guardia Civil si te pillaba con algo de mineral te lo quitaba y lo vendían ellos. A veces, ponían los tricornios en lo alto de la peña, entonces la gente creyendo que estaban allí marchaban corriendo con lo que podían recoger; pero la Guardia Civil les esperaban abajo del valle para quitárselo.
- ¿Cómo lo extraíais?
- Picando la roca. No había galerías, todo era sobre la superficie.
-¿Empleábais dinamita?
- Yo no. Pero había mucha gente que sí. Había que tener mucho cuidado. Sin avisar volaban la roca y los que estaban abajo al oír la detonación se escondían para que no les calleran los cascotes de piedras. De esta manera hubo muchos accidentes.
- ¿Dónde vendíais el mineral?
- Primero lo lavábamos aquí en el pueblo. Le quitábamos la piedra para dejar solo el wolfran. Después lo vendíamos en Puente de Domingo Florez. También venían por aquí compradores que nos los pagaban a menos precio; pero también se lo llevaban. Estos compradores venían por la noche para que nadie les viera.
- He oído que por entonces, durante aquellos años, mataron al cura de Dragonte.
- Sí. Se llamaba Recesvinto y quien lo mató en una ocasión estuvo aquí en esta casa. Se llamaba Evaristo. Se escapó de la cárcel de Astorga. Lo habían condenado a muerte porque lo denunció el sr. Cura de Dragonte. Un día dando misa, Evaristo bajó del monte y le pegó un tiro delante de todos los vecinos, mientras daba misa. Los vecinos al ver entrar a Evaristo ya se lo imaginaban y le decían: no lo hagas, Evaristo, no lo hagas; pero él no hizo caso, iba decidido a matarlo.

Le he preguntado a Pedro por el cura de Dragonte porque en una ocasión, cuando se enteró del valor del mineral de la Peña  del Seo Recesvinto reclamó la propiedad de esas tierras e intentó desalojar a todos los buscadores que subían a buscar el wolframio, alegando que todo eso era suyo.

Pedro me dice que él cree que el asunto de la muerte del cura no tuvo nada que ver con el wolfran. Se decía que el cura tenía una relación sentimental con la mujer de Evaristo. Por eso el cura lo denunció, para desahacerse de su competidor. Evaristo cuando tuvo ocasión se vengó y se volvió al monte, con los "huidos". Pocos años después lo mataría la Guardia Civil en una de sus batidas.

Llegó la hora de dar un paseo. Tenía ganas de oír el rumor del río Selmo. Es una pena como está, me dijo Pedro. Las orillas nadie las limpia. Los árboles han crecido desmesuradamente y no dejan pasar el Sol, por eso ya casi no hay truchas. A las truchas les gusta el agua clara; pero también el Sol. La madera ya nadie la quiere. Antes un buen tronco de castaño o cerezo tenía su valor. Ahora no se lo llevan ni regalado.

Dimos la vuelta y quedamos en encontrarnos en otra ocasión. Me esperaba Marina en Ponferrada para ver el nuevo Museo Nacional de la Energía.

viernes, 15 de julio de 2011

Nothing is no thing

Tal como reza el título, nada es nada. En Inglaterra no hace mucho tiempo se pusieron de moda los nothing books, que consistían en un libro cuyas páginas se encontraban en blanco. Por tanto, lo más sugerente del libro era el título. En España hay quien ha importado la idea y trabajando un poco más ha rellenado algunas de sus páginas. Así aparecieron en su momento, por ejemplo, el "Libro de las cosas que no existen". Yo he tenido la oportunidad de hojear este tipo de libros. Entonces no eché en falta nada. Entre otras razones porque los títulos de las obras así lo aconsejaban. Hoy, sin embargo, pondría una objeción. Concretamente en el "libro de las cosas que no existen" falta la descripción de los MERCADOS, que como las brujas, haberlos hailos.

Estos "mercados", aunque nadie los haya visto, son los causantes hoy de tantos dolores de cabeza. Hay quien dice que funcionan por su propia inercia, que carecen de toda lógica y que son imprevisibles. ¿Por qué ese comportamiento tan feroz con España y sin embargo no se manifiestan con la misma contundencia con otros países, por ejemplo con Estados Unidos?

Para responder a esta pregunta cada uno puede arrimar el ascua a su sardina. En todas las respuestas, casi siempre aparece la palabra "confianza". Los mercados no tienen confianza (ni compasión, por lo que se ve) en los gobernantes españoles. Esa falta de confianza es justamente lo que mide el diferencial con el bono alemán en la prima de riesgo. Dicen los entendidos, hay que dar confianza a los mercados para que se tranquilicen. No hay ideología en su funcionamiento, no hay especulación dirigida, sólo funcionan de forma autónoma al margen de gobiernos y empresas. Así son los mercados.

Pero yo me hago una pregunta básica: ¿A quién favorecen sus actuaciones y a quién perjudican? Porque de esta voracidad de los mercados alguien saldrá perjudicado, sino que se lo pregunten a los 4 millones y medio de parados, y alguien saldrá beneficiado. Sería bueno ponerle ojos y cara tanto a los beneficiados como a los damnificados.

De lo que no tengo ninguna duda es que el gran perjudicado en España es el Estado del Bienestar. Ya sólo teníamos "medio" Estado del Bienestar; pero sin duda el gran ataque va contra él. Esos mercados, que no tienen ni ojos ni cara ni responden a ningún mandato ideológico, están enviando misiles a la línea de flotación de nuestro Estado del Bienestar. 

Estos mercados no quieren tanto Estado, mejor dicho no quieren ningún Estado. Estos mercados no aceptan tanta cobertura social. Los mercados exigen mayor flexibilidad en la contratación laboral, menos sanidad y educación pública, menos gasto en becas, en pensiones, etc., etc.

Cuanto más cobertura social tiene un Estado mayor ataque sufre. Se trata de doblegar al sistema. Se trata de hundir el modelo de Estado. No pararán hasta conseguirlo si se les da alas.

¿Quién dice que sus movimientos especulativos no responden a una posición ideológica determinada?, ¿Quién dice que no hay una lógica en los movimientos que realiza?, ¿Quién dice que no son previsibles? A estas alturas ya nadie se lo cree. Lo que se pretende está muy claro, por eso las tibiezas de los Gobiernos conservadores y liberales. Escuchemos a la canciller Ángela Merkel: pobrecillos, los mercados, es que los españoles no les entendemos. Oigámosles y hagámosles caso. Entonces cesarán a buen seguro los ataques. Cesarán los ataques y otras cosas claro.

jueves, 14 de julio de 2011

De ingenieros, economistas y políticos

Hoy un amigo me trajo tres hermosos ejemplares de volframita que él mismo encontró en las minas de la Peña do Seo. Yo mismo estuve cerca de ellas recientemente; pero no me atreví a llegar hasta la bocamina. Me lo impidieron un grupo de parsimoniosas vacas que subían solas a su ritmo en la misma dirección que yo. Supongo que ellas en busca de alimento físico y yo de alimento espiritual. Finalmente, se impuso la cordura: "Primum vívere, deinde philosofare". O dicho de otra manera, no me atreví a adelantarlas en las estrecheces del camino, al embargarme un miedo atroz a ser envestido por alguna de ellas. Es lo que tiene despertarse todas las mañanas con la imagen de los encierros de San Fermín. Me quedé en el poblado minero de la Piela con mi bocadillo de tortilla francesa.

Mi amigo, recién llegado de Chile, recolector nato de especies minerales, meteoritos y otros productos del reino mineral, me preguntó sobre algunos ejemplares de minerales que tenía sobre las estanterías. Fui dándole cuenta de la procedencia, que tengo cuidadosamente anotada en la base de cada piedra. Muy extrañado fue corrigiéndome el origen de cada ejemplar. Por ejemplo, yo le decía: esta es de la mina de Rubiales, en Lugo; y él inmediatamente me contestaba: "imposible", por su aspecto, por los minerales que lleva asociados, debe ser de las minas de Áliva de Cantabria. Inmediatamente revisaba la base de la piedra y efectivamente en ella figuraba la procedencia indicada. Así una y otra vez. Esto confirmó algo que yo ya sabía y es que mi amigo es un auténtico especialista en minerales.

Esto es lo que suele ocurrir en la Ingeniería. Uno se topa con un especialista que cuando te pones en sus manos todo parece infinitamente más sencillo. Todo es más claro. Las explicaciones son comprensibles y lógicas. Todo cobra sentido.

Ojalá en la economía todo fuera igual. Durante estos días, cuando la prima de riesgo española ha superado el umbral de los 350 puntos básicos, hemos oído explicaciones de ilustres economistas que en vez de tranquilizarnos nos generan mayor zozobra. He escuchado de todo: desde los que opinan que todo es muy sencillo de entender hasta los que creen que el asunto tiene su enjundia y debe dejarse sólo a los especialistas, a los mismos que nos han metido en el lío.

Yo era de los que pensaba (sin ser economista ni especialista de nada) que la cosa era muy fácil de entender y corregir. Si el Estado está endeudado hasta las cejas sólo hay dos opciones: o se bajan los gastos, reduciendo salarios, inversiones, Estado de Bienestar, etc. Es decir, realizando grandes sacrificios, o se suben los ingresos, mediante el aumento de las tasas e impuestos. Es decir, haciendo grandes sacrificios. Se elija el camino que se elija, reduciendo gastos o aumentando los ingresos vía impuestos, habrá que realizar grandes sacrificios. Pero todavía nadie nos ha dicho durante cuanto tiempo será necesario realizar estos sacrificios para equilibrar nuestras cuentas: un año, dos años, tres, cuatro, un lustro...

Pero estos días, al escuchar a algunos "especialistas" me he dicho: esto no es tan sencillo. Hay otros muchos factores que entran en juego y que no he tenido en cuenta. Yo desconozco qué impedimentos existen para que el Gobierno cuente a los ciudadanos qué es lo que está haciendo y cuánto tiempo estaremos en esta situación. Se habla de cosas incomprensibles para el ciudadano medio para justificar la actual situación económica. No se es nada claro. El presidente del Gobierno dice que la economía ha crecido en este último trimestre, el jefe de la oposición dice que no. Y mientras estos no se ponen de acuerdo absolutamente e irresponsablemente en nada, los únicos que ganan son esos grandes desconocidos que llamamos "mercados". El ejemplo más paradigmático lo tenemos con la situación griega, que mientras la Unión Europea discute qué día se reúnen y cuál será la empresa de cátering que les servirá el vino o la cerveza alemana, para que todo quede en casa, los mercados devoran a grandes dentelladas el país heleno.

Si como parece ser todos perdemos y sólo ganan ellos, los mercados. ¿Por qué no se aborda de una vez por todas la cuestión de la regulación de los mercados, de las agencias de calificación que tanto daño están haciendo, que son el brazo visible y ejecutor de los mercados, y de paso se le otorga una beca vitalicia a Ángela Merkel para que se dedique a tiempo completo a su cátedra de física de la Universidad de Berlín?

Al final, si los políticos, empezando por ese extraño belga que está al frente de la Comisión Europea, continuando por esa joya inglesa que se ¿ocupa? de las relaciones exteriores europeas y terminando por todos y cada uno de los presidentes de Gobierno, no abordan la cuestión que más preocupa a los ciudadanos, es posible que tengamos que ser los ciudadanos quienes por fin nos ocupemos de ellos.

jueves, 7 de julio de 2011

Mina Felipe en Villar de los Barrios

Probablemente el período más crítico de las relaciones entre España y Estados Unidos durante todo el pasado siglo XX, se produjo entre los años 1941 y 1944. El punto más álgido de las discrepancias fue el año 1943. Las razones que motivaron las tensiones no fue el hecho de la amistad de España, y especialmente de su ministro de Exteriores, cuñado de Franco, con la Alemania Nazi o con la Italia fascista de Musolini. Tampoco se le dio excesiva importancia al hecho de que España enviara una "División Azul" a Rusia para apoyar a Hitler en sus operaciones militares en la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que Estados Unidos pidió que se retiraran esas tropas; pero no es menos cierto que Franco se sacó de la manga una "Legión Azul" de voluntarios que permanecieron en sustitución de la División.

Estados Unidos y el Reino Unido no sentía simpatías por el régimen de Franco; pero lo que realmente emponzoñó las relaciones entre estos países fue el suministro de volframio español y portugués a Alemania.

La denominada Guerra del Volframio tuvo su punto álgido entre enero y junio de 1944. Alemania necesitaba el volframio fundamentalmente para fabricar proyectiles de gran penetración y carros blindados: armas que estaban causando grandes bajas en el bando aliado. Alemania no tenía minas de volframio y precisaba todo el mineral posible para abastecer su industria de guerra. 

Por su parte, España, con independencia de su claro alineamiento con los países del denominado Eje, tenía mucho interés en saldar la deuda con Alemania debida a los préstamos realizados por aquélla durante la Guerra Civil.

Las jefaturas de minas del nuevo régimen español escudriñaron todo el territorio nacional en busca del estratégico mineral. Algunos de los yacimientos se encontraron por casualidad. Eso es lo que ocurrió con las minas de volframio de Villar y Salas de los Barrios, unas localidades hoy pertenecientes al municipio de Ponferrada. Hoy todavía se pueden visitar las ruinas de los edificios que albergaron el preciado mineral. La explotación se hacía fundamentalmente a cielo abierto. La de interior (que también había) era muy costosa y a pesar de que el precio del mineral alcanzó cotas inusitadas, el empresariado minero era inexistente. Las minas eran de ocasión. Los recursos que se secaban se vendían a los dueños de la explotación de la Peña del Seo. Aunque el negocio más lucrativo no estaba en la venta "legal" del mineral, sino en el "contrabando autorizado" del mismo. Porque mientras el Ministro de exteriores negociaba con Reino Unido y Estados Unidos el embargo a Alemania de la venta de volframio, el Ministro de Industria de Franco a espaldas del de Exteriores negociaba con los alemanes la venta de "contrabando". Era un contrabando organizado por el propio Estado. Los compradores alemanes se acercaban a las explotaciones, convenían el precio con su propietario, cargaban el camión y se lo llevaban hasta la frontera francesa, donde le autorizaba el paso el Gobierno títere de Vichy. De esta guisa se compraron hasta las "piedras" de las casas que se desmontaban y se trasladaban a Alemania para procesar el volframio que contenían. Hasta ese punto llegaron las necesidades.

En los años 42, 43 y 44 del pasado siglo Ponferrada por muy poco tiempo volvió a ser la ciudad del dólar. En sus inmediaciones llegó a tener hasta tres minas de volframio. Mi padre me contó que un hermano suyo y tío mío iba todos los días a Los Barrios a trabajar con el pico para producir la miseria de mineral que se podía extraer de forma tan rudimentaria. También me contó que cuando lo dejó le adeudaban varios salarios íntegros.

En los Barrios hay dos localidades con yacimientos, unos próximos a Villar de los Barrios y otro a Salas de los Barrios.

Yo no lo podría afirmar, porque iba desprovisto de planos, pero creo que ayer estuve en la Mina Felipe próxima a Villar de los Barrios, las galerías y las calicatas que encontré fueron para mi definitivas para identificarlas. Para otra ocasión dejaré la excursión a la mina "Virgen de la Encina" más próxima a Salas. Cené en Ponferrada, en un restaurante en donde hacía 30 años que Orencio me invitó a un café y me recomendó que me marchara cuanto antes de Ponferrada a estudiar. Le hice caso.

lunes, 4 de julio de 2011

El lucrativo negocio de los residuos de envases

Cuando era un chaval no existían los supermercados. Mi madre me mandaba a comprar a la tienda de ultramarinos de Mercedes, la mujer del taxista, que había cerca de casa. Generalmente se trataba de adquirir aquellos productos básicos que por olvido o urgencia no había adquirido ella y precisaba para elaborar la cena de ese día o la comida del siguiente.

Debo decir que el encargo no me resultaba grato y nunca lo hice de buena gana. El tiempo que empleaba en ir y volver de la tienda, un trayecto realmente corto; sin embargo, me privaba de realizar otras actividades para mi más apetecibles, como era jugar con los amigos del barrio. 

A la tienda de Mercedes debía ir provisto de la bolsa de tela en la que transportar los productos, e incluso del recipiente de vidrio cuando se trataba por ejemplo de comprar una gaseosa. Recuerdo perfectamente que a la entrega del casco de vidrio la tendera me daba en compensación 10 pesetas. Poco tiempo después se suprimió esta onerosa práctica e incluso se habilitó un sistema para desprenderse del vidrio en contenedores situados en la aceras. Del mismo modo fueron desapareciendo las bolsas multiusos de tela con las que era habitual ver a todas las amas de casa (los hombres no hacían la compra) dirigirse a por sus provisiones. Estos nuevos modos nos anunciaron la llegada del progreso.

En el año 1997 la actual y vigente Ley de Envases estableció para el casco de vidrio, los bricks, las botellas de plástico y las latas un Sistema de Pago, Devolución y Retorno, consistente justamente en recuperar aquella vieja práctica de entregar en la tienda en la que habíamos adquirido un producto el envase que lo contenía. A cambio el cliente o poseedor del envase percibía una cantidad que fijó el Ministerio correspondiente. En función del tamaño y tipo de envase la compensación económica podía alcanzar las 55 pesetas por envase.

Con este sistema se pretendía no solo reducir el consumo de envases sino, además, recuperar los residuos de los mismos para proceder a su adecuado reciclado. De esta manera España reducía las enormes distancias que le separaban del resto de países de la Unión Europea en materia de reciclado de residuos. Pero la Ley, como todas las leyes en España, tenía una puerta de atrás. Al mismo tiempo del Sistema de Pago, Devolución y Retorno estableció un sistema de gestión de envases alternativo que denominó Sistema Integrado de Gestión. Los envasadores acogidos a este sistema distinguían (y aún hoy distinguen) sus envases mediante un símbolo que se denominó Punto Verde. Un distintivo que permitía al usuario deshacerse del envase en el cubo de la basura sin compensación alguna. A cambio de ello, el Ayuntamiento sí percibiría una compensación económica por cada kg de envases que recogiera de forma selectiva. Es decir, el consumidor pagaba previamente al Sistema Integrado por el envase que había adquirido; pero el Sistema integrado compensaba al Ayuntamiento sólo por aquellos envases que fuera capaz de recuperar. Por poner un ejemplo que fácilmente se entienda: en la provincia de León de las más de 50.000 t de envases que se generan al año, los ayuntamientos son capaces de recuperar aproximadamente 3.000. O dicho de otra manera: el consumidor ha pagado envases por valor de 50.000 y la entidad local percibe una compensación económica por el valor de 3.000.

Las grandes superficies impusieron su criterio. No aceptarían ningún producto en sus estanterías cuyo envasador no se acogiese al Sistema Integrado de Gestión. Es decir, acababan de liquidar el Sistema de Pago, Devolución y Retorno. Es decir, el consumidor no percibiría ninguna compensación económica por la entrega responsable de su envase. Es decir, si el ciudadano quier reciclar sus residuos que le exija a su Ayuntamiento su recogida selectiva y, por su puesto, la pague.

No conozco a ningún ciudadano que desconozca el código de colores de los contenedores. No conozco ningún ciudadano que no sepa que el contenedor amarillo es para depositar envases ligeros, el azul para el papel cartón y el verde tipo iglú para el vidrio. El mensaje de los Sistemas Integrados a calado hondo en la ciudadanía. Los niños lo estudian en las escuelas. Pero igualmente no conozco a ningún ciudadano que haya sido compensado por la entrega de su envase, porque no existen envases acogidos a esta modalidad y, además, dudo mucho que exista un general conocimiento sobre el modelo del Sistema de Pago, Devolución y Retorno. También aquí el Sistema Integrado de Gestión ha realizado una espléndida labor al poner sordina a esta posibilidad.

Ni que decir tiene que todos estos sistemas de recogida selectiva que a partir de 1997 se implementaron por todo el territorio nacional trajeron consigo unos elevadísimos costes de recogida y tratamiento de los residuos, que endeudaron hasta el infinito las haciendas locales y generaron a su vez unas deudas con las empresas del sector astronómicas. Los Ayuntamientos no sólo debieron promover la recogida selectiva de los envases, dotar de nuevos contenedores específicos y de vehículos apropiados para la recogida, sino que tuvieron que desembolsar enormes sumas de dinero para financiar las infraestructuras de selección de los distintos materiales componentes de los envases. Los sistemas integrados de Gestión sólo compensan económicamente a las entidades si los materiales recogidos cumplían con las "Especificaciones Técnicas del Material", arbitrariamente determinadas por ellos mismos: tipo y características del contenedor, periodicidad de la recogida, ubicación, nivel de impropios, etc., etc.

El efecto de la vigente Ley de Envases fue perverso. Contrariamente al objetivo propuesto aumentó la cantidad de envases, dado que los propios envasadores y productores ahora habían adquirido el monopolio de su gestión. No es que el Sistema Integrado de Gestión financiara la gestión de los envases, sino que eran los ciudadanos los que doblemente financiaban al sistema integrado de Gestión y por consiguiente a sus integrantes los envasadores, productores y distribuidores. Doblemente, digo. Primero pagando como consumidor finalista el coste del llamado "Punto Verde", el que grava la puesta en el mercado del envase, y en segundo lugar al financiar la fabricación del envase al desprenderse graciosamente del valor del material del producto. ¿O es que el casco de vidrio, el plástico de la botella o el aluminio del bote que hemos pagado al adquirir el producto no tiene ningún valor económico?

El Sistema Integrado de Gestión nos achicharró con sus mensajes, que en resumen decían: ¡Sea usted civilizado, sea usted un buen ciudadano, entrégueme gratuitamente, sin compensación económica alguna el envase por el que pagó no sólo para su puesta en el mercado sino también por su valor en concepto de fabricación y material empleado en ella! Y, por supuesto, para que no nos sonrojara el vecino de alado, todos acudimos a la llamada de civismo y entregamos un residuo que aparentemente, sólo aparentemente, no tenía valor alguno.

Hoy el Ministerio de Medio Ambiente, en la Ley que se está tramitando en el Congreso de los Diputados, se ha planteado imponer el Sistema de Pago, Devolución y Retorno y acabar con las prácticas monopolistas de los Sistema Integrados de Gestión. La batalla que se avecina es dura. En poco tiempo veremos en qué acaba esta guerra.